Iwao Hakamata, el japonés absuelto tras pasar 47 años en el corredor de la muerte

¿Cuánto vale una vida? La de Iwao Hakamata, desperdiciada en el corredor de la muerte, ha sido cuantificada en 217 millones de yenes o 1,3 millones de euros esta semana por el Tribunal de Shizuoka. Son 12.500 yenes o 77 euros diarios durante los 47 años que penó por las tropelías policiales. Ni siquiera podrá disfrutar la compensación Hakamata. Aquel fibroso treintañero que entró en la cárcel es un anciano senil de 89 años al que apenas se le escapa alguna sonrisa con sus gatos. “Vive en su mundo de fantasía”, ha descrito su hermana y artífice de una épica victoria judicial.
Hakamata es el preso que más tiempo ha pasado en el corredor de la muerte en todo el mundo y, desde el lunes, el que ha recibido la mayor compensación de la justicia japonesa. Sus abogados ya advirtieron de que solicitarían la máxima que permite la ley para los presos absueltos, esos 12.500 yenes diarios, y el tribunal no regateó. “Es razonable en un caso de pena de muerte cuando la falsificación de las pruebas ha sido acreditada”, razonó un miembro de su equipo legal. Es el colofón, ahora sí, de una odisea judicial que comenzó en 1966 con su detención.
Unos pantalones ensangrentados
Hakamata acababa de emplearse en una fábrica de miso tras una vida en el cuadrilátero cuando los cadáveres del encargado, su esposa y dos hijos fueron encontrados apuñalados y carbonizados dentro de su vivienda incendiada y desvalijada. La policía lo detuvo un mes más tarde atribuyéndole los pantalones ensangrentados hallados en un depósito a pesar de que le iban pequeños. Pero el tribunal contaba con su confesión y fue suficiente. La firmó tras interrogatorios que se alargaron durante 240 horas y 20 días, con golpes y privaciones de sueño.
En 2014, cuando un análisis de ADN reveló que esa sangre no correspondía al condenado ni a las víctimas, la justicia ordenó su liberación y un nuevo juicio. Este llegó tras una década de incomprensibles demoras. El Tribunal Supremo lo absolvió al fin en septiembre pasado y apuntó a la policía. Unas manchas de sangre, razonó, no habrían aguantado sumergidas durante semanas en un tanque de miso. Los pantalones, concluyó, “fueron colocados ahí por los investigadores después de un considerable espacio de tiempo”.
Los defectos del sistema
Su caso ha sido presentado por activistas y abolicionistas de la pena de muerte durante décadas como un compendio de los defectos del sistema. Sólo otros cinco presos en el corredor de la muerte han tenido una segunda oportunidad y cuatro de ellos fueron absueltos tras décadas en la cárcel. La justicia penal registra un 99 % de condenas así que una absolución lastra sin remedio la carrera de un fiscal.
Los críticos explican ese inverosímil porcentaje porque las confesiones pesan más que las pruebas. Durante décadas se ha culpado a las ‘daiyo kangoku’. Son las celdas dentro de las comisarías donde los interrogatorios carecen de límite temporal, asistencia de abogado ni vídeo que registre el proceso. La tortura es rara pero la presión y la falta de transparencia deslizan hacia las confesiones falsas. Tampoco ayuda que las declaraciones sean recogidas de forma resumida y con las palabras de los agentes y no de forma literal.
Solo hay una espera más cruel que la del reo a la fecha cierta e inexorable de su ejecución: la del que la ignora. Los condenados se despiertan preguntándose si almorzarán. Esa tortura psicológica diaria durante años o décadas, una singularidad japonesa, devasta su estabilidad mental. Masao Akahori perdió el habla durante años por el ‘shock’: una mañana acudieron los guardias para llevárselo y sólo minutos después se dieron cuenta de que se habían equivocado de celda. Lo devolvieron y se llevaron al preso de la contigua sin disculparse. El Ministerio de Justicia no revela quién ni cuándo será conducido al cadalso. Los reos carecen del derecho a su última comida y a despedirse de los familiares, quienes recibirán la noticia a posteriori para que recojan el cuerpo.
Las condiciones del corredor de la muerte japonés han sido descritas como “crueles, inhumanas y degradantes” por Amnistía Internacional. Los condenados ocupan diminutas celdas personales con las luces encendidas las 24 horas, escasísimas visitas de familiares y abogados y dos breves pausas semanales para el ejercicio. El aislamiento del mundo exterior pretende “impedir que se moleste su paz interior”, según el Ministerio de Justicia.
El 70 % de los países de la ONU han abolido la pena de muerte. Japón y Estados Unidos son las únicas democracias industrializadas que la mantienen. No se discute en Japón, con un apoyo popular del 83,1 %, según la encuesta de este año. Son dos puntos porcentuales más que cinco años atrás. Los abolicionistas pretenden victorias más verosímiles. Por ejemplo, la reforma del sistema de revisión de condenas, calificado como “la puerta que nunca se abre”. El Tribunal Supremo ya ha prometido que lo estudiará tras el caso Hakamata. No parece muy difícil. Consiste en que la corrección de un error no se demore 47 años.
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