Así es Bielorrusia, el país más soviético de Europa
El KGB no ha muerto. Al menos no en Bielorrusia, que conserva el nombre de la agencia de inteligencia (y la fama) de la época soviética. Cuando el telón de acero cayó, el comunismo desapareció en todo el continente europeo. Estados que vivieron durante décadas en un modelo socialista como Checoslovaquia, Rumanía, Polonia o Hungría lo abandonaron gratamente. Incluso el gran referente, la Unión Soviética, vio cómo las 16 repúblicas que la formaban iban paulatinamente convirtiéndose en países capitalistas, a pesar del duro choque que supuso para sus economías y para sus ciudadanos. Hubo una excepción notable a este cambio de paradigma: Bielorrusia, que en 1994 decidió regresar a las raíces y socializar su economía de forma parcial. Aunque nunca volvieron a ser como la URSS, este estado es a día de hoy (con permiso del llamado «último reducto soviético» del estado no reconocido de Transnistria, en Moldavia) el más similar a este estado desaparecido. Fuertes garantías sociales, intervención del estado en la economía, simbología soviética y empresas estatales en muchos sectores entre otros factores convierten a este Estado, que este domingo celebra elecciones presidenciales con la previsible victoria de Aleksander Lukashenko, en el más parecido a algo soviético.
En cualquier supermercado es posible hacer la compra diaria únicamente comprando productos estatales. Desde el chocolate President, a las verduras y la carne de las granjas públicas, la cerveza Krinitsa, el vodka Radamir, entre muchos otros. También está permitida la presencia de propiedad privada e incluso de multinacionales extranjeras, pero tienen un peso menor que en otros países europeos. La industria automobilística también es relevante en el país, con fábricas de coches y tractores. Estos últimos son tan simbólicos que incluso en tiendas de souvenirs venden llaveros y chocolates con la imagen de estos vehículos.
Granjas públicas
Actualmente la mayoría de las tierras cultivables son propiedad del Estado, cerca del 95%, y como en la URSS, existen granjas y plantaciones de propiedad estatal. Una de ellas es el Agro-Kombinat Derzhinsky, situado a las afueras de Minsk, la capital del país. Esta granja tiene principalmente vacas que producen leche y pollos que se venden tanto en el mercado nacional como en Rusia y China. Serguéi Mitkovets, responsable de los animales en la granja bovina, explica a EL PERIÓDICO que los trabajadores del lugar cuentan con todo tipo de facilidades, desde alojamiento gratuito hasta hospitales, escuelas y equipamiento deportivo. Cuando se pregunta por el salario de los trabajadores, tanto él como Inna Kordas, otra de las dirigentes del mismo koljós, dan respuestas vagas. Mientras los directivos de la granja explican esto, diferentes mujeres supervisan que las máquinas sacaleches funcionen correctamente en las vacas.
«Como en el capitalismo, las granjas con mejores resultado ofrecen mejores salarios», explica Mitkovets, sin dar cifras aproximadas. Él mismo añade que aunque aún hoy en día existen planes quinquenales, el estado no solicita unas cuotas determinadas como en la época soviética. Para que funcionen estas instalaciones, señala Kordas, el Estado da «créditos muy favorables a las granjas estatales para que puedan funcionar», y a cambio apunta que deben garantizar «su compromiso para alimentar a los bielorrusos».
Minsk, ciudad socialista
Como muchas ciudades de la URSS, Minsk necesitó reconstruirse después de la Segunda Guerra Mundial. Al ser uno de los territorios más occidentales del país, fue uno de los que más sufrió el conflicto y por lo tanto muchos edificios en pie se construyeron tras la derrota nazi. El estilo arquitectónico socialista fue algo que las autoridades locales abrazaron para nunca soltar y a día de hoy parece incluso más soviética que Moscú. Estatuas de Lenin, estrellas rojas y otros símbolos de ese tiempo son más comunes que en la capital rusa.
Como en la era soviética, La Casa de los Sindicatos sigue en funcionamiento y ostentando la hoz y el martillo en su cúspide. Una pantalla en su lateral glorifica a trabajadores de diferentes sectores como el metalúrgico, tal y como hacía en su momento la propaganda comunista. No muy lejos está el Palacio del Deporte y hoteles cercanos como el Planeta o el Belarús lucen murales del estilo soviético u otros símbolos similares. Pocos anuncios en la calle son de empresas privadas y todavía menos de compañías extranjeras. Aún y ser lo más parecido a un país soviético en la actualidad, los bielorrusos no se ven como un estado así. «¿Soviético? No somos un país soviético, somos un Estado progresista», asegura Inna Kordas desde el koljós.
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