El reloj inteligente
La historia de hoy no sé si va de humor o no; bueno, algo de gracia puede ser que tenga, pero no sé en qué acabará la cosa. Os cuento: una de mis hijas tuvo la buena ocurrencia de pedirme como regalo de Reyes uno de esos relojes inteligentes; «ya es hora de que te modernices», me dijo mientras me daba una cajita negra con un brillo sospechoso. Yo, que jamás he necesitado más que un Casio barato para saber la hora, miré aquel artefacto con recelo. Pero mi hija insistió: «Es un reloj inteligente, papá, mide todo: tus pasos, tu sueño, tus pulsaciones… Incluso te avisa si algo anda mal».
A mí, aquello de que un aparato tuviera tanta información sobre mí mismo no me convencía para nada; mira tú si empieza a enterarse de cosas que ni yo sé, pensé con un escalofrío. Pero me lo puse, porque uno no le dice que no a su hija sin que te lancen un discurso de media hora sobre la terquedad de su padre. Sí.
Pero esa misma noche, empezó la historia. Me levanté al baño, medio dormido, arrastrando las zapatillas. Fue entonces cuando, en medio del silencio nocturno, el reloj cobró vida. Una vibración discreta en mi muñeca y un mensaje: «Es hora de revisarte la próstata». Casi me caigo del susto. ¿Cómo demonios sabía el reloj que mi próstata existía? Ya no pegué ojo en toda la noche. Me acosté, me levanté , me acosté de nuevo, y cada vez que giraba la muñeca, allí estaba aquel mensaje una y otra vez: «Es hora de revisarte la próstata». La leche con el reloj.
Ya por la mañana, casi sin dormir, fui a visitar a mi madre, que vive cerca y estos días andaba con algo de gripe, y se me ocurrió usar el mapa del reloj para probar cómo funcionaba. Puse la dirección y la llamé «Casa Madre». Si el artefacto iba a ser tan listo, al menos que me guiara, a ver cómo lo hacía. En el camino, decidí entrar en una farmacia para comprar un analgésico. Apenas puse un pie dentro, el reloj comenzó a protestar: «Te has salido de la ruta Casa Madre. Regresa al inicio». Yo, que intentaba mantener la dignidad, ignoré el aviso. Pero el reloj no tenía intención de callarse: «Hoy no has alcanzado aún el número de pasos saludable; recuerda que tienes que revisarte la próstata; esta noche no has tenido un sueño profundo. Te has salido de la ruta Casa Madre».
El farmacéutico levantó una ceja, y una señora que estaba a mi lado, mirando el reloj con curiosidad, preguntó que qué decía de la próstata y de mi madre. Rojo como un tomate, salí huyendo sin el analgésico y con un deseo creciente de tirar aquel aparato al río. Pero en la siguiente esquina, me encontré con una vieja amiga a la que hace tiempo que no veía. «Ricardo, cuánto tiempo», me dijo ella; yo le sonreí, pero justo cuando iba a responder, el reloj empezó a hablar: «Te has salido de la ruta Casa Madre. Regresa al inicio» y no contento con eso, volvió con la retahíla: «Tienes que hacer una vida menos sedentaria; aún no has quemado las calorías diarias convenientes; en tus pasos se aprecia una asimetría de la marcha del 2 por ciento». Mi amiga se quedó mirando el reloj: «Vaya colega que te has echado», me dijo con retranca. «Te has salido de la ruta Casa Madre, regresa al inicio», le contestó aquel bicho. Yo respondí algo incomprensible y me despedí a toda prisa. En mi cabeza, ya tenía claro lo que iba a hacer.
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Más tarde, cuando volví a casa, entré en una página de internet y puse un anuncio breve y directo: «Cambio reloj inteligente por camisa hawaiana de talla amplia». Al día siguiente, recibí una oferta. Nunca fui tan feliz como cuando, pocos días más tarde, al recibir un paquete, encontré una camisa multicolor y completamente inofensiva. Ahora me queda explicarle a mi hija dónde puse el reloj y dónde compré esa luminosa camisa. A ver lo que le digo. Ya os contaré en qué acaba esto; es lo que hay.
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