Un homenaje a Carlos López Otín
El próximo jueves, día 14 de noviembre, a las doce horas, tendrá lugar en la zona de Poniente de Gijón, avenida José Palacio, número 10, un acto de homenaje al profesor Carlos López Otín. El acto, consistente en el descubrimiento de una placa y de una escultura, no es sino un primer paso hacia otros reconocimientos que Asturias debería tener la obligación de rendir al homenajeado, uno de los científicos españoles con mayor renombre mundial, nominado en varias ocasiones al Premio Nobel de Medicina y a los premios «Princesa de Asturias», y reconocido además como el mejor científico europeo en genética y biología molecular en los años 2022 y 2023.
Carlos López Otín es, por decirlo rápido y sin adornos, uno de esos científicos que cualquier país sensato guardaría como un tesoro. Nació en Sabiñánigo, Huesca, en el año 1958, y desde 1993 hasta 2023 ha sido catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de Oviedo, en la que ha desarrollado una espectacular carrera investigadora y docente, situando a nuestra Universidad en la primera línea del mapa científico internacional. López Otín se ha convertido en uno de los investigadores más respetados en el campo de la biomedicina. Su labor científica ha permitido obtener enormes avances en el campo de las enfermedades genéticas y en la lucha contra el cáncer; pero, incluso más allá de eso, ha revelado algo que trasciende la ciencia: el respeto por la vida en su complejidad.
Hace algún tiempo leí, acompañándolo de los temas musicales que continuamente nos cita, uno de sus libros, «La vida en cuatro letras», escrito no solo para mentes científicas, sino también para los que, como yo, desconocemos totalmente ese universo, y lo que descubrí en él fue a un sabio absolutamente humilde, capaz de hacernos entender con un leguaje sencillo los secretos más insondables de la naturaleza humana, de mostrarnos, en definitiva y de una forma llana, el camino hacia nuestra propia felicidad, invitándonos a hacer de nuestras vidas un elogio de la emoción, a vivir con intensidad, a aceptar nuestras imperfecciones, a liberarnos de presiones propias o ajenas que entrañan obligaciones pero no regalan emociones, a invertir en salud y hacernos corresponsables de ella, a mirar a nuestro alrededor con curiosidad, observando, escuchando, leyendo, aprendiendo algo nuevo cada día, a evitar distraernos con vanidades o con el ruido del mundo, y a practicar la alegría cotidiana, porque vivir es un milagro molecular renovado cada día; la gente alegre vive mucho más, los tristes mueren de miedo, nos recuerda.
Pero también parece que en este querido país nuestro no sabemos reconocer la valía de estos sabios humildes, y me acuerdo ahora de aquel vergonzoso viaje del coche fúnebre de Severo Ochoa en el año 1993 desde Madrid hasta el cementerio de Luarca, sin más compañía que la del conductor de la funeraria parándose a comer en el Alto de La Espina con el féretro esperando en la soledad de un coche aparcado, y Asturias sin enterarse; como tampoco nos enteramos de esa persecución rastrera que López Otín sufrió por parte de algunos torpes de mente ruin y título en la pared, y que llevaron a sumergirlo, como él mismo dijo, en un eclipse del alma.
El agradecimiento y reconocimiento a Carlos López Otín no debería ser solo de nuestra Universidad, ni tampoco de Asturias, ni tampoco de España, sino de la especie humana en su conjunto, por todo lo que nos ha aportado con su enorme trabajo y su lucha por conseguir un mundo más sano y más humano; por la grandeza, además, del hecho de que un científico de su altura haya sabido escuchar las lecciones de la vida con la misma humildad con la que se acercaba a las moléculas; y también por haber sabido ser un hombre que no se detiene, que ha seguido luchando en el frente de la ciencia con una mezcla de coraje, inteligencia y determinación que solo los más valientes entienden.
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Porque, afortunadamente para la humanidad, para Carlos López Otín rendirse nunca ha sido una opción.
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