La narrativa hiperbólica del cocido madrileño no debe impedirnos ver la gravedad del momento. La primera semana de campaña electoral en Extremadura, que no es Extremadura, ha transcurrido entre dos aguas turbulentas para Pedro Sánchez: corrupción y machismo. Ninguno de estos males es herencia socialista, pero fueron dos de los tres pilares principales de su asalto al poder mediante una moción de censura. La tercera fue la cuestión plurinacional. En materia de corrupción, los últimos informes de la UCO unen tres tramas que hasta ahora aparentemente estaban inconexas ya que Leire está integrada en la trama de Cerdán y Servinavar a través de Antxon Alonso y su vinculación con Vicente Fernández las vincula a todas con María Jesús Montero. Y en el tráfico, la bomba de racimo se propaga por casi todas las empresas públicas. Así que ayer viernes la única que pudo ofrecer una rueda de prensa fue Rebeca Torró, a quien le ponen la cara de Ciprià Ciscar. Una maldición hace que los socialistas valencianos siempre acaben dando la cara cuando las cosas empeoran en Ferraz. En lo que respecta a la cloaca del machismo, la explosión de "caso salazar" Se ha convertido en una bomba de racimo que se propaga por varias federaciones socialistas, confirmando una vez más que las redes de impunidad frente a los abusos cimentan las estructuras de poder. Salvando las distancias, al PSOE le sucede algo parecido a lo que le ocurrió a la Iglesia con el encubrimiento de pedófilos que cimentó el poder del Vaticano durante décadas.



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