Un asturiano en la celebración discreta de la “Torre Trump”: “Hay mucha polarización”
Salva Cué, taxista en Celorio (Llanes) y “enamorado de Nueva York”, se dio cuenta enseguida de que sus cuartas vacaciones en la Gran Manzana venían con el aliciente de la visita a un momento histórico. La coincidencia de fechas le impulsó a sacar un billete de autobús para estar el 20 de enero en Washington, saliendo a las tres de la madrugada para llegar a las ocho y tener tiempo de encontrar un buen sitio donde empaparse del ambiente en la toma de posesión de Donald Trump, pero el mismo temporal que condicionó el festejo en el Capitolio y obligó a celebrarlo bajo techo le dejó a él en tierra. Le cancelaron el viaje “por causas meteorológicas” y se vio en Nueva York sin nada previsto, buscando alternativas a diez grados bajo cero.
[–>[–>[–>[–>Imaginó grandes aglomeraciones de neoyorquinos siguiendo el acontecimiento en Times Square, punto de encuentro universal de la ciudad, pero una vez allí, “a eso de las once y media”, no encontró “ni gente con gorras rojas ni nada”… Se le ocurrió entonces la “Torre Trump”, el rascacielos de 58 plantas construido como símbolo del poder del magnate en plena Quinta Avenida, y se acercó pensando en tropezar con una calle cortada o un dispositivo de seguridad que le impediría pasar de la puerta. Pero entró. Pudo pasar sin oposición, no vio más vigilancia excepcional que la que custodiaba una fiesta privada y en el lobby de la planta baja fue testigo de una celebración discreta en la que unas cuantas decenas de personas, de pie ante una pantalla, entre globos rojos, azules y blancos, vitoreaban, grababan con sus móviles y jaleaban con un “yeah” o con gritos de de “we’re back” (estamos de vuelta) cada fragmento del discurso y del juramento del nuevo viejo presidente.
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Todo pasó delante de la puerta del “Trump Grill”, bajo las escaleras mecánicas, con más globos formando las letras de la leyenda “USA 47” –el número de Trump en la lista de los presidentes de la nación– y concluyó con el “God bless America” (Dios bendiga América) en la voz de una mujer con un vestido rojo que llevaba la bandera de las barras y estrellas impresa en los tacones. Un DJ acabó la fiesta poniendo música, entre otras canciones el “YMCA” de los “Village People”, nuevo himno trumpista, y poco a poco el mediodía fue retomando la normalidad. Salva no se fue sin comprarse en la tienda de la planta baja una gorra roja con el lema de Trump –“Make America great again”– y “la chica me dijo que era la primera que vendían después de haber sido nombrado presidente”.
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–¿Y es gratis?
[–>[–>[–>[–>–No.
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La única oposición perceptible era la de un vagabundo que en el exterior de la torre “tocaba la flauta travesera”, cuenta el taxista llanisco, mientras sostenía una pancarta de cartulina acusando a Trump de “prosperar a través de la violencia y el acoso y de ser un mentiroso”. Por lo demás, en los días que lleva en el país percibe que, en efecto, “hay mucha polarización”. A pie de calle se observa alguna inquietud y en todo caso una división “respetuosa”. A vuelapluma, Salva Cué percibe que en general “hay trabajadores industriales que están muy a favor, porque piensan que van a prosperar, pero puede que sea por las políticas de derechos sociales por las que más puedan echarle cosas en cara”.
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