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Las mejores pistas viajeras de Azerbaiyán: de los volcanes de lodo a los palacios de Shaki | Lonely | El Viajero

Las mejores pistas viajeras de Azerbaiyán: de los volcanes de lodo a los palacios de Shaki | Lonely | El Viajero
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  • Publishedabril 10, 2025



Azerbaiyán ha pasado desapercibido como destino de aventuras, a pesar de su insólita naturaleza, que incluye desde volcanes que burbujean lodo hasta manantiales de fuego. El viaje se completa con ciudades históricas que en su día nadaron en la abundancia, como Bakú, y con lo que queda de la herencia soviética. Pero ¿por qué viajar a este país del Cáucaso? Básicamente porque continúa siendo un destino turístico original y alejado de las masas, en el que se puede saborear una hospitalidad a la antigua, una variedad gastronómica interesante y tiene un poco de todo: antiguos fuertes, ruinas, grandes ciudades, espléndidas galerías y un rico legado cultural, todo eso al margen de su insólita naturaleza. Aquí hay vertiginosas cumbres caucásicas, tierras peladas donde pastan ovejas, bucólicas praderas cubiertas con bosques, páramos desérticos y hasta playas. Y todo en un territorio bastante pequeño.

Si viajamos en busca de curiosidades, encontraremos lugares como los volcanes burbujeantes de lodo de Gobustán o un repertorio increíble de fenómenos de combustión, como los “ríos inflamables”, los manantiales de fuego, las laderas que arden y un templo clásico del fuego. Y aún queda por descubrir el legado arquitectónico: las deslumbrantes construcciones del siglo XXI en Bakú contrastan con las que dejó el auge petrolero de hace más de un siglo; hay mansiones, grandes construcciones estalinistas y un casco antiguo medieval rodeado por murallas de piedra con almenas.

Casi lo único que se conoce fuera de la propia región es la vanguardista ciudad de Bakú. Pero en torno a ella se despliega el país más grande y poblado del Cáucaso meridional, con una sorprendente diversidad paisajística, que va desde los picos nevados del Gran Cáucaso hasta la selva subtropical de Hirkan, bordeado por el mar Caspio, rico en petróleo y convertido en una encrucijada cultural intercontinental.

Más información en la guía Georgia, Armenia y Azerbaiyán de Lonely Planet y en la web lonelyplanet.es.

Situado en el cruce de Asia con Europa y rico en recursos, por Azerbaiyán han pasado sucesivos imperios durante toda su historia. Pero, de todos los rasgos naturales que definen el Azerbaiyán actual, el que ha for­jado los vínculos más fuertes con la cultu­ra, la política y el urbanismo se encuentra bajo tierra. En época preislámica, los zo­roástricos veneraban los fuegos sagrados alimentados por el metano, y Marco Polo, en el siglo XIII, hablaba de las “fuentes de aceite” de la región. Pero la devoción del país por los combustibles fósiles alcanzó nue­vas cimas a finales del siglo XIX, cuando la industrialización permitió que Azerbaiyán se convirtiera en el primer exportador mundial de petróleo, cambiando para siempre su papel geopolí­tico en el teatro interna­cional. El bum petrolero más reciente fue tras el derrumbe de la URSS: la afluencia de capital extranje­ro por la firma del llamado “contrato del siglo” en 1994 transformó el país una vez más, añadiendo edificios futuristas al per­fil de Bakú y estableciendo un marco nue­vo al conflicto con Armenia por la región de Nagorno Karabaj —un enclave de población mayoritariamente armenia en territorio azerbaiyano—. El pasado mes de marzo, Azerbaiyán y Armenia alcanzaron un acuerdo para poner fin a más de tres décadas de conflictos y permitir que los dos países establezcan relaciones diplomáticas y abran sus fronteras, cerradas desde su independencia de la Unión Soviética.

Campo petrolífero en Bakú.

Bakú, pasado y presente

Al ver las plataformas petrolíferas emergiendo del mar Caspio, en 1928, el escritor Máximo Gorki describió Bakú como una “pintura del infierno”. La capital ha cambiado mucho en el último siglo y para ver su transformación solo hay que pasearse por el bulevar de Bakú, conocido como Bulvar, que es un conjunto abigarrado de museos, tiovivos, jardines, clubs náuticos y galerías comerciales, una evolución del paseo marítimo artificial que construyeron a principios del siglo XX los magnates del petróleo. En las últimas décadas se le declaró “parque nacional”, y aunque se ha transformado mucho sigue siendo el paseo obligado.

