Una noche con los drones Vampiro del frente ucraniano, la peor pesadilla de Rusia

«¿Ves esas luces allá al fondo? Eso es Belgorod«.
Stan detiene el coche sin luces en la noche oscura del frente ucraniano. El frío se cuela por las ventanillas abiertas, bajadas por si el pequeño aparato para detectar drones falla y el zumbido de las hélices obliga a salir por patas. Cualquier precaución es poca en un frente radiografiado palmo a palmo desde el aire. Si el peligro quedaba antes restringido a la primera línea, hace meses que se multiplica en las entradas y salidas.
Por eso, este grupo de soldados cambió sus rutinas el verano pasado. Salen de día para no levantar sospechas, conduciendo lento por un camino que tan solo lleva al campo de batalla. La velocidad está calculada para alcanzar una zona arbolada al esconderse el sol. Es entonces cuando se colocan los cascos, activan el sistema de guerra electrónica y cierran las ventanas. Es entonces cuando solo queda acelerar, para reducir el riesgo de ser cazado por los cañones y los pilotos rusos.
«¿Estás nervioso? No te preocupes, si Stan conduce a 70 o 90 km/h la mayoría de sus drones tienen problemas para perseguirnos», sonríe Oleksandr. En realidad, ya hay drones que alcanzan los 300 km/h.
Un dron vampiro ucraniano, preparado para ser lanzado contra las tropas rusas. / / FERMÍN TORRANO
El coche da tantos botes que obliga a agarrarnos a los asientos delanteros. El olor a tierra mojada se cuela en el interior. Es el olor de una guerra que se extiende por más de 1.000 kilómetros de frontera. Oleksandr, Stan, Voldymyr y Maksym lo saben bien. Ninguno era militar profesional antes de la invasión rusa en 2022. Ahora, pilotan por las noches una de las armas más temidas por las tropas de Vladímir Putin.
La aeronave perfecta para la noche
El Vampiro no es más que un dron grande y pesado de cuatro motores. Lenta, ruidosa y barata, es la aeronave perfecta para volar de noche con cámara térmica y hacer temblar al enemigo. Con posibilidad de cargar hasta 20 kilos, son ideales para minar territorios, abastecer con comida, agua y munición a las posiciones más adelantadas. También, para lanzar minas y proyectiles sobre blindados y escondites del Ejército ruso. El pánico entre las filas de Moscú es tal que le cambiaron el nombre. Eligieron Baba Yaga. Un ser mitológico de la tradición eslava que vuela y devora humanos.
«Cada uno tiene sus miedos en la cabeza. Pero no hay nada peor que el Baba Yaga», confiesa a EL PERIÓDICO Sergey, comandante de un grupo de asalto ruso. Habla de pie en la celda de una prisión ucraniana, tras de ser capturado en Kursk el pasado otoño. «Ese sonido…».
El chac chac del Kalashnikov pone al grupo sobre aviso. Maksym y Oleksandr levantan los fusiles apuntando a los árboles. El primero cierra el puño y da órdenes con la mano. El resto suelta las cajas con antenas y drones. Las acaban de descargar del todoterreno antes de adentrarse al bosque. Son muchas semanas penetrando por el mismo camino y ayer no había obstáculos en mitad del sendero.
Maksym baja el fusil y enciende la linterna roja de su casco. «Falsa alarma», murmura. Las ramas ennegrecidas y partidas no engañan en esta posición a dos kilómetros de Rusia. Un proyectil impactó en la zona entre misiones. Por si acaso, los tres soldados inspeccionan el minúsculo refugio y un depósito de munición colindante para asegurar que no hay peligro. Solo encuentran ratones. Terreno despejado para colocar la antena y que el dron penetre las líneas rusas.
Poco tiempo para esconderse
A pocos kilómetros, otros dos ucranianos cargan una mina en la tripa del Vampiro. También fijan una botella de plástico en un lateral del explosivo para que planee mejor y acierte en el blanco. «Cielo despejado», escupe la radio. Artist y Aviator salen bajo tierra. Entre los dos cargan el Vampiro y lo alejan del refugio. Es lo más seguro si el enemigo los detecta antes de despegar. El fuerte sonido de las hélices rompe el silencio de la noche. A diferencia de otros drones más pequeños, lo que aterroriza del Vampiro es el ruido ensordecedor: solo hay unos instantes para esconderse.
Un soldado ucraniano, en el frente de Járkiv. / / FERMÍN TORRANO
En el refugio, los pilotos localizan el objetivo. Colocan el Vampiro encima y sueltan la espoleta. Una mina antitanque de 10 kilos llueve desde el cielo. Tres segundos después, la pantalla devuelve la potente explosión y una columna de humo trepando por el cielo. Todos los enemigos están muertos.
Esta es la nueva senda del Ejército ucraniano para sobrevivir a la invasión. Tecnología, innovación y reducir la presencia de hombres en zonas críticas cuando se puede. Cada vez más tipos de aeronaves se pueden volar a distancia, pero todavía es necesario acercarse con algunas, aunque sea para desplegar la antena.
Stan regresa con el todoterreno antes del amanecer. Apenas tres minutos bastan para cargar el material en la parte trasera. Sin luces ni visores nocturnos para esquivar el escrutinio ruso, parece un baile de sombras. Saltamos al interior. El coche avanza pegado a la línea de árboles los primeros 100 metros, antes de girar bruscamente a la izquierda. Un vehículo calcinado yace sobre el barro. No estaba allí cuando entramos, pero nadie dice nada. Stan pisa el acelerador, brinca el coche y las cabezas rebotan contra el techo.
Media hora más tarde, en la zona boscosa entre la posición y su casa, Stan suelta el volante y pregunta: «Habíais activado (el sistema antidron) no?». Nadie dice nada.
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