Trump y Putin tienen un acuerdo de negocios para repartirse el Ártico
Marzio G. Mian ha dedicado parte de su carrera periodística a tratar de entender algunas de las zonas más remotas del mundo, esas que raramente se cuelan en los telediarios, particularmente el Ártico. Durante un viaje en 2012 a un pueblo de pescadores noruego, situado más allá del Círculo Polar, se dio cuenta de que la región se estaba transformando rápidamente. «Comprendí que algo grande estaba ocurriendo, tanto por el cambio climático como por las oportunidades que el calentamiento estaba generando», dice en una entrevista con EL PERIÓDICO. Desde entonces el prestigioso periodista italiano no ha dejado de viajar al Gran Norte, desde Groenlandia, a la Rusia ártica, Alaska o el Ártico canadiense. La región, afirma, ha pasado a ser un «espacio de confrontación», donde se libra una «fiebre polar» por sus recursos y una militarización sin precedentes. Lo cuenta en ‘La guerra blanca: en el frente ártico del conflicto mundial’, publicado en español por Ned Ediciones.
[–>[–>[–>¿Cómo está cambiando el cambio climático la realidad política del Ártico?
[–> [–>[–>El cambio climático ha hecho que el Ártico se esté convirtiendo en el centro de la gran historia. Es la lógica que explica por qué es el Nuevo Mundo. En un planeta cada vez más superpoblado y desertificado, donde las potencias tienen hambre de recursos, ha surgido allí un nuevo trozo de planeta, un nuevo continente casi despoblado y cada vez más habitable. O incluso un nuevo mar, como la Atlántida. Y está lleno de recursos: más o menos el 30% de los recursos naturales aún no descubiertos ni explotados.
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En el libro asegura que el Ártico será disputado por la fuerza. ¿Qué le hace estar tan convencido?
[–>[–>[–>El derecho internacional ha dejado de tener relevancia, ahora impera la ley del más fuerte. Y el Ártico, que solía ser un espacio de colaboración, incluso en tiempos difíciles, como tras la anexión rusa de Crimea, ha pasado a ser un espacio de confrontación. Es decir, un escenario de competencia entre potencias y grupos financieros. Ha comenzado una especie de fiebre polar, por así decirlo. Después de la guerra en Ucrania, todo cambió. Hay un antes y un después porque la única organización política que se ocupaba de la región, el Consejo Ártico, ya no funciona. Y aunque ese consejo no lidiaba con la seguridad, sí trataba muchas cuestiones relacionadas con el cambio climático, la explotación de los recursos, las nuevas rutas, el permafrost o la pesca. Y todo eso se acabó, porque ahora tenemos únicamente un Consejo Ártico occidental, cuyos miembros pertenecen todos a la OTAN. Al otro lado está Rusia, que posee el 53% de las costas árticas, unos 24.000 kilómetros.
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¿Qué países y empresas participan en esa fiebre ártica? ¿Y de qué recursos hablamos?
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[–>Para Rusia, el Ártico es el centro de gravedad de su poder: su centro energético y centro militar. Es lo que yo llamo su cajero automático, su fuente histórica como gran potencia. Rusia está allí desde el siglo XVIII, desde Pedro el Grande; aproximadamente el 50% de la riqueza rusa proviene de esa región. Sin el Ártico no existe Rusia, y sin Rusia no existe el Ártico —eso es lo que ellos mismos dicen. Si se cuestiona la soberanía de Rusia en el Ártico, los rusos son capaces de hacer saltar el mundo por los aires. No tengo duda de ello.
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¿Qué importancia tienen los minerales estratégicos en esa carrera?
[–>[–>[–>Pongamos como ejemplo Groenlandia, que posee el 25% de las tierras raras del planeta. Sabemos que este es uno de los grandes desafíos de nuestra época, especialmente para EEUU, porque hoy no puedes considerarte una superpotencia si no tienes autonomía en el acceso a las tierras raras. EEUU depende de China para las tierras raras y, por eso, quiere emanciparse. El Ártico podría permitirle liberarse del monopolio chino sobre esos recursos. Las nuevas rutas marítimas también son cruciales.
