Mucho más que unas memorias
Lo que queda a la espalda pudiera parecer una obra desmesurada si atendemos a sus casi mil páginas, densas en cuanto al contenido y tupidas tipográficamente, en cualquier caso, justificadas por lo excepcional y extraordinario del protagonista, sin duda la personalidad más transcendente en el ágora astur de las últimas décadas.
[–>[–>[–>Sobre un itinerario personal rico en inquietudes, pasiones, intereses y conocimientos – el contexto imprescindible para entender su trayectoria y pensamiento político – nos lega la crónica cualificada de la Asturias de los últimos decenios, por su protagonismo en la misma, sus dotes para el relato, una mirada que indaga en los rincones menos iluminados, (propio del poseedor de una sensibilidad especial) y todo ello aderezado por un acreditado espíritu revisionista, próximo a la rebeldía.
[–> [–>[–>Las memorias (parciales, toda vez que, en plenitud intelectual, el autor, abundará en el próximo futuro, estoy seguro, en su producción como erudito o estudioso de amplio espectro) resultan imprescindibles para conocer una etapa crucial en la historia de Asturias, desde el tardofranquismo, hasta la actualidad.
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Memorias de banda ancha, por cuanto atraviesan una vida longeva, plena de experiencias y vocaciones, con especial atención a la literatura, el medioambiente, la historia, el arte, la abogacía y como no, la política en su dimensión especulativa y práctica, cuestión esta última en la que me quiero detener y que justificaría estas breves líneas.
[–>[–>[–>De entre unas memorias que retroceden y avanzan en el tiempo entrecruzando asuntos muy diversos, todos merecedores de la máxima atención, me interesa extraer aquello que conecta con el personaje público, el pensamiento político y su ejecutoria, que ha resultado tan trascendente para el nosotros. Como en toda biografía, nos incumbe atender al conjunto, a modo de contexto envolvente: familia, amigos, amores, infancia y adolescencia, experiencias, personajes relevantes con los que ha compartido y que le han ayudado a construirse, y como no, a su importante producción literaria en amplia gama de suertes, (ensayo, novela, poesía, teatro, articulista) aunque para los no iniciados en esta parte sustancial de su vida, les anticipo que Pedro de Silva no es autor para lectores aquejados de indolencia o pereza. Exige atención, dedicación y un cierto esfuerzo intelectual; no se si de minorías, al menos, para lectores avezados.
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Concluida la lectura de estas memorias, me ha venido a la memoria Galdós y sus Episodios Nacionales (siempre he pensado que resultan imprescindibles para aquellos que quieran iniciarse en formato ameno – de manera novelada – en la historia de España del XIX) por cuanto, aunque en otra dimensión, su lectura resultará imprescindible para entender toda una época: la de los cambios de todo orden acaecidos desde la Asturias de la preautonomía en cada una de las variables de la vida, relatados por quien fue testigo y protagonista al tiempo, e historiados por una personalidad que aúna lo mejor de la cultura de la ilustración (la racionalidad), en una exitosa y delicada mixtura con lo emocional, salpimentado con una dosis de panteísmo, que concluye en la construcción de un potente relato de país (Asturias). Pedro de Silva ha cimentado una vigorosa narrativa de país, que incorpora legítimo orgullo y autoestima, conceptualmente un robusto argumentario para un arquetipo de Estado que ensamble particularismo y unidad. Tan lejos del cantón de Cartagena, como ofendido por el añejo centralismo madrileño – la vieja Castilla dominante – incapaz de interpretar correctamente la fortaleza que se desprende de una pluralidad incardinada en un federalismo fuerte.
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[–>Llama la atención, cuando hace balance de personas que por distintas razones se entrecruzaron en su vida (y que jalonan su peripecia vital), la bonhomía con la que recorre este abigarrado, abundante y diverso paisaje humano, proyectando luz, sobre cada uno de ellos (en algunos supuestos hasta el exceso, como es mi caso) para iluminar su mejor cara. Síntoma de que no parece tener cadáveres en el armario, ni necesidad de ajustar cuentas con el pasado; salvando, eso sí, algunas discrepancias conocidas con Felipe González y Alfonso Guerra en materia de construcción del modelo de Estado, reconociéndoles, no obstante, su aportación a la gobernanza y modernización de España.
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Esta modesta contribución a la difusión y el conocimiento de estas memorias (retrato de una época) cuyo contenido me parece imprescindible para entender Asturias, no puede concluir sin una mención al legado de más entidad de Pedro de Silva, o el que yo más aprecio – por caro – de entre todas sus virtudes, y que estimo ha servido de guía de vida para varias generaciones; los valores que encarna, o, lo que él denomina “decencia en la conducta”. Coherencia entre pensamiento y ejecutoria. Irreprochable en el proceder. Siempre equilibrado y con sentido de la proporción; al fin, educado y correcto. Un legítimo heredero de la mejor tradición ilustrada gijonesa encarnada en Jovino, cuyo apellido le alcanza por vía materna.
[–>[–>[–>Comencé la redacción de estas líneas con el propósito de huir de la inevitable “laudatio”, que me consta incomoda al protagonista, pero el hipotálamo, órgano depositario y regulador de las emociones se ha independizado y tomado vida propia. En cualquier caso, en tiempos ariscos y ásperos, propensos a lo banal y a las simplificaciones, celebrar la excelencia se ha convertido en una exigencia moral, aunque no pueda uno evitar un cierto acceso de melancolía.
