LIBRO HIJA GISELE PELICOT | Caroline Darian, sobre su padre: «Su personalidad es de una perversidad que raramente se ha visto”
El 2 de noviembre de 2020, mientras dos bolsas de comida japonesa descansaban de cualquier manera en la mesa del comedor y su hijo reía distraídamente con su madrina, la vida de Caroline Darian, la de toda su familia en realidad, empezó a descomponerse. Primero, una llamada. Luego, el mazazo. “Hemos encontrado vídeos que muestran a su suegra dormida, visiblemente drogada, con hombres abusando de ella”, dejó dicho un teniente de la policía departamental de Carpentras en un mensaje el teléfono de su marido: “Tu padre me drogaba con somníferos y ansiolíticos”, confirma poco después su madre, Gisèle Pelicot. A partir de ahí, el abismo. “Vamos de descubrimiento en descubrimiento y cuanto más avanzamos en las investigaciones, peor. Estamos sumergidos en una pesadilla absoluta”, asegura Darian durante una entrevista con El Periódico.
El pasado mes de diciembre, Dominique Pelicot fue condenado a 20 años de cárcel por violar y drogar sistemática a su mujer durante al menos diez años. Otros 50 hombres también fueron condenados por violarla mientras Dominique Pellicot filmaba las agresiones. Una atrocidad tras otra a la que Darian, pseudónimo nacido de la contracción de los nombres de sus dos hermanos, David y Florian, se enfrentó en ‘Y dejé de llamarte papá’, escalofriante intento de “descubrir y comprender la verdadera identidad” del hombre que la crío que Seix Barral y Edicions 62 acaban de publicar en castellano y catalán, respectivamente. “Mi padre es un criminal y voy a tener que aprender a vivir con esa despiadada realidad”, escribe al comienzo de un libro atravesado por la duda de si ese hombre al que ahora ya solo se refiere como Dominique abusó también de ella. «El juicio me ha permitido entender un poco su personalidad, pero no he obtenido las respuestas que esperaba», asegura al otro lado de la pantalla durante una conversación a través de Zoom.
¿Cómo está después del juicio y el veredicto?
Como puedo. Este proceso ha sido una etapa importante, pero no es un final como tal, porque todavía nos esperan muchas cosas: el recurso que empezará en septiembre y, sin duda, otras cosas que van a surgir en los próximos meses. Así que estoy preparándome para afrontar lo que vendrá. En general, voy tirando, pero es una espada de damocles, porque no lo sabemos todo.
¿Qué es lo que está por venir?
Sabemos que Dominique no empezó en el año 2011, eso es una realidad, pero el tema es cuánto hay por descubrir; cuántos crímenes y cuántos delitos. Es complicado, porque sabemos muy bien que su trayectoria es muy anterior.
‘Y dejé de llamarte papá’ sorprende por su franqueza.
Quería escribir lo que sentía y la violencia de descubrir que no conoces a la persona que te ha criado, así que intenté escribir lo más cerca posible de mis emociones y de la persona que soy.
¿En qué momento decidió que necesitaba convertir todo aquel horror en un libro?
Muy rápidamente. Empecé a escribir tres semanas después de que descubriéramos los hechos. No sabía que se iba a convertir en un libro, pero sí que sabía que para mí sería una buena manera de poner a cierta distancia la violencia de los hechos; procesar que durante 40 años yo creía conocer a mi padre y en realidad no lo conocía en absoluto. Integrar esto que la escritura me salvó de la depresión y de la desesperación.
¿Su familia lo ha leído?
Sí, por supuesto. Antes de publicarlo lo consulté con ellos. A mis hermanos les pareció bastante alineado con lo que ellos habían vivido. Mi madre consideró que era demasiado pronto, pero respetó la decisión de publicarlo y de que yo compartiera lo que necesitaba plasmar.
La escritura, dice, le sirve para separarse de su padre, liberar sus hombros de la carga de su legado.
Creo que no he superado el duelo de mi padre. Es un proceso largo. Siempre habrá una parte de mí que ha muerto, pero estoy aprendiendo a vivir con ello.
Todo el libro está salpicado de recuerdos dirigidos personalmente a Dominique, de estampas vacacionales aparentemente idílicas que contrastan con sus atrocidades.
Para mí eran momentos de verdad absoluta que en realidad para él no lo eran, y es una manera de decirle que he descubierto que todo aquello era mentira, una manipulación. Él nos traicionó; traicionó una relación padre-hija que yo creía absoluta e inamovible.
Y dinamitó completamente a la familia.
Sí, nos ha robado lo más valioso que teníamos, nuestra unidad, nuestro núcleo duro familiar. Ahora estamos un poco desmembrados.
En un momento del libro se pregunta si el médico que le firmaba las recetas a su padre no habrá sido también cómplice. Luego está la web de citas, todos esos hombres… La cantidad de eslabones de la cadena es escalofriante.
