¿Qué amenaza la democracia? | Artículo de Astrid Barrio sobre la nueva era política en EEUU liderada por Donald Trump
El retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha sido interpretada por muchos como una amenaza para la democracia. Su estilo populista, sus malas formas, su desprecio por el adversario político, el partidismo de su discurso de investidura, el hecho de que sea el primer presidente convicto, su cuestionamiento de la victoria de Joe Biden en 2020 y su responsabilidad en el asalto al Capitolio a cuyos protagonistas ya ha indultado, junto con el hecho de que dispone de mayoría republicana en la Cámara de Representantes y Senado así como su proximidad ideológica con diversos jueces del Tribunal Supremo, ciertamente no dan demasiado margen al optimismo. Y si a eso se le añade una agenda política cargada de enmiendas a la totalidad a las políticas de su predecesor y que está empezando a ejecutar a gran celeridad, la cosa no mejora.
No obstante y pese a que haya muchos motivos para encender las alarmas hay que distinguir claramente entre una agenda política reformista que incluye posiciones políticas que pueden afectar a los derechos o a la interpretación que se hace de algunos de ellos, que no es unívoca, de una agenda de reforma institucional que amenace las reglas de funcionamiento del sistema y que se proponga modificarlas en beneficio propio para perpetuarse en el poder o para dificultar el papel de la oposición y de la alternancia política. Y hasta ahora Trump, no parece tener una agenda política de este tipo. E incluso si se considera como un intento de reforma institucional -por el hecho de estar contenido en una enmienda constitucional- una de sus propuestas más controvertidas y rupturistas como es la alteración del derecho de ciudadanía vinculado al nacimiento, hay limitaciones institucionales que hacen muy difícil que esa iniciativa prospere. De hecho, el primer revés que ha sufrido Trump ha sido precisamente la suspensión judicial de la orden presidencial que limitaba ese derecho, algo que nos recuerda que el diseño constitucional americano que ha resistido inalterado casi 250 años está concebido para conjurar las veleidades autocráticas.
Y mientras las miradas están centradas en el ruidoso Trump hay líderes más convencionales y aparentemente más respetuosos con el juego democrático que sigilosamente se están deslizando por una peligrosa pendiente iliberal por medio de una batería de pequeñas pero constantes reformas que amenazan los pilares de los sistemas democráticos como son la división de poderes, la independencia del poder judicial, la existencia de una prensa libre y plural o la libertad de expresión. Pedro Sánchez es un claro ejemplo de estas prácticas por como ha penetrado políticamente y ha reformado instituciones para garantizarse su control (TC, CGPJ, RTVE), por como, con el argumento mejorar la calidad democrática y luchar contra la desinformación, pretende incrementar el control sobre la prensa y limitar la libertad de expresión, por como deslegitima y criminaliza al poder judicial que le hace de contrapeso y aspira a reformarlo con argumentos torticeros para garantizarse jueces afines y por como, pese a su imposibilidad para gobernar por falta de aliados, prefiere perpetuarse en el poder a convocar elecciones como sucede en el parlamentarismo cuando el gobierno carece de apoyos. Siendo así que Dios me libre de las aguas mansas que de las bravas ya me libraré yo.
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