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Lo que queda a la espalda pudiera parecer una obra desmesurada si atendemos a sus casi mil páginas, densas en cuanto al contenido y tupidas tipográficamente, en cualquier caso, justificadas por lo excepcional y extraordinario del protagonista, sin duda la personalidad mas transcendente en el ágora astur de las últimas décadas.
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Sobre un itinerario personal rico en inquietudes, pasiones, intereses y conocimientos – el contexto imprescindible para entender su trayectoria y pensamiento político – nos lega la crónica cualificada de la Asturias de los últimos decenios, por su protagonismo en la misma, sus dotes para el relato, una mirada que indaga en los rincones menos iluminados, (propio del poseedor de una sensibilidad especial) y todo ello aderezado por un acreditado espíritu revisionista, próximo a la rebeldía.
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Las memorias (parciales, toda vez que, en plenitud intelectual, el autor, abundará en el próximo futuro, estoy seguro, en su producción como erudito o estudioso de amplio espectro) resultan imprescindibles para conocer una etapa crucial en la historia de Asturias, desde el tardofranquismo, hasta la actualidad.
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Memorias de banda ancha, por cuanto atraviesan una vida longeva, plena de experiencias y vocaciones, con especial atención a la literatura, el medioambiente, la historia, el arte, la abogacía y como no, la política en su dimensión especulativa y práctica, cuestión esta ultima en la que me quiero detener y que justificaría estas breves líneas.
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De entre unas memorias que retroceden y avanzan en el tiempo entrecruzando asuntos muy diversos, todos merecedores de la máxima atención, me interesa extraer aquello que conecta con el personaje público, el pensamiento político y su ejecutoria, que ha resultado tan trascendente para el nosotros. Como en toda biografía, nos incumbe atender al conjunto, a modo de contexto envolvente: familia, amigos, amores, infancia y adolescencia, experiencias, personajes relevantes con los que ha compartido y que le han ayudado a construirse, y como no, a su importante producción literaria en amplia gama de suertes, (ensayo, novela, poesía, teatro, articulista) aunque para los no iniciados en esta parte sustancial de su vida, les anticipo que Pedro de Silva no es autor para lectores aquejados de indolencia o pereza. Exige atención, dedicación y un cierto esfuerzo intelectual; no se si de minorías, al menos, para lectores avezados.
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Concluida la lectura de estas memorias, me ha venido a la memoria Galdós y sus Episodios Nacionales (siempre he pensado que resultan imprescindibles para aquellos que quieran iniciarse en formato ameno – de manera novelada – en la historia de España del XIX) por cuanto, aunque en otra dimensión, su lectura resultará imprescindible para entender toda una época: la de los cambios de todo orden acaecidos desde la Asturias de la preautonomía en cada una de las variables de la vida, relatados por quien fue testigo y protagonista al tiempo, e historiados por una personalidad que auna lo mejor de la cultura de la ilustración (la racionalidad), en una exitosa y delicada mixtura con lo emocional, salpimentado con una dosis de panteísmo, que concluye en la construcción de un potente relato de país (Asturias). Pedro de Silva ha cimentado una vigorosa narrativa de país, que incorpora legitimo orgullo y autoestima, conceptualmente un robusto argumentario para un arquetipo de Estado que ensamble particularismo y unidad. Tan lejos del cantón de Cartagena, como ofendido por el añejo centralismo madrileño – la vieja castilla dominante – incapaz de interpretar correctamente la fortaleza que se desprende de una pluralidad incardinada en un federalismo fuerte.
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Llama la atención, cuando hace balance de personas que por distintas razones se entrecruzaron en su vida (y que jalonan su peripecia vital), la bonhomía con la que recorre este abigarrado, abundante y diverso paisaje humano, proyectando luz, sobre cada uno de ellos (en algunos supuestos hasta el exceso, como es mi caso) para iluminar su mejor cara. Síntoma de que no parece tener cadáveres en el armario, ni necesidad de ajustar cuentas con el pasado; salvando, eso sí, algunas discrepancias conocidas con Felipe González y Alfonso Guerra en materia de construcción del modelo de Estado, reconociéndoles, no obstante, su aportación a la gobernanza y modernización de España.
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Esta modesta contribución a la difusión y el conocimiento de estas memorias (retrato de una época) cuyo contenido me parece imprescindible para entender Asturias, no puede concluir sin una mención al legado de más entidad de Pedro de Silva, o el que yo más aprecio – por caro – de entre todas sus virtudes, y que estimo ha servido de guía de vida para varias generaciones; los valores que encarna, o, lo que el denomina “decencia en la conducta”. Coherencia entre pensamiento y ejecutoria. Irreprochable en el proceder. Siempre equilibrado y con sentido de la proporción; al fin, educado y correcto. Un legítimo heredero de la mejor tradición ilustrada gijonesa encarnada en Jovino, cuyo apellido le alcanza por vía materna.
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Comencé la redacción de estas líneas con el propósito de huir de la inevitable “laudatio”, que me consta incomoda al protagonista, pero el hipotálamo, órgano depositario y regulador de las emociones se ha independizado y tomado vida propia. En cualquier caso, en tiempos ariscos y ásperos, propensos a lo banal y a las simplificaciones, celebrar la excelencia se ha convertido en una exigencia moral, aunque no pueda uno evitar un cierto acceso de melancolía.
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