La yihad asedia Bamako y alienta un califato a 800 kilómetros de Canarias
Malí se hunde en una crisis que combina guerra yihadista, colapso económico y descomposición del Estado, que amenaza con desmembrar el país. La junta militar, que tomó el poder por medio de dos golpes de Estado en menos de tres años, no ha logrado frenar el avance de los insurgentes ni restablecer el orden. En este contexto, miles de malienses huyen de las zonas de conflicto, buscando refugio en países vecinos o intentando llegar a Europa. A tan solo 800 kilómetros de las Islas, lo que ocurre en Malí no es un escenario lejano para el Archipiélago, pues el deterioro del Sahel empuja a miles de personas hacia la ruta atlántica de las migraciones y terminan llegando a las Islas en cayucos que parten de Mauritania, Senegal o Gambia. Desde enero de 2024, más de 50.000 personas han arribado de manera irregular al Archipiélago, y una de cada cuatro es de origen maliense, según datos de la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas de la Unión Europea (Frontex).
[–>[–>[–>Desde hace ya dos meses, Bamako vive una situación inédita. El Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (Jama’a Nusrat ul-Islam wa al-Muslimin, JNIM), franquicia de Al Qaeda en el Sahel, ha lanzado una «yihad económica«. Ataca convoyes de camiones cisterna que llevan combustible desde Senegal, Mauritania o Costa de Marfil, ha quemado decenas de ellos y ha logrado paralizar la ciudad. Las gasolineras se colapsan con decenas de vehículos y centenares de personas con bidones hacen cola, el transporte público se ha detenido, las escuelas y las universidades han cerrado y más de tres millones de habitantes han visto su vida cotidiana reducida a la espera en colas y al mercado negro del carburante. En los últimos días, sin embargo, la llegada de nuevos convoyes de camiones cisterna procedentes de Costa de Marfil ha permitido un respiro temporal en Bamako, aliviando parcialmente el desabastecimiento y reduciendo las colas en las estaciones de servicio.
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En Malí hay registrados 1.114 españoles, según el Ministerio de Exteriores.
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El objetivo del JNIM no es solo logístico, sino político. Busca asfixiar la economía, hacer ingobernable la capital y precipitar el derrumbe de la junta militar que gobierna desde los golpes de Estado de 2020 y 2021. El jefe de los servicios de inteligencia exteriores franceses (DGSE), Nicolas Lerner, en declaraciones a TV5 Monde, sostuvo que el JNIM busca «la caída de la junta» y la instalación de un poder favorable a un califato en todo o parte del territorio maliense. Bamako, que durante años contempló la guerra desde la distancia -la zona de conflicto se focalizaba en las zonas rurales del norte y el centro del país-, se ha convertido ahora en objetivo estratégico. Según organismos internacionales, el bloqueo impuesto por los yihadistas ha cumplido ya más de dos meses, afectando a las principales rutas de abastecimiento y dificultando la entrada de combustible, pero también de alimentos y medicamentos en la capital. En varias regiones se han registrado cortes de electricidad, escasez de productos básicos y un aumento alarmante de los precios, lo que intensifica la inseguridad alimentaria que sufre la población del país.
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Mientras tanto, los gobiernos extranjeros improvisan su respuesta ante el empeoramiento del escenario. España, Francia, Alemania, Italia o Estados Unidos han recomendado a sus ciudadanos abandonar Malí «temporalmente» ante el riesgo de un deterioro súbito de la seguridad. España tiene registrados en Malí 1.114 españoles, casi todos residentes y la mayoría de doble nacionalidad, según datos del Ministerio de Exteriores. La comparación con Afganistán -un Estado que colapsa y deja espacio a un movimiento yihadista- ya no es un paralelismo exagerado, sino un escenario que Europa ya baraja como posible. Muestra de ello es que el viernes Francia anunció la reducción de su personal diplomático en Malí «debido a la situación de inseguridad».
[–>[–>[–>Entre Francia y Rusia
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Para comprender la situación actual es imprescindible entender el pozo que dejó la intervención francesa en el Sahel y, en concreto, en Malí. Desde 2013, la operación Barkhane -liderada por las tropas galas- luchó durante casi una década (2014-2022) para estabilizar el país y frenar el avance de los grupos yihadistas. Esta operación no completó su objetivo, lo que supuso un fuerte desgaste. Alimentó el sentimiento anticolonialista, llevó a cometer errores militares y se llevó por delante un elevado número de víctimas civiles.
