5 destinos y 5 planes gastronómicos para ir del campo a la mesa
El entorno rural es una despensa de lujo –trufa negra, jamón ibérico, queso de Idiazábal, pimientos de Rioja…– y un gimnasio donde poder hacer de todo: correr detrás de las ovejas, trepar como las cabras, hacer sentadillas para ordeñarlas y extraer el tesoro de los hongos. que se esconde entre las raíces de los robles, saltar surcos y zanjas con una mochila cargada de deliciosas verduras… Un gimnasio con el aire más puro y las mejores vistas que desean tener quienes viven en las ciudades.
1. CAMPO CHARRO (SALAMANCA): MUCHO MÁS QUE TOROS
La dehesa de Salamanca (o Campo Charro) es una inmensa pradera salpicada de robles donde pastan los toros más valientes que en cualquier otro lugar del mundo: ¡más de 200 granjas! Pero los toros bravos no se crían para ser comidos. Bueno, vale, sí, de todo se puede comer y, si las visitas insisten, Trabajo agrícola (faenascamperas.com) les muestran una manada de morlacos y les preparan una olla. Sin embargo, quienes atraen a la gente a esto finca situada a 40 kilómetros al oeste de Salamanca son los cerdos ibéricosy más ahora que el robledal se llena de bellotas, el alimento que lleva las patas de estos gorriones a los mercados y restaurantes con los mejores productos. El ejercicio también influye, ya que corretean por los pastos todo el día.
Entonces, como los cerdos no se detienen y porque moverse es bueno, Ana Zaballos y Diego Caneba acompañar a los visitantes dan un paseo de una hora por las 500 hectáreas de encinas donde arrastran sus 160 patas negras y, una vez tienen apetito, las llevan a prueba sus chorizos, sus embutidos –hmmm, piensa Ana–, sus lomos y sus jamones en el calor de la chimenea. Hasta el momento la experiencia cuesta 30 euros. Luego lo que quieras gastar en el restaurante de la granja. “Con la presa y la pluma, que ahora están tan de moda, hacíamos chorizo”, explica Ana y precisa: “Lo mejor del cerdo es el solomillo. » Para una siesta o pasar la noche, hay disponible un hotel de ocho habitaciones con vista a los pastos. Pero no conviene quedarse de brazos cruzados. Bueno, ¡sigamos caminando por Campo Charro, como las patas negras!
2. SIERRA DE GATA (CACERES), SIERRA DE CABRAS
A medio camino entre Salamanca y Cáceres, se encuentra la Sierra de Gata, cuyo nombre puede inducir a error porque allí no abundan los gatitos, sino las cabras. Adentro Valle del Árrago, cerca de la localidad de Cadalso, Los visitantes pueden pasear con ellos y los perros que los custodian por las orillas del río, entre pinos, alcornoques y encinas, y escuchar al cabrero insultar a los políticos urbanos y ver cómo los cornudos dejan el campo limpio, a prueba de incendios. , que hace mucha falta, después del que estalló aquí en 2023 y que devastó más de 10.000 hectáreas.
De vuelta en la granja, en el Quesería ecológica Terra Capra (terracapra.es), Erica Aibar y José Antonio Recio te cuentan que hace 11 años compraron una cabra para darle la mejor leche a su hijo mayor cuando dejó de amamantar y ahora tienen 300 con las que elaboran excelentes quesos. Y les invitan a degustarlos, recomendando el Rulo de la Sierra y el Cremosito, que están muy ricos, aunque si al visitante le gusta que el queso sepa a queso, encarecerá el Dehesa de Arriba. Pues invita, invita, que no los inviten, porque la experiencia cuesta 25 euros. ellos tambien organizan talleres de elaboración de queso como el suyo, elaborado a partir de leche cruda de cabra, ganado de pastoreo y corteza natural. y para elaborar jabones con leche de cabra y aceite de manzanilla de Cáceres –otro producto extraordinario de la Sierra de Gata–. Y también una muy curiosa. maridaje de queso y estrella, probando algunos y observando otros con los telescopios de astrochat (astrogata.com). Pero ya no es una experiencia del campo a la mesa, sino del campo al infinito y más allá.
3. LA CONCA DEL BARBERÀ (TARRAGONA): MONTAÑAS DE LA TRUFA
“El que no rompe una trufa es porque no la pesca”, tranquiliza Didac Espasa a los investigadores noveles, a quienes les tiembla el pulso como si estuvieran operando el corazón de alguien con el cuchillo trufero, y no es de extrañar, porque pueden arruinar. una joya gastronómica que cuesta mil euros el kilo. Hasta mediados de marzo, Termina la temporada, el negocio familiar. Tofona de la Conca (tofonadelaconca.com) lleva a los visitantes a una de las fincas de los alrededores de Vimbodí i Poblet, en las montañas de Prades, y les enseña durante unas horas a buscar trufas negras o de invierno con perros de agua españoles, golden retriever y perros adiestrados. -puntas- y extraerlas de las raíces de las encinas con sumo cuidado, porque, aún sabiéndolo, en estos momentos no es fácil sacar más de un kilo y el aspecto de lo poco que se tiene en cuenta.
