Corea del Sur celebra elecciones presidenciales con la voluntad de enterrar el peor episodio de su democracia
Corea del Sur entierra este martes en las urnas el episodio más oprobioso de sus cuatro décadas de democracia. Nada de lo ocurrido en la política nacional de los últimos seis meses se entiende sin aquella inverosímil ley marcial ordenada por el ya expulsado presidente conservador Yoon Suk Yeol. Si hay suerte también servirán las elecciones para terminar con el caos, las divisiones paralizantes, la incertidumbre y los presidentes interinos. Nunca ha escaseado el fragor en el país, bastará con mantenerlo en dimensiones manejables.
Las encuestas dan unos 10 de puntos de ventaja a Lee Jae-mung, del progresista Partido Democrático (PD), aún en la oposición. Es una ventaja inusual en un país de elecciones apretadas. En las últimas, sin ir más lejos, fue necesaria la foto-finish para acreditar la derrota del mismo Lee por un 0,73% de votos. El candidato progresista fue uno de los legisladores que aquella aciaga noche de diciembre saltó la verja del Parlamento para tumbar la ley marcial en una votación desesperada y ha prometido en campaña reformas constitucionales que rebajarán las competencias presidenciales para impedir que se repita.
Su competidor es Kim Moon-soo, líder del conservador Partido del Poder Popular (PPP), aún en el Gobierno. Su elección ha sido juzgada como suicida por los analistas más sensatos. Fue el único miembro del Gobierno que apoyó la medida de su jefe y sólo bien entrada la campaña electoral se retractó a regañadientes. Representa la continuidad con una figura percibida como radioactiva por la mayor parte del electorado. El sentido común aconsejaba un candidato moderado y regenerador en unos comicios parecidos a un referéndum sobre aquella ley marcial que devolvió el país por unas horas a los brumosos tiempos de la dictadura militar. En la memoria persiste que después del mandato de Park Geun-hye, presidenta conservadora también descabalgada por el Tribunal Constitucional, su partido fue aplastado en las siguientes elecciones.
Chalecos antibalas y cristales blindados
La política surcoreana, nunca sosegada, es hoy más feroz de lo acostumbrado. Los candidatos se han protegido en algunos mítines con chaleco antibalas y cristales blindados. No es raro que partidarios de uno y otro partido exijan a gritos en sus cotidianas concentraciones la cárcel o la ejecución para los candidatos contrarios. Con esa crispación, entre otros asuntos, tendrá que lidiar el ganador. Es seguro que no será un mandato fácil. Los problemas estructurales, ninguno tan alarmante como la natalidad más baja del mundo, se han agravado con el desafío arancelario de Estados Unidos, especialmente dañino en una economía muy dependiente de las exportaciones. También las relaciones con China, muy deterioradas con Yoon por su inclinación hacia Washington, o las tensiones con su vecino del norte, ahora acentuadas por el auxilio militar ruso, son asuntos delicados.
Con tres presidentes en funciones ha contado Corea del Sur en los últimos seis meses por la pulsión del PD, mayoritario en el Parlamento, a utilizar la moción de censura sin recato. Yoon, un tipo duro que llegó al poder desde la Fiscalía, ha encadenado reveses desde que envió a los militares al Parlamento apelando a fantasmales confabulaciones de los progresistas con los norcoreanos. Su destitución en la Cámara baja fue ratificada en abril por el Tribunal Constitucional tras una deliberación extrañamente larga de cuatro meses. No acaba ahí su agonía. También es procesado por la justicia penal por insurrección y rebelión junto a su ministro de Defensa, Kim Yong-hyun. Para esos delitos, que escapan a la inmunidad presidencial, contempla la ley castigos como la cadena perpetua y la pena de muerte, aunque esta no se cumple ya en el país.
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