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Tras los golpes de Estado de 2020 y 2021, la nueva junta de Assimi Goïta convirtió a Francia en chivo expiatorio interno y forzó la salida de las tropas francesas y de la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Malí (MINUSMA). Para cubrir el vacío, Bamako miró hacia Moscú y permitió la entrada de mercenarios ligados al antiguo grupo Wagner -actualmente Africa Corps-, convertidos en ‘instructores’. La promesa era seductora: seguridad a la carta, sin condiciones democráticas y eludiendo cualquier obligación relacionada con la protección de los derechos humanos.
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Cerca del 40% de los migrantes que han llegado a Canarias de manera irregular desde enero de 2024 procede de Malí.
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Si bien, el panorama actual es muy distinto al prometido por el Kremlin. El jefe de la DGSE ha calificado este «modelo de seguridad alternativo, asegurado principalmente por los rusos» como «un fracaso en gran medida«. Pese al refuerzo ruso, el ejército maliense ha perdido terreno, los ataques se han multiplicado y el JNIM ha sido capaz de trasladar la guerra desde las zonas rurales del norte hasta los corredores comerciales que alimentan Bamako. Aun así, la ayuda militar rusa sigue siendo fundamental para la junta encabezada por el general Assimi Goïta, que depende de la intervención de los ‘instructores’ rusos y de su apoyo en operaciones contra los yihadistas, pese a que este respaldo no ha logrado frenar la expansión del conflicto.
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Así, la foto actual -una capital bloqueada, una economía estrangulada y una junta acorralada- es el resultado de un cóctel con tres ingredientes principales: la salida de Francia, el fracaso de la junta militar para reconstruir el Estado y la apuesta por Rusia como sustituto del paraguas europeo.
[–>[–>[–>Yihad con ambición política
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El JNIM se dibuja como un actor yihadista sofisticado, que va más allá de la simple imagen de «grupo terrorista». Nació en 2017 de la fusión de varias ‘katibas’ (batallones) -entre ellas la poderosa Katiba Macina– y hoy es considerado por la ONU como la principal amenaza del Sahel. No solo combate: gobierna de facto en amplias franjas rurales, cobra impuestos, arbitra conflictos locales y se presenta como alternativa a un Estado percibido como corrupto o ausente. El salto cualitativo ha sido pasar del control territorial difuso al uso sistemático del bloqueo económico como arma política. El «embargo de carburante» impuesto desde septiembre a los ejes que conectan Bamako con Dakar o Abiyán ilustra ese cambio de escala. Se trata de una ofensiva planificada que busca aislar al país de sus salidas al mar, cortando las arterias económicas de un Estado dependiente de la importación de combustible y alimentos.
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El resultado es que la junta militar se ve forzada a elegir entre dos males: negociar bajo mano con quienes dicen combatir -para aliviar el bloqueo- o arriesgarse a que la parálisis económica genere descontento social masivo, deslegitimando todavía más al régimen. La verdadera victoria del JNIM no es izar su bandera en el palacio presidencial, sino demostrar que puede decidir cuándo se encienden o se apagan las luces de la capital.
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Los países vecinos miran a Malí con una mezcla de alarma y prudencia. En las instituciones senegalesas reina el silencio ante el hundimiento de Bamako, mientras se discute el refuerzo de la frontera oriental ante el temor a una entrada masiva de malienses y otros ciudadanos del bloque saheliano.
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El Sahel concentra ya el 19% de los ataques terroristas del mundo y más de la mitad de sus víctimas, según la ONU
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Mauritania y Costa de Marfil, por su parte, se ven directamente afectadas, pues desde sus puertos parten muchos de los convoyes de combustible que hoy son blanco de los yihadistas. Y en toda la región del Sahel, los Estados que han apostado por juntas militares -Burkina Faso, Níger- observan en Malí un espejo incómodo. Si el «modelo soberanista» fracasa allí, ¿por qué debería funcionar en sus propias capitales?
