Trump cambia nombres de lugares y festividades en un intento de reescribir la historia de EEUU
Cambiar un nombre no solo altera una etiqueta. Cambia el relato. Y, así, se reescribe la historia de un país. En Estados Unidos, el presidente Donald Trump ha convertido esa lógica en política de Estado. A golpe de decretos, presiones simbólicas o medidas ejecutivas, ha impulsado el renombramiento de instituciones, espacios geográficos y festividades nacionales con el objetivo explícito de proyectar una narrativa nacionalista blanca, desplazando términos, hitos y nombres que, en su visión, “denigran” a los estadounidenses. El objetivo: reordenar el lenguaje público para redefinir la identidad nacional. Y, por extensión, su historia.
Algunas de estas acciones han generado escándalo inmediato. Otras, apenas han levantado una ceja fuera de los círculos académicos. Trump lleva años impulsando cambios de nombre con fines políticos, incluso imponiendo motes a sus rivales políticos. Pero en su segundo mandato ha ido un paso más allá: desde quitarle el nombre de Kennedy al centro operístico de la capital para darle el de la ausente primera dama, Melania Trump, hasta pedir a los funcionarios públicos de Parques Nacionales que revisen cómo se cuenta la historia de EEUU en los paneles de los grandes monumentos del país, para asegurarse de que se alinea con su ideología del ‘América primero’.
Reescribir la historia
El salto de cambiar nombres a literalmente reescribir la historia, era solo cuestión de tiempo. En marzo, Trump firmó una orden que obliga al Servicio de Parques Nacionales a revisar 433 monumentos en todo el país para eliminar o modificar cualquier exposición que “desprestigie a los estadounidenses”. En la práctica, eso afecta a referencias a la esclavitud, el racismo sistémico, la opresión indígena, el cambio climático o la contaminación del aire.
Algunas placas y paneles explicativos ya han desaparecido, como las que explicaban el legado racista del naturalista John Muir en el parque de Muir Woods, en una de las zonas más progresistas del país, cerca de San Francisco, donde la medida ha levantado ampollas. En respuesta, un grupo de historiadores ha lanzado la campaña “Save Our Signs” (salvar nuestros signos) para documentar el contenido antes de su retirada. Para estos, la medida supone una reescritura selectiva y blanqueada de la historia nacional, que margina a las comunidades no blancas y LGTBQ+ en favor de una narrativa patriótica uniforme.
Una ópera para Melania
El ejemplo más famoso es el cambio de nombre del “Golfo de México” por “Golfo de América”, que le valió a la agencia de noticias Associated Press la revocación de las credenciales de la Casa Blanca al no aceptar el cambio.
Sin embargo, esta era solo una de muchas más medidas similares recogidas en una orden ejecutiva titulada “Restaurar nombres que honran la grandeza estadounidense”, en el que se renombraron fuertes y lugares militares. En las últimas semanas, dos nuevos casos han saltado a la esfera mediática.
El Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas, el imponente edificio moderno en la rivera del río Potomac en Washington DC donde se celebran óperas, ballets y grandes conciertos, Trump quiere dedicárselo a su esposa. Pero no puede hacerlo solo, sino que depende del Congreso. Por eso, varios legisladores republicanos fieles al presidente han propuesto rebautizar su gran sala en honor a la primera dama, que pisó el centro por primera vez en junio, a pesar de ostentar recientemente el título de presidenta honoraria de la institución. Lo más probable es que la propuesta no prospere pero los demócratas y la familia Kennedy lo han tachado de provocación política cuando, además, Trump ha recortado drásticamente el presupuesto de las artes.
El presidente Donald Trump después de firmar una orden ejecutiva el día del juramento de su segundo mandato / ANNA MONEYMAKER / EFE
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, muestra una orden ejecutiva firmada en el desfile de apertura presidencial en la Capital One Arena. 20 de enero de 2025, EE. UU., Washington DC: el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, muestra una orden ejecutiva que firmó en un evento de desfile de inauguración presidencial de Annoor en el Capital One Arena. Foto: KC Alfred/San Diego UT/Zuma Press Wire/DPA KC Alfred/San Diego UT/Zuma P/DPA 01/01/2025 Solo para usar en España. Política. EE.UU. Inauguración. Lo juro. 47º Presidente de los Estados Unidos. / K.C. Alfred/ DPA vía Europa Press
Gloria a los colonos
La otra polémica reciente es la del equipo de fútbol de Washington DC. En 2020, tras las protestas antirracistas por el asesinato de George Floyd a manos de un policía, el equipo de la Liga Nacional de Fútbol americano (NFL) optó por cambiar voluntariamente su nombre, hasta entonces los ‘Redskins’ (los pieles rojas, una forma despectiva de referirse a las comunidades indígenas), y adoptó el nombre de Commanders (comandantes). Sin embargo, cinco años después, de la nada, Trump ha decidido intervenir, amenazando al equipo que no le daría permiso para hacer las obras de su nuevo estadio si no se deshace de “ese ridículo apodo”.
Y es que renombrar puede ayudar a restaurar los daños, glorificar o borrar la historia. El presidente Joe Biden cambió en 2021 el nombre del “Día de Colón” por “Día de los Pueblos Indígenas”, atendiendo a peticiones de más de una década de comunidades nativas. El giro indica un cambio de foco: ya no se celebra la colonización, sino la resistencia de los pueblos. En 2025, esa lógica se invierte: el actual presidente pretende deshacer esa memoria corregida.
Renombrar para modificar la historia es una práctica común entre líderes autoritarios de todo el mundo. Tras la anexión de Crimea en 2014, Putin impulsó una campaña de rusificación, recuperando nombres soviéticos y, desde 2022, el Kremlin se refiere a las zonas ocupadas de Ucrania como «la Nueva Rusia«, recuperando un término imperial del siglo XVIII en desuso.
Por su parte, Pekín ha buscado eufemismos para referirse a la masacre de la plaza de Tiananmen del 4 de junio de 1989, inicialmente denominada “rebelión contrarrevolucionaria”, que pasó a ser “el incidente” de Tiananmen y que ha sido borrado por completo de los libros de texto y de historia, hasta el punto que los buscadores se bloquean cuando introduces la palabra en Internet.
Con estos precedentes como telón de fondo, son muchos los políticos y analistas que han saltado la voz de alarma. Trump no solo quiere dejar huella histórica gobernando en el presente. Quiere moldear cómo se recuerda el pasado. Y para eso, ha entendido que las palabras —y los nombres— son una de las herramientas más poderosas del poder.
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