La capitalidad cultural como síntoma de una nueva Asturias

Dos grandes reuniones para consolidar la candidatura para el capital cultural | Miki lópez
La intención de Oviedo de luchar por la capitalidad de la cultura europea del año 2031 ha conseguido en sus primeros pasos una insólita unanimidad. El Principado, las principales ciudades asturianas, la Universidad, el Arzobispado, todos los grupos de la Corporación ovetense se han unido en torno a la candidatura. Que el espíritu de colaboración perdure y alcance a nuevos proyectos.
Si el localismo siempre fue señalado como la enfermedad que impedía el progreso de Asturias, el asentimiento que está logrando la aspiración de convertir Oviedo en Capital Europea de la Cultura habrá que interpretarlo como el primer síntoma de cura. Por fin se abre paso una actitud distinta, por encima de rivalidades, capaz de conseguir que los asturianos remen unidos en pos del interés general. La iniciativa cuenta además con otro rasgo que acrecienta su fortaleza: no nace impuesta desde las alturas, del Estado o la autonomía hacia abajo, sino al revés, de la visión global de entes locales como los ayuntamientos. Hace mucho que desde LA NUEVA ESPAÑA reclamamos a los dirigentes asturianos consenso en los asuntos importantes. Nunca estuvimos tan cerca de visualizarlo.
La capitalidad es la marca europea que aporta mayor realce. No solo por la oportunidad que representa para potenciar el talento creativo y transformar en calidad y cantidad la oferta cultural de quien la consigue, sino porque convierte a esa ciudad en centro de atención. Lograr un foco permanente para atraer visitantes no es poco con el turismo propulsando la economía asturiana.
No había otra forma de plantearla que desde la dimensión regional, por el tamaño de la empresa y porque en el fondo Asturias no deja de ser una región-ciudad, o una ciudad- región, según se mire. Suma méritos e infraestructuras abundantes, pero el presente y el pasado no ayudan a ganar esta carrera, sino el futuro: la proyección cultural que vaya a realizarse para una década, y su legado.
Habrá que competir de momento con una decena de ciudades españolas. El proceso obliga a establecer un plan estratégico en sentido amplio: lo artístico, lo social, la identidad europea, la diversidad, la participación, los barrios, la integración y cohesión de las zonas rurales… Se gane o se pierda, eso va a quedar para siempre.
El mundo cultural asturiano, como la comunidad, adolece de falta de autoestima y tiende a infravalorarse, a pesar de contar con figuras de peso. Un sentimiento que desemboca en su escasa ambición. Aun trabajando áreas similares, los creadores asturianos, salvo excepciones, apenas se relacionan con otros del continente, ni casi de España. Impera una gran desconexión de las administraciones entre sí y de los particulares, con mucho desconocimiento mutuo sobre experiencias y resultados.
Gijón y Avilés respaldan a Oviedo. Sin duda influye en la sintonía el talante personal y la trayectoria política de los concernidos, sus alcaldes. No están instalados precisamente en la bronca que marca la tendencia nacional y de las redes, sino más bien en el uso del respeto, la buena educación y el diálogo como herramientas para el debate. Ver a Carmen Moriyón en Oviedo y a Alfredo Canteli en Gijón, o a ambos en Avilés y a Mariví Monteserín en las otras dos ciudades resulta normal.
Quedan oportunidades para seguir construyendo región con estos mimbres, el auge de la industria de defensa o de las universidades privadas, por ejemplo. También curvas que sortear de la mano, la incertidumbre del acero, la debilidad de las ingenierías, por no hablar de la quita de deuda, la financiación y la sostenibilidad de los servicios públicos. El entendimiento comienza por la cultura. Excelente principio. La candidatura mostrará la capacidad de acción, apertura, liderazgo y modernización de los asturianos cuando deciden caminar juntos. Viendo de dónde venimos, un salto de gigante.
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