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¿A qué se refiere con las nuevas rutas marítimas?
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El 90% del comercio marítimo mundial está en manos de China, y ese comercio está bajo amenaza. Pensemos en Oriente Medio, el canal de Suez, o incluso el canal de Panamá. La tecnología avanza muy rápido y quienes más están invirtiendo en tecnología marítima ártica son China y Corea del Sur. Hace dos meses, el nuevo Gobierno surcoreano creó un Ministerio del Ártico. Corea del Sur incluso tiene un puerto dedicado exclusivamente a las actividades árticas.
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China no es un país ártico, sino «cuasi ártico», según su propia definición. ¿Cómo puede operar allí si no se tienen derechos marítimos para construir infraestructuras?
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La alianza con Rusia es crucial. Rusia es el caballo de Troya de China. Hay una alianza militar, ambos ya están realizando maniobras conjuntas en el norte, tanto marítimas como aéreas. En los últimos años chinos y rusos han realizado ejercicios navales en el Alto Pacífico, en el estrecho de Bering, en el Mar de Chukotka. Así que es una alianza militar activa. Pekín también está invirtiendo muchísimo en expediciones y actividades científicas, y ha acudido al rescate de Rusia en los proyectos Ártico LNG1 y LNG2 [para el procesamiento de gas licuado]en la región de Murmansk, después de que fueron parcialmente bloqueados por sanciones occidentales porque Moscú necesita tecnología occidental.
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¿Y Estados Unidos cómo observa esos movimientos?
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Los estadounidenses están muy preocupados, porque imaginan —y saben— que muchas de esas actividades no son realmente científicas. En la Antártida [Polo Sur] Hay un tratado que no existe en el Ártico: un tratado que prohíbe cualquier tipo de explotación y sólo permite actividades científicas. Pero en realidad, China y Rusia –y no sólo ellos– desarrollan allí diferentes tipos de actividades. En el último documento publicado por Estados Unidos, ‘Arctic Strategy 2024’, se habla de la militarización de Rusia, pero especialmente de China.
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¿Qué otros países participan en la militarización del Ártico y hasta qué punto es preocupante?
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La OTAN tiene una atracción absolutamente nórdica, sobre todo desde la entrada de Suecia y Finlandia. Las grandes maniobras de la OTAN se concentran en el Ártico, en el mar de Barents —también en el Báltico—, pero principalmente en el mar de Barents. Todos los países árticos se están rearmando, tanto dentro como fuera del marco de la OTAN. Se ha creado una alianza militar entre los países del norte —Noruega, Finlandia, Dinamarca y Suecia— que antes no existía, especialmente en el ámbito de la capacidad aérea. EEUU está construyendo nuevas bases en Alaska, y Canadá está edificando una base en Alert, el asentamiento más septentrional del mundo, situado sobre la isla de Ellesmere. Antes era una base meteorológica, y ahora se está transformando en una base militar. En principio iba a ser una base conjunta entre EEUU y Canadá, pero finalmente será únicamente canadiense. Canadá está invirtiendo decenas de miles de millones en la militarización del Ártico.
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¿Y cuál es el motivo de esta militarización? ¿Es la lucha por los recursos o el miedo a que otros se apoderen de estos territorios?
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Es la suma de todo ello. Se busca consolidar una presencia ártica en un momento en que Rusia está militarizando la región de manera frenética. Hay que recordar que en el flanco occidental ruso del Ártico se concentran unas 3.000 ojivas nucleares, y allí se encuentra la Flota rusa del Norte, donde están todos los submarinos nucleares.
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Decía que la invasión rusa de Ucrania lo cambió todo. ¿Qué más ocurrió ademas de la ruptura de la cooperación en el Consejo del Ártico?
