La historia de dos asturianos que acabaron en Washington gestionando millones de euros en proyectos del Banco Mundial
Se puede resumir de esta manera: en Washington D. C. (Estados Unidos) hay dos asturianos que al año manejan entre los dos más de 600 millones de euros en préstamos para proyectos hidráulicos. Pero sería simplificarlo demasiado. Hay mucha tela que cortar.
Tras los muros de la imponente sede del Banco Mundial, el gigante financiero cuyo objetivo es reducir la pobreza dejando dinero a bajo interés, están todos los días los ovetenses Luis Álvarez García Morán (1991) e Irene Rehberger (1988), estudiando este y aquel proyecto y participando en la siempre complicada decisión final: decir sí o no a transferir millones de euros para grandes proyectos en países con necesidad de agua. García Morán y Rehberger trabajan en diferentes equipos, pero con el mismo puesto, “Water Specialist (especialista en agua), aunque centrados en partes del mundo muy diferentes.
Ella se ocupa concretamente de África, de proyectos en Kenia, Somalia, Etiopía y Zimbabwe. Él se centra en regiones de Oriente Medio y norte de África y en estos momentos supervisa trabajos en Líbano, Palestina y Yemen. ¿Cómo acaban dos ovetenses ocupándose de intentar llevar agua a países que no la tienen? En ambos casos hubo una pizca de casualidad y de vocación. Empieza Rehberger, que estudió en el colegio Peñaubiña, se graduó en Derecho por la Universidad de Oviedo y en realidad iba para tenista.
De hecho, gracias a una beca de tenis pudo cursar también Medio Ambiente y Ciencias Políticas en la Universidad de Florida. “Siempre me gustaron mucho los temas de medio ambiente, pero estaba jugando a tenis a nivel muy competitivo. Pero pasó el tiempo y el tenis no me acababa de llenar. Hice Medio Ambiente y lo fui combinando con el derecho”, explica desde Washington.
Un viaje cambió su vida. “Me surgió la oportunidad de realizar un proyecto relacionado con el agua en los países de desarrollo y pude ir a Camboya con Kike Figaredo (sacerdote jesuita gijonés, prefecto apostólico de Battambang, en el país africano)”. Aquella experiencia, aunque luego vendrían muchos más viajes, lo cambió todo. “Me enamoré del país, fue un antes y un después”, explica Rehberger, que se pasó un mes haciendo entrevistas a los ciudadanos, recogiendo muestras de calidad del agua o analizando los proyectos en marcha.
El cambio de mentalidad fue total:“Me pregunté: ¿Qué hago persiguiendo una pelota todo el día? Eso es muy bonito, el tenis es fascinante, pero no me aportaba y yo tampoco”. Aunque en realidad sí siguió ligada al tenis: en otro voluntariado en Camboya colaboró en la puesta en marcha de una escuela para niños, que fue un éxito. “Recuerdo que la primera vez que jugábamos con ellos, pensaban que era beisbol”. Rehberger se dio cuenta que quería seguir ligada a proyectos de desarrollo.
Buscando trabajo en Asturias, gracias a dos amigos que llevaban un tiempo en EEUU, Manuel Arnot e Isabel Villegas, tomó otra importante decisión: irse a vivir a Washington. Era 2014. “Me pusieron en contacto con mucha gente y empecé a ir a diario al Banco Mundial. Iba y les contaba mi vida. Hasta que un día me dijeron que necesitaban a alguien que supiese de Derecho y de temas de agua”. Ahí entró en el gigante financiero y ya no salió. “Al principio me dieron veinte días de contrato, luego otros veinte, otros veinte y así. Me iba mudando de casa en casa hasta que conseguí un contrato firme”. Ahora es una pieza clave de los proyectos hidráulicos.
El engranaje con el que funciona el Banco Mundial para este tipo de trabajos es el siguiente: un país presenta un proyecto y pide financiación y el equipo hidráulico, donde está la ovetense, estudia si tiene sentido, propone alternativas, si las hubiese y ayudan a su preparación. Y solo entonces, si según los técnicos el proyecto es viable, se realiza el último paso: la financiación, aunque es el propio país el que se ocupa de licitar las obras.
Rehberger gestiona en estos momentos proyectos por valor de 385 millones entre los tres países de los que se ocupa. El trabajo más importante en el que está es una obra de irrigación en Kenia, en una zona “con una crisis enorme, de hambre y de sequía”, donde hay muchos grupos terroristas que pueden complicar todo el trabajo. La ovetense responde rápido preguntada sobre la parte más difícil de su trabajo: “Sin duda, los intereses políticos. Tenemos que tratar con el ministro de turno y eso es lo más complicado, es un desafío constante, porque implementar un proyecto no es tan difícil”, recalca Rehberger, que echó raíces en Estados Unidos: está casada con un mexicano, tiene dos hijos y de momento no ve factible regresar a Asturias, donde vive su familia.
La peripecia vital de Luis Álvarez García-Morán, también ovetense y en el mismo puesto que Rehberger, aunque con influencia en otros países, fue similar. Apostó por estudiar Biología, aunque en realidad no lo hizo por vocación. “En aquella época no era muy maduro y era la asignatura que más me gustaba en el colegio. La decisión la tomé más con el estómago que con la cabeza. Luego tiré por el lado del medio ambiente y fue lo mejor que hice”.
El ovetense hizo un máster y gracias a una beca pudo viajar a Senegal, donde por primera vez vio con sus propios ojos cómo funcionaban los proyectos financiados por el Banco Mundial. No se lo pensó: se lanzó a intentar trabajar en el gigante financiero. “Intenté buscar una entrada, tuve dos entrevistas y me contrataron como becario financiado por el Gobierno”, recuerda. En febrero de 2020 se mudó a Washington y ahí sigue.
Recuerda cómo le pilló la pandemia de coronavirus. “Trabajé una semana en la oficina y luego ya desde casa, aunque en Estados Unidos no hubo cuarentena como tal, se podía salir más de los domicilios. Le tocó viajar: Palestina, Líbano, Cisjordania…También Gaza. “Aquello es otro mundo, no sé como estará ahora, pero la situación de pobreza que vi fue terrible. Me sorprendió la cantidad de gente joven que había por la calle, especialmente niños”.
Álvarez ascendió poco a poco y ahora es el segundo de a bordo de su equipo. En los países donde supervisa proyectos hidráulicos de plantea una dicotomía. “Hay que ayudarles a aumentar el suministro, pero también se busca disminuir la demanda, porque es la región con más escasez del mundo. La parte más interesante de todo lo que hacemos es la preparación del proyecto y verlo terminado”, recalca. Aunque la influencia del Banco Mundial no acaba cuando la obra se inaugura: la supervisión dura varios años. “Este trabajo llena, ves cómo evoluciona algo en lo que tu participas”, finaliza García, feliz en Estados Unidos y mirando de reojo a Asturias. “No creo que pueda regresar hasta la jubilación”, se lamenta.
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