Bielorrusia, una revolución silenciada
2020 fue un año extraño. El mundo paró por la pandemia del covid 19 y el estable régimen bielorruso se tambaleó llegando a temer lo peor. Tanto a Aleksander Lukashenko como a su homólogo ruso, Vladímir Putin, les saltaron las alarmas: parecía que empezaba una ‘revolución de colores‘ en Bielorrusia. Este tipo de protestas (que Moscú señala que son obra de Occidente) son las que alejaron a Georgia y a Ucrania de Moscú y el Kremlin no quería perder a su aliado más fiel, algo que le dejaría más indefenso pero que sobretodo le asestaría un fuerte golpe moral por la simbólica pérdida de otro «país hermano» de Rusia. La propaganda de la época zarista hablaba de las tres Rusias, la pequeña (Ucrania), la blanca (Bielorrusia) y la grande, la que hoy en día es la Federación Rusa, y esa idea ha perdurado en la psique de los gobernantes del país, que ven con malos ojos que los países exsoviéticos huyan de Moscú, en especial aquellos que consideran cercanos.
Aquel 2020, los bielorrusos salieron a la calle en repetidas ocasiones contra el régimen y por un cambio político que nunca llegó. Los máximos representantes de esa Bielorrusia contestataria están en la cárcel o en el exilio. Es el caso de Svetlana Tikhanóvskaya, la voz más relevante de la oposición. El poder de Minsk la presionó para abandonar el país después de haber liderado las protestas y de haberse presentado en las presidenciales contra Lukashenko. Ella y su equipo tildaron las elecciones de fraudulentas y pidieron su repetición. La opositora ya se presentó en nombre de su marido, el bloguero Siarhei Tikhanovski, que entró en prisión cuando quería disputarle la presidencia al líder bielorruso.
El matrimonio Tsepkalo también es uno de los activos importantes para la disidencia bielorrusa. Veronika fue miembro de la campaña de Tikhanóvskaya mientras que Valery no pudo presentarse y abandonó el país con su esposa. Maria Kolésnikova fue de las pocas voces relevantes que prefirió quedarse en el país tras las elecciones de 2020, algo que acabó pagando con la cárcel, donde cumple condena con cargos de intento de dañar la seguridad nacional y de usurpación del poder. Muchos bielorrusos de a pie también sufrieron las consecuencias con detenciones, despidos y multas.
Anonimato
Años después, con algo de respeto, los bielorrusos aceptan hablar de política pero desde el anonimato. Es el caso de Svetlana (nombre ficticio), quien asegura que responder abiertamente «da miedo«. Así también lo ve Mijáil, que lo ve como algo «poco seguro» y por ello no quiere que se cite su nombre real en este artículo. Ambos creen que Lukashenko seguirá mucho tiempo en el poder. «Intentará quedarse todos los años posibles», opina Svetlana, antes de señalar que «en 2020 hablar de estos temas era más fácil, muchos los comentaban abiertamente». «Hace cinco años era mucho más sencillo hablar de estos temas políticos», coincide Mijáil.
Con el pasado metido a fuego en la memoria, el régimen bielorruso no quiere que se repita la historia. En previsión a lo que pueda suceder el mismo día de las elecciones presidenciales, está previsto que el Gobierno de Minsk ‘apague’ internet el mismo día 26. Muchos servicios de VPN, que permiten acceder a webs bloqueadas en un país no funcionan en el momento de escritura de este artículo. Estas medidas buscan combatir cualquier intento de organizar una manifestación a través de las redes sociales y similares.
Muchos medios independientes han cerrado o han tenido que salir del país. Un caso paradigmático es el de Nexta, que funciona desde Polonia principalmente a través de YouTube y su canal de Telegram y fue acusado por la justicia bielorrusa de «terrorista» en 2022. Uno de sus referentes, Román Protasevich, fue detenido en 2021 cuando Minsk obligó a su avión a aterrizar en el país. No fue el único caso, según la oenegé Reporteros Sin Fronteras hay almenos 41 periodistas detenidos, a los que se suman unos 400 que se vieron obligados a abandonar el país en los últimos años.
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