No me atrevo a volver a vivir sola, sé que algún día él saldrá de prisión
Paloma sabe lo que es vivir con miedo. Miedo a que suene el teléfono, miedo a que llegue un mensaje de WhatsApp o Telegram, miedo a que suene el timbre de casa, miedo a salir sola a la calle, miedo –por extraño que parezca– a recibir llamadas comerciales o a que un repartidor aparezca en su puerta con un puñado de pizzas… Durante demasiado tiempo, durante demasiados meses, su vida se convirtió en un auténtico «calvario» debido al cruel y multiforme acoso al que la sometió su expareja.
Tras un noviazgo salpicado por la violencia en el que esta extrovertida vecina de Vigo dejó de ser ella – «no tenía ganas de nada y mi cara era el reflejo de la tristeza»–, un 4 de junio de 2022 en el que acabó aterrorizada y encerrada en su habitación mientras él amenazaba con tirar la puerta abajo dijo «se acabó» y pidió auxilio a la Policía Nacional. Aquel día salió de su piso escoltada por los agentes, con su perro y «cuatro cosas», y buscó refugio en casa de sus padres. Y allí sigue porque ya nunca más ha vuelto a vivir sola. Durante los meses que siguieron a esa jornada de junio el hombre la hostigó de todas las formas posible. El asedio solo cesó cuando lo enviaron a prisión, donde continúa y de donde salió recientemente para asistir, el 18 de diciembre, al juicio por el acoso sufrido por esta mujer, que penalmente hablando ha dado lugar a una acusación por 9 delitos por los que la Fiscalía pide que sea condenado a algo más de 15 años de cárcel.
«Las víctimas no se deben esconder ni avergonzar»
«El miedo es mi hipoteca de por vida», declaró con entereza Paloma en la sala de vistas. «Me encantaría, pero no voy a volver a vivir sola: no sé cuando será, quizá dentro de dos, tres o cuatro años…, pero él algún día saldrá de prisión», ahonda esta viguesa de 43 años en una reciente conversación con Faro de Vigo acompañada del que fue su policía custodio y con la que, ya enjuiciado su caso y a la espera de que se dicte sentencia, solo quiere contar «su verdad», relatar lo vivido para que «sirva de algo».
«Las víctimas no se deben esconder ni avergonzar», asevera esta mujer. Ella, lamenta, lo hizo: llegó a ir a trabajar con los moratones que tenía en sus brazos maquillados y no contó a los suyos la pesadilla en la que se había convertido su noviazgo hasta que todo explotó aquel día en que acabó siendo auxiliada por la Policía.
Una vida plagada de mentiras y tragedias falsas
Él construyó una vida plagada de mentiras y de tragedias inventadas para que ella no lo abandonase pero también para evitar que tuviese contacto con su familia e impedir así que conociese su pasado, un pasado con condenas por violencia de género por las que ya había estado en prisión. «De repente un día me dice que su madre se acababa de morir en Urgencias. Y solo 20 días después me cuenta que su padre se había muerto en un accidente de tráfico«, recuerda. Todo era muy raro y Paloma llegó a desconfiar de que aquello no era verdad –efectivamente después supo que ninguno de sus progenitores había muerto–, pero se lo acabó creyendo. «Me sentía fatal por desconfiar, me decía ‘qué mala soy, se acaba de quedar huérfano y yo pensando en dejarlo en la calle’», relata.
Cuando la relación se rompió él empezó a acosarla. Con llamadas telefónicas, con mensajes, timbrando en el piso de sus padres, siguiéndola y vigilándola e incluso provocando que compañías de decesos, de seguros, telefónicas… la llamasen sin cesar. Hasta le enviaba pizzas que ella no había pedido a casa. Una locura y un infierno. En noviembre de 2022 lo enviaron a prisión provisional, de donde salió en junio de 2023. Un mes después volvió al penal, donde continúa a la espera de la sentencia del juicio recientemente celebrado
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«Ahora puedo salir a la calle, pero tengo altos y bajos»
Con él privado de libertad, Paloma puede volver a pasear sola por la calle. Llevar una vida casi normal. «Tengo altos y bajos: hace poco tuve un gran bajón cuando me llegó una carta desde A Lama», confiesa. Pese al calvario vivido y a la losa que supone pensar en el hecho de que algún día él saldrá de prisión, esta viguesa quiere quedarse con algo bueno. «Pese a todo tengo mucha suerte», dice, en referencia a su familia, a sus amigos y a su policía custodio. Fueron y siguen siendo su sostén.
Su experiencia con la pulsera de control telemático: «Cometa funciona muy mal»
Paloma no tiene más que buenas palabras para Paco, su custodio policial, y en general para el Policía Nacional de Vigo «al máximo». «El trato y la empatía fueron impecables», afirmó. Lo que le dejó mal sabor de boca fueron las dos veces que el tribunal le negó orden de protección que finalmente le concedieron y sobre todo el «mal funcionamiento» del Centro de cometasun servicio gestionado por empresas privadas en el que pulseras de control telematico. Su expareja llevaba uno de estos dispositivos y aunque rompió la distancia muchas veces -no pudo acercarse a ella a menos de 600 metros-, en muchas ocasiones el centro no la alertó: ««Vi que estaba dentro de la ‘objetiva’ que tengo en el dispositivo y Cometa no me avisó: hubo ocasiones en las que llamé a la Policía mucho antes que ellos»..
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