El niño que se subía al mostrador
Cada uno de nosotros guarda recuerdos de su infancia. Los que vivimos una infancia feliz y despreocupada tenemos reminiscencias de personas y situaciones agradables. Algunos recuerdos son tan intrascendentes como caprichosos y te preguntas por qué diablos quedaron grabados en tu memoria y no los acontecimientos realmente importantes. Y después crecemos, aprendemos, reímos y lloramos, forjamos amistades, viajamos, tratamos de comprender el mundo y envejecemos. En definitiva, vivimos y soñamos.
[–>[–>[–>Les quería contar un viaje reciente y revelador al que asistí: un congreso de Tribunales de Cuentas en Brasil. Estas entidades públicas, que tiene cualquier país, auditan lo que hacen los gobiernos, administraciones y empresas públicas. Es decir, realizan un control externo en materias tan importantes como la contratación pública, las subvenciones concedidas, evalúan la eficiencia y eficacia de las políticas públicas, fiscalizan las cuentas de los partidos políticos, etc. La expedición española estaba muy bien capitaneada por el experimentado Antonio Arias, exconsejero de la Sindicatura de Cuentas de Asturias, y gran conocedor de dichas instituciones brasileñas desde hace décadas, a la par que estimado por éstas. Tuve el placer de compartir el viaje con un pequeño grupo de altos funcionarios, mujeres y hombres que dan dignidad y sentido al término de servidor público.
[–> [–>[–>La economía globalizada hizo acto de presencia desde el mismo instante en que aterrizamos en el moderno aeropuerto de la ciudad Florianópolis, lugar del encuentro. La pasarela que se acopla al avión (llamadas fingers) fue fabricada en Mieres o cuando entramos en una cafetería y vimos el logotipo de una archiconocida cerveza gallega.
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El congreso se celebró en el palacio de exposiciones de la bella –y segura– ciudad, perteneciente al estado de Santa Catarina, situado en la costa sur de Brasil. Más de 3.000 asistentes de varios países compartiendo experiencias y buenas prácticas a lo largo de una semana. También tuvimos tiempo para conocer el entorno, una isla con hermosas playas y paisajes, apreciar su gastronomía, asombrarte por los modales brasileños (no hablan alto, los vendedores no avasallan, los coches no pitan, etc.) u observar el urbanismo selvático (mitad legal, mitad ilegal) donde en el mismo tramo de carretera hay una barbería, cuatro casas, un taller de coches y un gimnasio, con tanta diversidad constructiva y cromática como gustos y penurias tiene el ser humano.
[–>[–>[–>Nos convertimos en viajeros, dejándonos llevar por la hospitalidad de los anfitriones y sus recomendaciones para visitar lugares. Como dijo Chesterton «el turista ve lo que ha ido a ver, el viajero ve lo que ve». Un día fuimos sobre la marcha a conocer una afamada playa, a media hora en furgoneta. Al llegar, nos desconcertó un grupo alborotado de personas en bañadores y bikinis que empezó a saludarnos efusivamente: la delegación de Argentina. No sabemos si la alegría era fruto de la bebida o eran las raíces históricas en común. Sin duda, españoles y argentinos sabemos disfrutar de los congresos profesionales caipirinha en mano.
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Uno de los momentos más excitantes del viaje fue cuando un inspector de la Policía Federal de Brasil me metió en su coche. No me había detenido por un delito, más bien por una sincera amistad intelectual: al realizar mi doctorado en la Universidad de Oviedo le contacté para desarrollar una herramienta informática que detectase cárteles de empresas que amañan licitaciones públicas. La pasión por el conocimiento y tratar de hacer una sociedad mejor es capaz de unir a personas tan distantes como dispares. Me llevó a su casa a cenar con su mujer y su hijo, agasajándome con una parrillada para que degustase el verdadero churrasco brasileño: diversos cortes de carne de vacuno a la brasa atravesados por una espada. Pasamos una memorable velada charlando sobre Brasil y España, sobre lo divino y lo humano, regado por vinos chilenos y argentinos. Me confesó que estaba harto de la Justicia de su país, las pruebas policiales que recaban apenas sirven para encarcelar a los maleantes porque sobornan a los jueces. Una realidad muy distinta a la expuesta por las autoridades brasileñas dentro del congreso. El policía creía que el otro gran problema nacional es la inseguridad; unos días antes acompañó a su hijo, de 23 años, a Río de Janeiro porque, como padre y policía, no quería dejarlo sólo en una ciudad tan peligrosa. Por suerte, su ciudad Florianópolis es de las menos inseguras, válida hasta para un párvulo occidental como yo.
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[–>La delegación hispana quedó impresionada por el alto grado de desarrollo y capacidad que tienen los Tribunales de Cuentas brasileños. Por ejemplo, han desarrollado con personal propio un modernísimo sistema informático para luchar contra el fraude y corrupción en la contratación pública. En una misma base de datos tienen la información de las licitaciones, de las empresas contratistas y de sus accionistas o apoderados (dónde residen, quiénes son sus familiares, qué coches poseen, sus números de teléfono, etc.). Es la manera práctica de combatir e investigar estos delitos que tristemente ocurren en nuestro país. Por desgracia, las administraciones y organismos públicos de España no cuentan con una herramienta similar tan potente para realizar eficazmente su trabajo. Decía Flaubert que «viajar nos hace modestos».
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Uno de mis primeros recuerdos de infancia es en el pueblo, acompañando a mi abuelo hacia la caja de ahorros para cobrar su humilde pensión proveniente de la agraria. Me daba su enorme mano, visto con los ojos de un niño de cinco años, y entrábamos al local donde había un mostrador –sigue existiendo, al gallego no le gusta el cambio– que ocupaba todo el ancho. El banquero lo despachaba y yo, abajo sin ver nada, intrigado por lo que se ocultaba tras la infranqueable barrera, trataba de encaramarme al mostrador para ver lo que sucedía. A veces, mi abuelo se apiadaba y me cogía en brazos desvelando el nuevo mundo. Tal vez en eso consista la vida, en mantener la curiosidad e ilusión para querer ver más allá de nuestros muros y tener la suficiente modestia para dejarnos alzar e ilustrar.
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