Todos se aprovecharon del sistema y ninguno de los autores tuvo la valentía de denunciar lo que sucedía. Todos se beneficiaron de este modus operandi.
Otro de sus objetivos es, asegura, volver a situar la atención a las víctimas de la sumisión química en el centro.
Y creo que hay un antes y un después. El libro ha preparado un poco el estado de ánimo de este tema, que no existía en el espacio público. Los médicos lo conocían, sí, pero nunca se había abordado en sociedad. El libro ha permitido que se hable de este modus operandi y que se sepa que está mucho más extendido de lo que pensamos. Y el proceso judicial le ha dado más eco para que se entienda el calvario que sufren las víctimas.
Un calvario doméstico, además.
Las víctimas, de entrada, conocen a los agresores. Esto es algo que está demostrado en más del 40% de los casos. Y el agresor muchas veces es alguien de la familia o alguien cercano: un pariente, un amigo, un colega de trabajo. Es algo que afecta en la gran mayoría de casos a las mujeres: hoy sabemos que en el 70% de los casos son mujeres de entre 20 y 30 años. Pero también hay una parte de niños abusados por gente cercana que sufren esta sumisión química.
En este sentido, el gran interrogante que ni el juicio ni el libro han podido resolver es si su padre también la violó a usted.
Yo estoy convencida, estoy segura. Con las dos fotos que existen, y sin hablar de otras, porque no solo hay dos fotos mías. Pero esas dos fotografías que habían sido borradas y que el peritaje informático recuperó plantean un gran interrogante respecto a lo que sucedió, cómo sucedió y cómo pudo hacer esto en mi casa y en otro lugar en el que ni siquiera sé cuál es. Es un momento robado y solo él conoce la verdad. Yo no tendré nunca la verdad absoluta.
¿Nunca?
Durante el juicio se negó a explicarse respecto a estas dos fotografías, se negó a explicar su origen. Básicamente, acabó diciendo que no recordaba y que ni siquiera era yo. Dijo alto y claro que él nunca había tomado esas fotografías. Entonces, ¿quién las había tomado? Aunque crea saberlo, nunca tendré una prueba tangible de lo que sucedió.
Durante la investigación, van apareciendo indicios que con los años cobran sentido pero que en el momento parecía imposible detectar.
Vamos de descubrimiento en descubrimiento y cuanto más avanzamos en las investigaciones, peor. Estamos sumergidos en una pesadilla absoluta. ¿En qué momento se va acabar? Porque en realidad es abismal. La personalidad de Dominique es de una oscuridad y una perversidad que raramente se ha visto.
“Me aferro a la idea de que este testimonio hará que la vergüenza cambie de bando”, escribe.
Yo creo que hemos empezado este trabajo para permitir a las víctimas, digamos, una esperanza. Una esperanza de poderse reconstruir después de una tragedia de estas características. Pero no se ha acabado. Todo esto hay que vincularlo también con otras víctimas. Y yo lo único que puedo hacer es animar, alentar a las víctimas a hablar. Tenemos que permitir a estas mujeres que no se sientan excluidas. Que no se sientan manchadas. Son las víctimas, no el verdugo. No deberían ser las víctimas las que llevan el lastre de todo lo vivido. Y espero que haya otras Gisèle y otras Caroline que permitan un cambio real. Porque sería muy presuntuoso decir que hemos conseguido esto ahora. Simplemente creo que hemos puesto como una primera piedra.
En el libro cita ‘El consentimiento’, de Vanessa Springora y ‘La familia grande’, de Camille Kourchner. ¿Le sirvieron de inspiración? ¿De ayuda?
Son libros que abren un poco la mente. ‘El consentimiento’ marca, impacta y nos ayuda. Es un poco lo que yo quería hacer también con mi libro; quería permitir a otras personas reconocerse y tener el valor de hablar. Creo, sinceramente, en el poder de los libros. Creo que los libros pueden cambiar el mundo y hacer una sociedad mejor.
¿Cómo está Gisèle?
Está bien. Ha vuelto a su vida antes del juicio. Descansa, está muy bien rodeada, muy bien acompañada y abordará el segundo juicio con la misma dignidad que el primero.
¿La he servido ‘Y dejé de llamarte papá’ para encontrar algún porqué?
Para mí era importante transformar esto en algo más útil y más noble para los demás. Y creo que sin esto habría vivido muy mal este drama. Tengo la sensación de que nunca tendré una explicación, nunca tendré un porqué. Porque yo creo que Dominique siempre ha sido así, creo que forma parte de su ser de él. Pero yo quería transformar esto en algo útil para la sociedad.
¿Ha intentado Dominique volver a ponerse en contacto con ustedes desde la cárcel?
No. Yo quería estar presente en el juicio para tener mis respuestas. No las tuve y no le voy a dar más atención. Para mí está donde está. Está solo y morirá solo.
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