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Está claro lo que ha ocurrido: la reelección de Trump. Hay dos factores determinantes: la guerra de Ucrania y la vuelta de Trump. Por eso digo que ya no existe un verdadero derecho internacional: estos dos factores lo han desmantelado, claramente. Y además, hay un acuerdo entre Trump y Putin sobre el Ártico.
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¿A qué se refiere? Usted dice en el libro que lo que realmente se está negociando bajo la guisa de un proceso de paz para Ucrania es un reparto del Ártico entre Rusia y Estados Unidos.
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Exactamente. De eso no se habla, pero es así. Todos los actores principales que se sientan alrededor de esa mesa —tanto en Riad como en Anchorage— son figuras estrechamente vinculadas al desarrollo del Ártico. Además, hay una declaración de Putin sobre Groenlandia que cito en la introducción de mi libro. Él dijo: «No hay ninguna sorpresa; EEUU siempre ha querido Groenlandia. No es un problema para nosotros». Eso fue una señal de luz verde. Una especie de nueva Yalta. Hay un pacto de negocios entre Putin y Trump. Y ese pacto tiene que ver con el Ártico, porque es allí donde se concentra la riqueza. No hay otro lugar en el mundo donde ambos puedan encontrar un interés común como en el Ártico. Es un pacto entre dos hombres temerarios y sin escrúpulos.
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¿Hablamos de un reparto de esferas de influencia?
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Exacto. Hemos vuelto a la época de la diplomacia cañonera, de las esferas de influencia y de los imperios. Lo que hace EEUU en el continente americano es clarísimo. Hay una voluntad que va mucho más allá de la Doctrina Monroe. Y, personalmente, no me escandaliza. Lo que me escandaliza es la hipocresía. Cuando se dice que Rusia no puede defender su esfera de interés, cuando EEUU hace lo mismo en su patio trasero. Los más hipócritas somos nosotros, los europeos. Tenemos una información totalmente propagandística, un sistema mediático donde no se puede hablar de la OTAN. La OTAN se ha convertido casi en una entidad sobrenatural. Hablar de la OTAN es casi una blasfemia.
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¿Está tratando EEUU de hacer algo parecido en en su flanco norte?
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He estado en Canadá y la tensión allí es altísima. Canadá está aterrorizado por los movimientos estadounidenses en la bahía de Baffin y en Alaska, así como por los intereses mineros en Groenlandia. El Paso del Noroeste está cobrando una importancia enorme: Canadá lo considera aguas interiores, mientras que EEUU y China lo reclaman como una ruta internacional. Como Washington quiere reducir su dependencia del Canal de Panamá, la alternativa es precisamente esa: el Paso del Noroeste.
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Hablemos de Groenlandia. Usted recuerda que el interés estadounidense no nació con Trump.
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Es una idea antigua en Washington. Durante la primera Administración Trump el interés se expresó abiertamente, pero bajo Biden se actuó de manera concreta. En tres años, la Administración Biden expulsó a los chinos de Groenlandia. Había grandes proyectos mineros, como la mina de Kvanefjeld, con capital chino-australiano. Fue bloqueada, y el Gobierno groenlandés cayó también por esa cuestión. Todos los proyectos chinos han sido paralizados. Es una estrategia sistemática y bipartidista.
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¿Y cree que es posible que Trump se salga con la suya y acabe quedándose con Groenlandia?
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No se sabe. Sobre el papel, es posible. Los groenlandeses quieren la independencia y todavía dependen económicamente de Dinamarca. Para EEUU no supondría nada mantener a los groenlandeses. Les están prometiendo algo similar a lo que tienen con los inuit en Alaska. Los intereses de los inuit groenlandeses podrían coincidir con los de los estadounidenses, encontrando una fórmula de acuerdo que se podría alcanzar. Hay muchos ejemplos. También porque no ha habido una oposición interna en EEUU frente a esta idea. No se ha oído a ninguna una voz política de peso, salvo los periodistas, que haya dicho «estás loco».
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