De todo Azerbaiyán es aquí donde resulta más llamativo el contraste entre lo nuevo y lo antiguo, sobre todo en las estrechas calles amuralladas del casco antiguo. La ciu­dad se construyó con petró­leo y gas. El descubrimiento de inmensas reservas de crudo en la península de Absheron y el mar Caspio ha sido el acontecimiento más decisivo en la historia de Bakú. Cuando en 1872 acabó el monopolio petrolero del Imperio ruso, la población de Bakú se multiplicó por diez, pasando de 15.000 a 155.000 habitantes en 1903, cuando Azerbaiyán suministraba la mitad del petróleo mundial.

El interior de la mezquita de Bibi-Heybat, en la ciudad de Bakú.

Pero la ciudad vieja de Bakú sigue siendo un laberinto de callejones, caravasares reformados, mezquitas ocultas, tiendas de alfombras y falsas casas antiguas insertadas en la centenaria arquitectura. Figura en la lista de patrimonio mundial de la Unesco desde el año 2000, aislado de la bulliciosa ciudad moderna en continua expansión. Al franquear las puertas de la ciudad vieja se descubre el legado de los sahs de Shirván (antiguos soberanos de Azerbaiyán), hammams (baños turcos) y algunos de los lugares religiosos más antiguos de la república.

Aunque tal vez la imagen más reconocible, la que domina la silueta de la ciudad desde 2013, son las torres Flame, el principal legado del segundo bum petrolero del país, iniciado en 1994. La riqueza que generó se tradujo en las deslumbrantes construcciones de cristal que salpican el paisaje urbano. Aunque estas tres modernas torres reflejan en realidad la antiquísima devoción del país por el fuego, arraigada en las creencias zoroástricas preislámicas.

Otra forma de ver Bakú es ir en busca de los edificios soviéticos de la capital. O lo que queda de ellos, porque salvo la imponente Casa de Gobierno de Azerbaiyán, un edificio de arenisca con forma de “U” construido entre 1936 y 1952, lo que queda de la ar­quitectura soviética en el centro suele pasar inadver­tido entre los altos edificios de cristal y ese encantador museo al aire libre que es el casco antiguo. Pero, curioseando entre lo nuevo y lo antiguo, nos podremos acercar a los urbanistas sovié­ticos que moldearon la silueta de Bakú durante las siete déca­das en que Azerbaiyán sufrió el régimen de la URSS, desde 1920. Aquí están reflejados el constructivismo vanguardista de la década de 1920 y principios de la de 1930, el neoclasicismo entre las décadas de 1930 y 1950 y el brutalismo de posgue­rra dominado por el hormigón.

La Casa de Gobierno de Azerbaiyán, en Bakú.

Aunque casi todos los edifi­cios constructivistas han desaparecido, todavía salpican la capital muchas joyas neoclásicas y brutalistas. A la prime­ra categoría pertenecen el complejo residencial Monolith y la Residencia de Científicos, y a la segunda, el Centro Heydar Aliyev, el Circo de Bakú, el palacio Gulustan y el Mirvari Café, asomado al mar Caspio.

La visión de Zaha Hadid

El futurista centro cultural Heydar Aliyev, diseñado por la reconocida arquitecta Zaha Hadid en 2012, resulta tan desconcertante como llamativo. Es el mayor centro cultural de Bakú y consiste en una estructura que recuerda una sucesión de olas blancas a punto de rom­per en la vegetación. Se ha convertido en uno de los símbolos del moderno Bakú (aparece incluso en los billetes de 200 ma­nats), con una yuxtaposición de formas fluidas y asimétricas sobre un fondo de bloques de viviendas de la era soviética. El centro ganó el premio al Diseño del Año en 2014, pero su estética deslumbrante no debería ocultar los acontecimientos oscuros que contribuyeron a su construcción. El año en que se concluyó el edificio, Human Rights Watch pu­blicó un informe de 100 páginas con numerosos ejemplos de expropiación ilegal de casas y desalojos forzosos de propieda­des que fueron demolidas para dejar sitio a los proyectos de embellecimiento de la ciudad, entre ellos el de Zaha Hadid.

El centro cultural Heydar Aliyev, en Bakú, fue diseñado por Zaha Hadid.

El centro Heydar Aliyev acoge una sala multiusos y un mu­seo. Entre las exposiciones permanentes figura una colección de coches presidenciales, una sala “Bakú en miniatura” con maquetas de los edificios más representativos de la ciudad y una zona que repasa las etapas de la evolución de Azerbaiyán.

Arte prehistórico y volcanes que expulsan lodo en Gobustán

El anillo de tierras áridas que ciñe la capital ofrece una excursión original para ver desde petroglifos prehistóricos hasta altares de fuego. Los contrastes arquitectónicos de Bakú se disipan al dejar atrás la ciudad y salir a polígonos industriales, pueblos peri­féricos con casas bajas y zonas semidesérticas. Aunque para algunos esto no resulte atractivo, los alrededores de Bakú son de lo más atractivo para los buscadores de rarezas geológicas y etnográ­ficas, pero también para ornitólogos y arqueólogos aficionados.

La reserva de petroglifos de Gobustán es el sitio más visi­tado, pero además de contemplar las primeras obras de arte de la humanidad, en esta región se pueden ver volcanes que vomitan lodo, subir por una sagrada monta­ña de “cinco dedos”, fotografiar afloramientos multicolores y explorar la península de Absherón buscando castillos medie­vales y llamas eternas que brotan del subsuelo.

Uno de los volcanes de lodo que aparecen encima de las reservas de gas y petróleo en Azerbaiyán.

Al sur de la capital, a unos 65 kilómetros, la reserva de petroglifos de Gobustán protege un conjunto de escenas de caza, danzas rituales y paisajes; más de 6.000 petroglifos ejecutados a lo largo de 40.000 años es patrimonio mundial desde 2007. La mayoría de estos petroglifos están en las colinas de Bo­yukdash y Kichikdash; es fácil localizarlos, pero para llegar a los menos visibles se puede recurrir a los guías angloha­blantes de la propia reserva. Las enormes rocas —probables restos de cuevas derrumbadas y usadas como lienzos— cubren una extensa zona a tres kilómetros del pueblo de Gobustán, donde un museo ayuda a contextualizar. A menos de 10 kilómetros del museo, el nombre “volcanes de lodo” evoca violentas emisiones de magma ardiente, pero aquí las erup­ciones hacen pensar más bien en el hipo. Con todo, es fascinante ver cómo la tierra cobra vida, y la proximi­dad de los petroglifos permite combinar las dos excursiones.

Recorriendo la península de Absherón

El paisaje cambia rápido en la franja de tierra con forma de pico que penetra desde Bakú en el mar Caspio: los bloques de viviendas soviéticos de la periferia de la capital se convierten en pueblos con reminiscencias de costumbres y creencias antiguas, rodeados de tierras yermas con herrumbrosas plataformas petrolíferas. La mezcla de playas llenas de gente, castillos y suelos con combustión natural son los ingredientes de una excursión fascinante por la punta oriental del país.

Aquí encontraremos por ejemplo un templo del siglo XVII, el Ateshgah de Surakhani, con una llama de combustión natural, construido por mercaderes y peregrinos indios adoradores del fuego que llegaron por la Ruta de la Seda. O la fortaleza de Mardakan, un castillo del siglo XII que tiene dentro una pequeña mezquita. Para ver hallazgos arqueológicos podemos ir hasta Qala, con un interesante Museo Etnográfico, para continuar por las estampas postapocalípticas que nos esperan en Rama, con sus plataformas petrolíferas erizando el paisaje, o con un fotogénico castillo de piedra del siglo XII que ha servido como telón de fondo de varias películas de época soviética. Y para terminar con un poco de fuego, tenemos Yanar Dag, cuyos suelos vomitan literalmente fuegos: una llameante fuga de metano que comparten muchos instagramers de todo el mundo. Nadie sabe en realidad cuánto lleva ardiendo esta franja de tierra de 10 metros de largo.

Yanar Dag o la Montaña de Fuego, en la península de Absherón.

Quba, el reino de los judíos del Cáucaso

Al norte de Bakú, poco a poco, las llanuras polvorientas se convierten en colinas onduladas, que a su vez se transforman en montañas visibles desde la distan­cia. A unos 600 metros de altitud, y a la sombra de los macizos del Gran Cáucaso oriental, Quba es el prin­cipal núcleo de población del noreste de Azerbaiyán: un centro de producción de alfombras cuya cultura acusa influencia de las lenguas, costumbres y creen­cias de los numerosos grupos étnicos establecidos en esta zona a lo largo de los siglos. Esta ciudad fue la capital del kanato de Quba a mediados del siglo XVIII, y se pobló con muchos juhuros (judíos de las montañas del Cáucaso), además de absorber a las comunidades de lezguinos, tatíes, jinalugos y krychiés que vivían en la región.

Quba es hoy, sobre todo, el punto de partida para los sende­ros del parque nacional de Shahdag, donde los picos que perforan las nubes definen la silueta poco explorada del extremo oriental del Gran Cáucaso. Estos picos afilados y los verdes valles típicos de los paisajes del no­reste de Azerbaiyán componen el decorado de fondo de pueblos habitados por comunidades pequeñas y aisladas que siguen hablando antiquísimas lenguas autóctonas.

Dos senderistas pasean por el parque nacional de Shahdagh.

Primero hay que subir hasta Khinaliq —el pueblo más alto de Azerbaiyán con población permanente—, después cruzar cañones profundos y pastos empinados, y por último calzarse las botas de sende­rismo para entrar en los paisajes ásperos del parque nacional y conquistar los picos más altos del país. Se requiere planificación y preparativos para ascender hasta cotas elevadas por senderos mal señalizados, pero el premio para quienes decidan dejar atrás el cemento serán unas vistas difíciles de igualar.

Los palacios de Shaki

Una de las ciudades con más encanto de Azerbaiyán se encuentra en las laderas arboladas de las montañas del noroeste, al borde de la carretera que une Bakú con la frontera georgiana. Se trata de Shaki (Şəki, en azerí), la antigua Nukha, que floreció como importante centro del comercio en la Edad Media. A mediados del siglo XVIII, se convirtió en la capital del kanato independiente de Shaki, una potencia regional de cuya grandeza todavía da fe su fortaleza.

El palacio real de Shaki, en Azerbaiyán.

En el siglo XIX, quedó absorbida por el Imperio ruso. La industrialización la transformó en un impor­tante centro de producción de seda pero, a pesar de los cambios, la ciudad ha conservado parte de su perso­nalidad histórica: sus alminares, caravasares y pala­cios son como ventanas abiertas al pasado de la Ruta de la Seda.

Lo más llamativo resulta el palacio real de Shaki, dentro de la fortaleza, un edificio magnífico por tamaño, pero también por su decoración. Y no es el único palacio: extramuros encontramos el palacio de los Shakikhanovs, o palacio de invierno, otra joya de la arquitectura del siglo XVIII.

Dormir en un caravasar

Una de las experiencias que no se olvidan es dormir en un caravasar, que evoca los tiempos de esplendor de la Ruta de la Seda. Esas posadas fueron construidas para acoger a los mercaderes que cruzaban continentes en camello comerciando con mercancías preciosas en una época en que solo se podía viajar por tierra.

El jardín del hotel de Karavansaray en junio de 2018 en Sheki.

En Shaki hay dos palacios para caravanas del siglo XVIII, a corta distancia uno de otro, en la misma calle central: los caravasa­res Ashaghi (de abajo) y Yukhari (de arriba). El primero lleva años cerrado, pero el segundo se ha convertido en el Sheki Karvansaray Hotel, uno de los sitios más fascinantes donde hacer noche. Construido con ladrillos y cantos de río, las habitaciones de este carava­sar de dos plantas rodean un patio frondoso con una tetería y un restaurante. El alojamiento no aparece en las plataformas de reserva online, pero se puede probar suerte presentándose sin más y pedir una habitación. No hay que esperar grandes lujos, porque las habitaciones son más bien austeras. Aunque no se vaya a hacer noche, vale la pena entrar en este complejo monumental por las puertas de madera que dan a la avenida Mirza Fatali Akhundzad y dar un paseo por las galerías abovedadas que rodean el jardín.

