Internacional

Trump, de pacificador a presidente intervencionista

Trump, de pacificador a presidente intervencionista
Avatar
  • Publisheddiciembre 28, 2025




Donald Trump volvió a presentarse ante su base como el “presidente pacificador” justo en Navidad, pero lo hizo anunciando un nuevo atentado. Esta vez Nigeria fue el escenario: ataques “poderosos y mortíferos”, según sus propias palabras, contra combatientes del Estado Islámico en el noroeste del país africano. El mensaje, publicado en Truth Social, mezclaba lenguaje bélico con una provocación explícita –“Feliz Navidad, incluso para los terroristas muertos”– y reabrió una paradoja central de su segundo mandato: mientras proclamaba haber devuelto la paz al mundo, Estados Unidos ha atacado al menos a ocho países en su primer año en el poder.

El caso de Nigeria resume esta contradicción. Trump afirmó haber ordenado “numerosos” ataques contra militantes que, según él, “han estado matando brutalmente principalmente a cristianos inocentes”. El Pentágono difundió un vídeo que mostraba el lanzamiento de un proyectil desde un buque de guerra y el Comando África de Estados Unidos confirmó que, “en coordinación con las autoridades nigerianas”, se llevaron a cabo bombardeos en el estado de Sokoto. Sin embargo, Abuya se apresuró a matizar la narrativa religiosa. El ministro de Asuntos Exteriores, Yusuf Maitama Tuggar, dijo a los medios británicos que se trataba de una operación conjunta contra “terroristas” y que “no tiene nada que ver con una religión específica”.

La distancia entre ambos discursos no es menor. Nigeria, el país más poblado de África con unos 240 millones de habitantes, vive una crisis de seguridad profunda y multifacética: insurgencias islamistas, bandas criminales dedicadas al secuestro, conflictos entre comunidades rurales y una respuesta estatal insuficiente. Pero tanto el gobierno nigeriano como los especialistas rechazan la narrativa de Trump que reduce la violencia a una persecución sistemática de los cristianos. Las víctimas –recuerdan– pertenecen a todas las confesiones. Apenas unas horas antes del anuncio de Estados Unidos, una explosión en una mezquita del noreste mató a cinco personas.

Aún así, Trump ha estado insistiendo durante meses en que el cristianismo enfrenta una “amenaza existencial” en Nigeria. En octubre reincorporó al país a la lista estadounidense de violadores de la libertad religiosa y, esta semana, lo incluyó en un régimen de restricciones parciales a la inmigración. El mensaje es claro: presión diplomática, sanciones simbólicas y ahora fuerza militar. Todo bajo la bandera de la protección religiosa, argumento que conecta con su base evangélica en Estados Unidos.

Nigeria es ya el octavo país atacado por las fuerzas estadounidenses desde que Trump regresó a la Casa Blanca en enero de 2025. Antes fueron Siria, Irak, Yemen, Somalia, Libia, Afganistán y Pakistán, según los propios recuentos del Pentágono y las filtraciones a medios estadounidenses. En casi todos los casos, la justificación ha sido la misma: atacar al terrorismo antes de que llegue a Estados Unidos. La semana pasada, por ejemplo, Washington lanzó ataques a gran escala contra docenas de objetivos de ISIS en Siria tras un presunto ataque contra personal estadounidense.

El patrón se repite: operaciones rápidas, anuncios grandiosos y poca claridad sobre los resultados estratégicos. En Siria, Trump había prometido durante la campaña “cerrar ese capítulo” y retirar a Estados Unidos de “guerras interminables”. Sin embargo, la presencia militar continúa y los bombardeos se intensifican cada vez que Estado Islámico reaparece en el radar. En Yemen, los ataques contra las milicias hutíes –en el contexto de la guerra regional vinculada a Gaza– contradicen su promesa de no involucrarse en conflictos extranjeros. En Somalia y Libia, los golpes selectivos mantienen una lógica de contención, no de resolución.

El contraste se hace más evidente al revisar sus planes de paz, muchos de los cuales han fracasado o siguen siendo letra muerta. Trump aseguró que lograría un alto el fuego duradero en Ucrania “en unas semanas”, pero sus esfuerzos no han conseguido detener la guerra ni acercar a Moscú y Kiev a una negociación real. En Gaza, se presentó como el único líder capaz de imponer el orden después de años de conflicto, pero la violencia persiste y su alineación incondicional con Israel ha debilitado su papel como mediador. En Afganistán prometió estabilidad tras el acuerdo con los talibanes firmado en su primer mandato; Hoy el país sigue aislado y sumido en una crisis humanitaria.

Trump ha redefinido la idea de “paz” como la ausencia de ataques directos a Estados Unidos, no como la resolución de conflictos o la reducción de la violencia global. Bajo esta lógica, bombardear preventivamente parece compatible con proclamarse pacificador. El problema, dicen los analistas, es que esta estrategia tiende a externalizar la violencia: los misiles caen lejos de casa, pero no resuelven las causas profundas de la inseguridad.

En Nigeria, los secuestros masivos de escolares –como el de más de 300 estudiantes de una escuela católica en noviembre– muestran la complejidad del desafío. Boko Haram y otras facciones vinculadas al ISIS son sólo una parte del problema; Las bandas criminales y la debilidad institucional juegan un papel igualmente decisivo. El propio presidente nigeriano, Bola Ahmed Tinubu, ha insistido en que caracterizar al país como religiosamente intolerante “no refleja nuestra realidad nacional” y ha reiterado su compromiso de proteger tanto a cristianos como a musulmanes.

Un año después de su mandato, el balance de Trump resulta incómodo incluso para sus aliados. Ha multiplicado los frentes militares mientras prometía paz, ha utilizado la libertad religiosa como argumento geopolítico y ha tensado las relaciones con gobiernos que, como el nigeriano, se niegan a ser retratados como Estados fallidos o perseguidores.



Puedes consultar la fuente de este artículo aquí

Compartir esta noticia en: