La era de la incoherencia
Este 2025, que marca el primer cuarto, del siglo XXI, pasará a la historia. No por grandes acontecimientos, como fueron en el siglo XX las guerras mundiales, la caída del bloque comunista o el dominio del imperio americano, que también. Sino por la incoherencia, la aniquilación de convenciones compartidas durante décadas. Esos detalles que nos descolocan, que nos dejan sin principios sólidos –»si no le gustan estos, tengo otros»– a los que agarrarnos. Aquellas alteraciones de una presunta normalidad que nos llevan a exclamar, como hacían nuestras madres, aquello de «esti mundu nun tá pa vese».
¿Quién nos iba a decir que la líder de la extrema derecha más potente de Europa iba a ser una lesbiana? Y no en un país cualquiera, sino en el que vivió el siglo pasado las dictaduras más férreas y más crueles: el nazismo y el comunismo (RDA). Alice Weidel, como su partido, es contraria al matrimonio entre personas del mismo sexo (la unión con su pareja es civil), a los tratamientos de fertilidad (sus dos hijos son adoptados) y mantiene la necesidad de una severa política antiimgratoria próxima al racismo (su mujer es de etnia cingalesa).
Desde luego no es el perfil que esperábamos de una política ultra y de fuertes convicciones luteranas. ¿Se imaginan una situación similar en el Vox de Abascal? ¿O que su líder estuviera casado por tercera vez como Trump? ¿O que fuera por la cuarta pareja –¿estable?– como Milei? La llamada internacional ultra no parece un bloque sólido ideológicamente, sino más bien un conglomerado de iluminados que adaptan sus principios a las conveniencias y a las coyunturas. Sólo les une el oportunismo de subirse al tsunami de movimientos anti.
En el Gobierno más feminista de la historia ha habido ministros casados y con «mantenida», en el más puro estilo del franquismo que dicen aborrecer
Este relativismo, esta falta de principios, no sólo afecta a la extrema derecha. Lo encontramos también en los partidos tradicionales. En España, resulta meridiano en el presidente y en su Gobierno. En el Gobierno más feminista de la historia ha habido ministros progresistas casados y con amante «mantenida», en el más puro estilo del franquismo que dicen aborrecer. Las únicas diferencias es que entonces abrían una mercería a la querida y le ponían un pisito modesto en el extrarradio. Ahora, le ofrecen un puesto fijo en una empresa pública, en el que ni siquiera hace falta trabajar, y un pisazo en plena Plaza de España.
La derecha tampoco se queda manca en sus incoherencias. La líder más derechista del PP –según sus enemigos–, Isabel Díaz Ayuso, defiende posturas tradicionalmente de izquierdas, como estar a favor del aborto o convivir con su novio, pareja o como queramos llamarlo sin pasar no ya por la vicaría, ni siqueira por el registro civil. Ayuso cohabita –aparentemente sin problemas– con el alcalde Martínez-Almeida, de principios y creencias bien diferentes.
La extrema izquierda tampoco se libra de la discordancia entre lo dicho y lo hecho. La prueba más meridiana es cómo Sumar ejerce a la vez de Gobierno y oposición sin despeinarse. Pero la evidencia más llamativa es el comportamiento de dos de los líderes y fundadores de la nueva izquierda, Errejón y Monedero, acusados ambos de acoso a mujeres mientras ejercían de adalides en la lucha contra los abusos machistas del patriarcado.
Tal vez la incoherencia más grave, por su influencia en el orden mundial, sea la que protagoniza a diario Donald Trump. El más nacionalista de los presidentes norteamericanos, el más aislacionista, no es que se repliegue y quiera dejar de ser el guardián del mundo, es que pretende establecer un nuevo orden mundial a su capricho. Renuncia a sus tradicionales aliados –Europa, Canadá, el mundo occidental, en suma– para echarse en brazos de su tradicional enemigo del Este.
Claro que los europeos tampoco somos nadie para presumir de coherentes. Llevamos décadas quejándonos del dominio del imperio americano y de la colonización cultural, gritando el «yankis go home» y ahora que los yankis se vuelven a casa, nos lamentamos de que nos dejen solos. Efectivamente, este mundo no hay quien lo entienda.
Suscríbete para continuar leyendo
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí