Los autónomos «salen del armario» y se retrasa Verifactu
Cuando un gobierno que presume de Estado del bienestar (¿en ocasiones bienestar del Estado?) deja de escuchar a quienes en gran parte lo sostienen –autónomos que representan más de 99% del tejido empresarial ,y también a los trabajadores de pymes–, las protestas y manifestaciones deja de ser «ruido de fondo» y se convierten en diagnóstico. Y el diagnóstico revela una incomprensión profunda entre políticas «publica» y la economía real: la que «sube persianas», genera empleo ( más del 67% ) y atiende distritos y comunidades rurales.
[–>[–>[–>Basta pasear por un barrio donde los locales cerrados lucen grafitis descoloridos y telarañas en sus fachadas. O visitar un pueblo donde el último bar-tienda resiste por lealtad vecinal. Ahí late una gran realidad, que muchos administradores se niegan a observar y reconocer: los autónomos y microempresas son la columna vertebral de la economía de un país. Cuando se dificulta su actividad se pierde, empleo, cohesión; y la posibilidad que algunas lleguen a ser medianas o grandes empresas generando aún más renta y empleo.
[–> [–>[–>Quizá por eso, cuando Juan Roig –el Presidente de Mercadona– animó hace poco a los empresarios a «salir del armario» y sentirse profesionales orgullosos. Los autónomos le tomaron la palabra. Hace unos días salieron a la calle… y no precisamente para aplaudir aplicaciones digitales.
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Porque el problema no es Verifactu como tal (una aplicación en internet para que el fisco conozca en tiempo real la facturación de los autónomos y empresas, en aras a la transparencia tributaria), sino lo que simboliza: un nuevo eslabón en una cadena de obligaciones fiscales, ambientales y tecnológicas diseñadas con lógica exquisita en los despachos, pero desproporcionadas –en ocasiones cuasi delirantes– en la vida real. La mayoría de autónomos no puede disponer de tanto aparataje técnico para actualizarse en las cargas burocráticas insaciables.
[–>[–>[–>Disponen de su tiempo –cada vez más escaso– y de su voluntad –cada vez más puesta a prueba–. Algunas pancartas de la manifestación pudieron sonar exageradas («manos arriba, esto es un atraco»), pero el malestar es general y racional.
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La paradoja es casi humorística: en nombre del Estado del bienestar se erosiona, poco a poco, a quienes más colaboran a su financiación, en proporción relativa. Las grandes empresas pueden sortear esa complejidad, el autónomo se atasca y desanima soportando casi la misma presión regulatoria.
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[–>Pero esto no es solo una cuestión de justicia: es una cuestión de inteligencia y pragmatismo económico. Cuando un autónomo cierra, no desaparece un negocio: se pierde empleo, cae el consumo local, disminuye la diversidad productiva, se vacían barrios y se desertizan pueblos. Las persianas bajadas no son un problema estético: son un indicador de declive social.
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El efecto en cascada es conocido: precarización, informalidad por supervivencia, reducción de la recaudación a medio plazo y debilitamiento del tejido productivo. Desde el ensayo económico «Lo pequeño es hermoso», las ciencias sociales explican que las economías más resilientes –resistentes– distribuyen la actividad en unidades productivas pequeñas y medianas, innovadoras y arraigadas. Exactamente esas son las que en España soportan mayor incomprensión ideológica e institucional.
[–>[–>[–>La Agencia Tributaria –indispensable, como las funerarias («dos cosas inevitables hay en la vida:la muerte y los impuestos», señaló Benjamin Fraklin)–, «Hacienda», ha perfeccionado un modelo que maximiza el control y minimiza el contexto y la realidad de la cruda disciplina de la viabilidad de los autónomos. El sistema administrativo, rígido, distante, soberbio, incluso despectivo, exige al bar tienda rural una sofisticación que más que equilibrar, asfixia.
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La cuestión no es si Verifactu se retrasa un año –¿por cortesía diplomática?–, sino si se está dispuesto a rediseñar –¿con pacto de Estado?– una arquitectura administrativa lenta como un paquidermo y agotada en sus respuesta para esos tiempos que vuelan. Porque cuando quienes sostienen la gran parte de la vida cotidiana se convierten en el eslabón débil que necesita salir a las calles, algo del exacerbado clientelismo político se está desbocando
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A veces habría que recordar a ciertos administradores, más a menudo, quien contribuye a su bienestar.
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Los autónomos no creo quieran épica ni heroísmo: solo dignidad, realismo y un trato proporcionado al país que realmente existe. Y no al alternativo, y clientelar, de algunas políticas públicas.
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