Cosas del fútbol
Ya que el fútbol explica la sociedad contemporánea mejor que nada, viene bien un símil futbolístico para entender el sainete del fiscal general del Estado. Si en el curso de un Sporting-Oviedo, por ejemplo, el árbitro tuviera la ocurrencia de susurrarle a un jugador azul así, en plural, que estamos perdiendo el partido- o sea, el relato- la peña rojiblanca protestaría con razón: el árbitro es de todos y tiene que ser imparcial. Bueno, pues eso es lo que pasa. Arenas de Cabrales es de Cabrales, el potaje de garbanzos es de garbanzos, el Sporting de Gijón es de Gijón pero el fiscal general del Estado es de quien lo nombró, y por eso hace trampas tan penosas como las que hace. Cero mensajes, enfatizaban jubilosos los fans de nuestro presidente. Alucinante. Otro símil de balompié: eso es como si los altos mandos del Sporting dijeran que el equipo encajó cero goles durante las vacaciones de Navidad. Sólo a un repugnante se le ocurriría argumentar que no hubo partidos.
El apoyo que recaba el gobierno se basa en una premisa perversa: somos los buenos y tenemos derecho a ser malos de vez en cuando y hacer un poco de trampa, que en el país de Lázaro de Tormes tampoco es una catástrofe. Todo en el PSOE actual es así. Los buenos pueden ser malos por nuestro bien. El concepto de maldad, como el de libertad, no es lo que era entre los socialistas de hoy. Salta Felipe en su rincón y dice que Maduro es un tirano, opinión secundada por buena parte del mundo civilizado. Y en el PSOE mantienen ese gesto esquivo, y ya tan cansino y tan irritante, de quien espera que termine un chaparrón. La conclusión es obvia: en la política contemporánea, los individuos se agrupan tribalmente para lograr los privilegios del poder y mantenerlos. Pasa en otros ámbitos. Pero hay estrategias y estrategias: creer que Zapatero tiene madera de ideólogo y seguir sus directrices es tan sensato como encomendarle a MJ Montero, siempre tan sureña, la reconquista electoral de Andalucía. En el PSOE, en fin, hay un problema, y es que el partido se contagió de modos ajenos y ahora no sale de su confusión. Es evidente que el felipismo fue una especie de estirón hormonal y que, entrado en la madurez, el partido prefiere saltarse el decoro socialdemócrata, que es un engorro. En fin. Callarse la boca por conveniencia política cuando se habla de Venezuela es casi de mala persona, que diría Yolanda D. Ese casi va a crear tendencia. Los discrepantes son casi malos: un hallazgo. Ganar el relato: qué chorrada. Cero mensajes: poesía. ¿Nos lo mereceremos? En esas estamos.
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