Gabala: esquiar, beber o caminar

Y nos quedan los alrededores de Shaki: a la sombra de las montañas del Gran Cáucaso, el vino y la artesanía permiten conocer Azerbaiyán desde otra perspectiva. La fama de Shaki sue­le eclipsar a las otras paradas que jalonan el camino que en otros tiempos fue Ruta de la Seda: desde el pueblo de Lahij, con artesanos del cobre, hasta Gabala, cen­trado en el esquí y las bodegas establecidas en la zona duran­te los últimos 20 años.

Un inquietante radar ruso se alza en las montañas que ro­dean Gabala (Qəbələ), un tranquilo pueblo verde a los pies del Gran Cáucaso, con teterías ajardinadas y una lujosa estación de esquí. Aparte de su nueva mezquita, sus tete­rías al aire libre y Gabaland (el principal parque de atrac­ciones de Azerbaiyán), hay poco que hacer, pero en invierno casi todo el mundo va para deslizarse por las pistas del Tufandag Mountain Resort. Un teleférico con cuatro estaciones ofrece la oportunidad de lle­gar sin esfuerzo a 1.920 metros de altitud y pasar unas horas admirando los hermosos paisajes del Gran Cáucaso con un café (caro) en la mano. Al sur de Gabala también hay viñedos y bodegas que se pueden visitar.

Una tienda de artesanía en la región de Ismailli, en Azerbaiyán.

Ganja, cultura entre montañas

Ganja es la tercera mayor ciudad de Azerbaiyán, pero la única donde la efigie recurrente del antiguo presidente Heydar Aliyev queda eclipsa­da por otra figura clave de la iconografía nacional: Nezamí Ganyaví, un admirado poeta del siglo XII al que están dedicadas estatuas por toda la ciudad y el complejo monumental Kham­sa, una sucesión de libros de nueve metros de alto junto a la autopista que dan la bienvenida a la urbe. Vienen a continuación mosaicos, estatuas y citas que rinden homenaje a Ganyaví en el centro, pero la devoción por la literatura medieval en lengua persa no es un requisito para visitar Ganja. Merece la pena dedicarle uno o dos días para pasear entre sus edificios neoclásicos, construcciones de la­drillo rojo y grandes parques antes de explorar las maravillas naturales de sus alrededores.

El centro de la ciudad de Ganja, la tercera ciudad con más población de Azerbaiyán, con más de 300.000 habitantes.

En las afueras está la gran joya de la arquitectura islámica de Azerbaiyán, el mausoleo de Imamzadeh, que a pesar de las reconstrucciones de tiempos recientes todavía permite apreciar la armoniosa fusión de los estilos arquitectónicos persa y centroasiático, ladrillos rojos, azulejos turquesa de mayólica y altos alminares.

Lankaran: té y limones junto al mar

En verano puede hacer un calor abrasador en Lankaran, y la ausencia de monumentos relevantes llama poco a los viajeros a desplazarse hasta allí, a pesar de que la nueva carretera Bakú-Astara, terminada en 2018, hace el viaje mucho más llevadero. Quienes se animen a dedicar unos días a esta parte del país tendrán ocasión de probar alimentos de sabores intensos producidos en zonas subtropicales, oír hablar en talish (una lengua indoirania), conocer a fondo las tra­diciones del té e internarse en parques apenas car­tografiados que registran algunos de los niveles de biodiversidad más elevados del país.

Cascada en la región de Lankaran.

Aunque se conoce como un sitio de vacaciones, hay mucho por descubrir al margen de sus famosos balnearios y hoteles junto al mar. Por sus alrededores, vagan extraños animales, entre los bosques apenas explorados que cubren las montañas Talysh, al sur de Azerbaiyán; una exuberante cordillera subtropical cubierta de plantaciones de té y cítricos y, más allá de las tierras cultivadas, habitada por plantas y animales en­démicos, y sobre todo los llamados “árboles de hierro”, con una madera con fama de irrompible. Aquí las infraestructuras turísticas son casi inexistentes, así que es una zona para amantes de aventuras y un lugar en el que es poco probable cruzarse con otros occidentales.





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