La Navidad sin sentido
Diciembre llega y con él, la promesa de reencuentros, paz y reflexión. Pero miremos alrededor: ¿dónde quedó esa Navidad? Entre los pasillos atestados de centros comerciales y las estanterías repletas de adornos que nadie necesita, la esencia de estas fiestas se ha diluido en un frenesí de consumo desmedido que nos tiene como rehenes.
[–>[–>[–>La Navidad moderna se ha convertido en un espectáculo grotesco de excesos. Árboles cada vez más grandes, luces más brillantes, elfos traviesos que obligan a los padres a escenificar travesuras elaboradas cada noche, regalos para todos, incluso para conocidos ocasionales. Hemos transformado una celebración íntima en una competición de apariencias donde el valor se mide en metros de guirnaldas y número de paquetes bajo el árbol. Es un sinsentido colectivo del que pocos se atreven a escapar. Y la comida, ay, la comida. Como si siguiéramos un guion obligatorio, todos corremos a comprar lo mismo: jamón ibérico, queso manchego, gambas, turrones. La inflación ha disparado los precios hasta las nubes, pero ahí seguimos, apretando el presupuesto hasta que sangra porque «es Navidad». El jamón que antes costaba 50 euros ahora ronda los 80, las gambas se han vuelto un artículo de lujo, y aun así llenamos los carritos como si la abundancia fuera un requisito para celebrar. ¿Cuándo decidimos que el amor familiar se mide en kilogramos de marisco? La dictadura de la Navidad perfecta ha encontrado su altar en Instagram. Mesas decoradas como de revista, regalos envueltos con lazos de terciopelo, niños sonrientes con pijamas a juego. Si tu celebración no es digna de un post con miles de «me gusta», parece que has fracasado. Esta presión social invisible empuja a familias enteras al endeudamiento. Sí, has leído bien: la gente pide préstamos para financiar estas fiestas. Créditos al consumo que se pagarán durante meses, todo por mantener una fachada de prosperidad que dura 48 horas. Es una locura consumista y profundamente antinatural. Gastamos lo que no tenemos para impresionar a gente que probablemente está igual de endeudada. Nos hipotecamos emocionalmente y financieramente por cumplir con expectativas fabricadas por el marketing y las redes sociales. Hemos olvidado que la Navidad nació en la austeridad más absoluta: un pesebre, una familia, sencillez. El consumismo nos tiene atrapados en un ciclo vicioso donde cada año debemos superar al anterior. Más regalos, más comida, más decoración. Pero más no significa mejor. Más significa deuda, estrés, agotamiento y, paradójicamente, menos conexión real con quienes amamos.
[–> [–>[–>Quizás sea momento de rebelarnos contra esta Navidad industrializada. De recordar que los mejores regalos no vienen en cajas, que una mesa modesta puede albergar las conversaciones más ricas, y que el verdadero lujo es poder celebrar sin la angustia de las facturas de enero. Recuperemos la Navidad antes de que el consumo la devore por completo.
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