A fuerza de perseguir perros, de explorar en cuclillas y de nerviosismo, los visitantes experimentan un hambre canina que satisfacen yendo a comer a uno de los bodegas locales –Castell de Riudabella o Aymar–, donde te espera un menú como este: crema de calabaza trufada, boletus salteados con gambas y trufa, canelones de setas con bechamel de trufa, timbal de patata y cebolla confitada trufada, habitas salteadas con bacon y virutas de trufa, coca ibérica con brie, avellanas y trufa y, de postre, queso cremoso, frutos rojos y virutas de trufa, todo ello acompañado de vinos de las bodegas antes mencionadas. Teniendo en cuenta el precio de la trufa y todo lo que se hace –ir al campo a buscarla, visitar una bodega y comer siete platos de trufa acompañados de vino– la experiencia es una ganga: 75 euros. Lo que no incluye, porque sería un regalo, es la visita al monasterio de Poblet, situado a cuatro kilómetros de Vimbodí. Esta es otra joya. Pero sólo comemos con los ojos.
4. PASTORES POR UN DÍA EN URKIOLA
Sólo para ver las ovejas latxacon estas locas melenas que llegan hasta los cascos, pastando entre las afiladas crestas calizas del Parque Natural de Urkiola, en la Suiza vasca, merece la pena participar en una de las experiencias que ofrece Alluitz Natura (alluitznatura.com). Hay talleres de lana, cuajada e incluso talos, estas tortillas de maíz que los vascos comen con chistorra y txacolí y los vasitos de chocolate.
Pero la actividad principal consiste en comparte un día de trabajo con Patxi Solana en el distrito de Mendiola, en Abadiño (Bizkaia), ordeñar las ovejas, alimentar a los corderos con biberón y beneficiarse del saber hacer del pastor quien con ayuda de perros mueve la manada de peludos latxa en las empinadas laderas del monte Untzillatx como si tuviera un mando a distancia. Previamente se organiza un taller de cuajada y queso fresco, utilizando kaikus de madera y otros utensilios ancestrales. Y después, una degustación de todo lo producido en los talleres y del queso Idiazábal de la propia finca. Tiene una duración de dos horas y media y cuesta 200 euros para un grupo de hasta ocho personas. Más gente significaría cuidar de un rebaño. De otro.
5. CALAHORRA (LA RIOJA): SENDEROS DE VERDURAS Y PINCHOS
Calahorra (calahorra.es/turismo) ostenta con orgullo el título de La ciudad vegetal. Con orgullo y con razón, porque cuenta con la huerta más espléndida de La Rioja, regada por el Ebro y el Cidacos. Alrededor de la ciudad hay cinco Senderos vegetales con 100 kilómetros de recorrido. Senderos como el del Campo Bajo, que parte del Santuario de Nuestra Señora del Carmen y recorre casi 15 kilómetros por la margen derecha del Cidacos, entre campos repletos de amables jardineros que, en cuanto se interesan por lo que plantan , te llenan de pimientos, peras, coliflores y coles, según la época del año. Es recomendable llevar mochilas XXL.
Después del paseo podrás visitar el Museo de Verduras Inusuales, donde se exponen, entre otras cosas, vestidos diseñados con lombarda, chiles, alcachofas, zanahorias, ajos y lechugas. Y para rematar la jornada de verduras, son muchos los bares y restaurantes donde se mima el calabacín como si de filetes de ternera de Kobe se tratara. En el Rasillo de San Francisco, a 40 metros del museo, se encuentra uno de los mejores, el Restaurante Albergue, donde tanto en barra como en sala triunfan las alcachofas y los pinchos de Miguel Espinosa, arrasando con todos los concursos.
Después del paseo podrás visitar el Museo de Verduras Inusuales, donde se exponen, entre otras cosas, vestidos diseñados con lombarda, chiles, alcachofas, zanahorias, ajos y lechugas. Y para rematar la jornada de verduras, son muchos los bares y restaurantes donde se mima el calabacín como si de filetes de ternera de Kobe se tratara. En el Rasillo de San Francisco, a 40 metros del museo, se encuentra uno de los mejores, el Restaurante Albergue, donde tanto en barra como en sala triunfan las alcachofas y los pinchos de Miguel Espinosa, arrasando con todos los concursos.
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