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A ello se suma una creciente alarma social dentro de Malí, avivada por el asesinato de Mariam Cissé, una joven influencer ejecutada públicamente en la plaza de Tonka -en la región de Tombuctú, una zona del norte donde la presencia del Estado es casi inexistente y donde los yihadistas del JNIM están muy activos-. El crimen, atribuido al propio JNIM, se produjo después de que los insurgentes la acusaran de colaborar con el ejército maliense. Su muerte ha desatado una ola de indignación entre la población, que ve cómo el clima de terror impuesto por los grupos yihadistas se extiende ya mucho más allá de las zonas de combate.
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Para Canarias, el avance del yihadismo en Malí plantea, sobre todo, un problema de seguridad y de gestión de flujos migratorios. La experiencia de los últimos años demuestra que cada vez que el Sahel entra en una fase de violencia o de crisis económica aguda, aumentan los movimientos de población hacia las costas atlánticas: pastores que abandonan zonas inseguras, jóvenes sin futuro o niños que huyen de la guerra.
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Esos flujos no parten directamente de Bamako hacia la ruta atlántica, pero sí se canalizan a través de un corredor que atraviesa Mauritania, Senegal o Gambia. La parálisis de Bamako y la sensación de que el Estado maliense ya no puede ofrecer ni seguridad ni oportunidades alimentan en su población la idea de que «ya no hay nada que perder» y les empuja a arriesgar su vida a bordo de un cayuco.
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España, Francia, Italia y Alemania han aconsejado a sus ciudadanos abandonar el país ante la presión insurgente
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Al mismo tiempo, un Malí cada vez más permeable a las redes de crimen organizado facilita la labor de los traficantes de personas. La ausencia de un Estado funcional complica cualquier intento de cooperación policial o de desarrollo que busque atacar las causas de fondo de la migración.
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¿El nuevo Afganistán?
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La posibilidad de que llegue a consolidarse un «califato» a apenas 800 kilómetros de Canarias sigue siendo incierta, pero los yihadistas del JNIM no necesitan hacerse con todas las instituciones malienses para alterar los flujos en el Atlántico. Por ahora, les basta con mantener estrangulada la capital, controlar los corredores clave y evidenciar que la salida francesa, la junta militar y la apuesta rusa han fracasado.
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Para la Unión Europea -y muy especialmente para España y Canarias- la deriva de Malí es un recordatorio de que las estrategias basadas en la contención y la externalización del control migratorio se agotan rápido. El futuro del Sahel exige mucho más que operaciones militares, requiere reconstrucción institucional y desarrollo real. Sin ese compromiso, la región seguirá cayendo en manos de grupos insurgentes. Si ese esfuerzo no llega, la inestabilidad seguirá creciendo hasta que el temor a un «nuevo Afganistán» deje de ser una advertencia y pase a convertirse en una realidad.
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Apuntes: UE y ONU miran hacia el Sahel
- El ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, defendió esta semana la presencia de la Unión Europea en el Sahel con «todo tipo de misión», recalcando que el bloque europeo debe ser un «actor de primer nivel» en la zona, marcada por la amenaza yihadista y la creciente influencia rusa. La intención de los 27 es retomar el diálogo con los países de la zona que estén abiertos a la cooperación, ante el fiasco que han supuesto las juntas militares en Malí, Níger o Burkina Faso.
- El titular de Exteriores francés, Jean-Noel Barrot, también desde Bruselas, insistió en que Rusia «no ha cumplido los compromisos adquiridos con las autoridades de los países del Sahel» frente al avance terrorista.
- El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, pidió esta semana ante el Consejo de Seguridad de la ONU una respuesta «unificada, coherente y basada en el consenso» para enfrentar la amenaza del terrorismo. «Ha llegado el momento del diálogo y la colaboración para fortalecer la arquitectura de seguridad y cooperación política en el Sahel», afirmó.
- Guterres advirtió que el terrorismo en la región no es «una dramática realidad local», sino que los vínculos en el continente «hacen que sea una amenaza mundial cada vez mayor». El Sahel es escenario del 19% de los ataques terroristas del mundo y acumula más de la mitad de las víctimas globales del terrorismo, una violencia que ha forzado a casi cuatro millones de personas a abandonar sus hogares en Burkina Faso, Malí y Níger.
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