las claves del resultado electoral en Ecuador

El segundo turno no parece ser un capítulo político completamente cerrado en Ecuador. El Consejo Nacional Electoral (CNE) declaró a Dabiel Noboa presidente reelecto por casi 12 puntos de diferencia y su rival, la correísta Luisa González, habló de fraude y pidió un recuento de los votos. Noboa debe iniciar su segundo mandato en mayo en medio de un «estado de excepción» decretado en las vísperas de la contienda, como consecuencia de la ola de violencia, y sin que el principal partido opositor reconozca su victoria.
Las encuestas son una suerte de género literario en ese país sudamericano. Ninguna contemplaba un triunfo tan contundente. Esa predicción tenía un fundamento atendible: lo que había ocurrido en la primera vuelta, cuando Noboa y González estuvieron separados por apenas 17.000 votos. Los sondeos previos auguraban por lo tanto no solo una fuerte polarización sino un triunfo de cualquiera de los contendientes por una muy escasa ventaja. Eso no ocurrió y de inmediato comenzaron a despuntar las primeras explicaciones de azorados consultores sobre el carécter imprevisto del veredicto de las urnas. González obtuvo prácticamente las mismas adhesiones que en febrero. A veces hay sumas que restan. La alianza con el movimiento indígena, sectores de la izquierda e incluso parte de la derecha, no dio en principio los frutos esperados. Leonidas Iza, el candidato de Pachakutik, había quedado tercero en la primera vuelta con un 5% de las adhesiones. Sin embargo, no pudo trasladar ese porcentual a la rival de Noboa. El viejo rencor de los pueblos originarios hacia Rafael Correa ha sido mayor que la posibilidad de evitar la reelección del hijo de la mayor fortuna ecuatoriana. Los escasos empresarios que insinuaron una predilección por González fueron excepciones de una regla: la elite económica no dudó en respaldar al joven mandatario y brindó con champán en la noche del domingo. Los dos últimos expresidentes, Lenin Moreno y Guillermo Lasso, también alzaron sus copas.
El correísmo ha considerado inadmisible la diferencia adversa de un millón de sufragios. Alega que esa ventaja no refleja lo que se palpitó en el último tramo de la campaña electoral. Le toca presentar pruebas que avalen la denuncia de una manipulación del escrutinio. Mientras eso no suceda, los analistas se inclinarán por una explicación que ha funcionado en las otras dos contiendas en las que los seguidores del expresidente Correa fueron derrotados: la demonización del pasado es más fuerte que los malestares del presente y las zozobras futuras. La crisis energética, que tuvo a las ciudades a oscuras, las inundaciones por el cambio climático, el recrudecimiento de la violencia urbana a pesar de la vigencia del «estado de conflicto interno» y el cuadro recesivo, sin perspectivas de mejorar en corto plazo, son un conjunto de hechos convergentes que en otro país quizá habrían arruinado las aspiraciones de un candidato oficial. Esa sumatoria de problemas no desalentaron al electorado a la hora de optar por Noboa. Las críticas de González a la dolarización, vigente hace un cuarto de siglo, fueron por otra parte presentadas en los medios de comunicación y las redes sociales como el aviso de un desmadre en ciernes.
Se estima que en Ecuador residen unos 445.000 venezolanos. La migración es observada con recelo social y hasta dosis de intolerancia en un país que tiene el mismo nivel de pobreza que en los días de la pandemia. Una fake news relacionada con beneficios estatales que otorgaría González a miles de ellos en caso de acceder al Palacio de Carondelet se repitió lo suficiente en el espacio virtual como para constituir una verdad temible. La abogada, por otra parte, debió cargar el sambenito de madurista encubierta y reticente a criticar a Caracas cada vez que le preguntaban sobre el ocupante del Palacio de Miraflores. La política suele regalar paradojas: a González le toca ahora estar en el lugar de la oposición venezolana que pidió un recuento de las actas que validaron el triunfo electoral de Nicolás Maduro, y nunca fueron exhibidas. Su desconocimiento de aquel resultado del 28 de julio sumó de inmediato a buena parte del mundo occidental, con Estados Unidos a la cabeza. Se descuenta que Donald Trump hará en este caso lo contrario y saludará de inmediato a Noboa por su hazaña.
La vigencia por dos meses del «estado de excepción» aleja la posibilidad de que el rechazo del correísmo al resultado electoral se exprese en las calles de Quito o Guayaquil, donde las Fuerzas Armadas tratan de reducir el poderío territorial de las bandas de narcotraficantes. La Asamblea Nacional (AN) se presenta como el espacio de la disputa que pondrá a prueba las ambiciones de Noboa. El joven presidente quiere hacer trizas la Carta Magna redactada en 2008, durante la era de Correa y sentar las bases de una institucionalidad a tono con un programa de inspiración neoliberal que impacte de manera decisiva en el mundo de las relaciones laborales, así como en el sistema de protección ambiental que limita el horizonte extractivo. Se propone a su vez el retorno de las bases militares norteamericanas, prohibidas en la Constitución vigente. Pero resulta que el correísmo tiene 66 curules (escaños), uno más que el partido de Noboa, necesitado de alianzas con fuerzas menores para al menos garantizar la gobernabilidad.
A lo largo de la campaña, Noboa ha hecho gala de su acceso personal a Donald Trump. Esa proximidad no tiene beneficios concretos, más allá de una sonrisa de ocasión. La guerra comercial impacta de lleno en la economía ecuatoriana, en especial la industria petrolera, que es la principal fuente de exportaciones. La caída del precio del crudo promete dejar pronto su huella en la economía. Pero esos efectos no modificarán la decisión de Noboa de establecer un estrecho alineamiento con Washington. En Ecuador tuvo lugar la primera elección en Latinoamérica desde que gobierna el multimillonario republicano. Puede ser un episodio aislado o un llamado de atención respecto a las contiendan previstas este año en Bolivia, Honduras y Chile, donde otros derechistas quieren transitar la misma senda. Por ahora, y tras la victoria de Noboa, tres países latinoamericanos se muestran en entusiasta sintonía con la Casa Blanca. Los otros dos, la Argentina del anarcocapitalista Javier Milei y El Salvador, de Nayib Bukele.
Suscríbete para continuar leyendo
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí