Jane Fonda, llámame ‘woke’ | Artículo de Navarcorena sobre el discurso de Fonda en el Sindicato de Actores de Cine de Hollywood

Jane Fonda / REDACCIÓN
«No debemos, ni por un momento, engañarnos sobre lo que está sucediendo. Esto es muy serio, amigos. Seamos valientes. Debemos permanecer en comunidad. Debemos ayudar a los vulnerables. (…) Tenemos que apelar a nuestra empatía y no juzgar, sino escuchar desde el corazón (…), porque esa empatía no supone debilidad ni ser woke. Y, por cierto, ser woke es simplemente que te importan los demás». Las palabras de Jane Fonda (Nueva York, 1937) al recibir, el pasado febrero, el premio de honor a la trayectoria del Sindicato de Actores de Cine de Hollywood recogen el sentir de una mujer comprometida durante toda su vida por causas como el racismo y los derechos civiles, el cambio climático, el feminismo y las guerras, como la de Vietnam o la de Irak, con más de media docena de arrestos a sus espaldas, el último en 2019, con 81 años, cuando se la llevaron esposada por defender las energías limpias frente al Capitolio.
Su imagen, puño en alto vestida de lentejuelas de Armani Privé mientras, a sus 87 años, lanzaba su speech antiTrump al Sindicato de Actores, dice mucho de esta leyenda del cine americano, perteneciente a una dinastía de Hollywood encabezada por su padre, Henry Fonda, y para generaciones importante mito erótico tras aparecer en 1968 como protagonista en Barbarella, de Roger Vadim. Pronto demostraría que era algo más que un bonito cuerpo. Dos oscars y siete nominaciones, cuatro Globos de Oro, dos BAFTA y un Emmy lo evidencian.
En la interpretación todo se le ha dado bien, desde comedias románticas a dramas y thrillers. Aunque ella se queda con Klute (1971), con la que ganó su primer Oscar interpretando a una prostituta, como la película que le cambió y por la que abrazó el activismo social. Y en el cine ha tocado múltiples teclas, incluida la producción: se rumoreó que quiso los derechos de Mujeres al borde de un ataque de nervios, de Pedro Almodóvar, para hacer una versión americana.
Fue precisamente el cine el causante de que se transformara en toda una magnate del fitness tras poner de moda el aeróbic en las televisiones de los 80. Su obsesión era cuidar su cuerpo. En una entrevista en la BBC admitió que su padre tenía fijación por que «las mujeres fueran flacas. Tuvo cinco esposas y aunque nunca me dijo nada directamente, mandaba a una de sus mujeres a que me dijeran: ‘No te pongas ese traje de baño pues estás muy gorda’». Aquellas presiones le llevaron a sufrir bulimia durante 30 años.
Todo empezó en el rodaje de El síndrome de China (James Bridge, 1979). Se lesionó el tobillo y buscó una alternativa al ballet que practicaba. Le gustó el aeróbic, pero desechó los gimnasios porque «apestaban a testosterona». Y empezó a ofrecer sus entrenamientos en un estudio de Beverly Hills, que aprovechó para recabar fondos para una organización de izquierdas en California. En 1982, el empresario Stuart Karl le propuso filmarla y vender sus ejercicios en VHS. Aquellas coreografías musicales con coloridas mallas y bodies de aperturas infinitas la convirtieron en una gurú cuya influencia continúa a día de hoy. «La gente presupone que las estrellas de cine son ricas, pero yo no tuve dinero hasta que el negocio de la gimnasia empezó a despegar», explicó. Se hizo de oro y se convirtió en una de las mujeres más famosas, no solo de EEUU.
No todo era glamour. «Fui violada de niña, abusaron sexualmente de mí y cuando ya fui mayor me despidieron del trabajo porque no quise acostarme con mi jefe. Luego, los hombres que han pasado por mi vida fueron maravillosos, pero patriarcales, lo que hizo que me sintiera empequeñecida», reveló en su autobiografía (2005). Un pasado que quizá la llevó a definirse a sí misma como liberal y feminista. Ha estado casada tres veces, la última vez con Ted Turner, fundador de la CNN, y tiene tres hijos. En My Life So Far detalló además que su madre, Frances Ford Seymour, descendiente, según ella, de la tercera esposa de Enrique VIII de Inglaterra, Lady Jane Seymour, sufrió abusos sexuales de niña. Se suicidó a los 42 años, cuando Jane tenía 12, marcándole de por vida.
En la actualidad, y tras serle diagnosticado un cáncer en 2022, continúa su lucha con la misma fuerza y valentía con la que hace 25 años se enfrentó a un oso que olisqueaba la cuna de su nieto en Nuevo México y logró ahuyentarlo y echarlo de la habitación. Los activistas no están de moda, pero su lucha por los derechos humanos es más necesaria que nunca para abrir conciencias frente a los mensajes que están destrozando los valores que tejen una sana convivencia. Veremos cómo acaba la que Jane Fonda ha iniciado contra la actual Casa Blanca.
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