Puccini ante el espejo
Uno de los principales alicientes del «año Puccini» que se acaba de cerrar es la abundante literatura que se ha publicado sobre el compositor italiano. Desde múltiples enfoques, su biografía y legado han sido objeto de análisis constante, de debate y controversia. Señal inequívoca de que estamos ante un autor que ha mantenido viva su presencia en los teatros y sigue gozando, como lo hizo en vida, del favor arrollador por parte el público.
[–>[–>[–>[–>Escribí hace unas semanas sobre las suspicacias que entre determinada crítica despertaba su obra y el contraste con el fervor popular. Esta dicotomía, por diferentes razones, lo acompañó de manera continua.
[–>La editorial Acantilado acaba de publicar la traducción al español de la obra que, sobre el compositor escribiese en 2007 Alexandra Wilson, bajo el título «El ‘problema’ Puccini, ópera, nacionalismo y modernidad». No se trata de una biografía al uso, ni de una mera enumeración de su catálogo creativo, sino que hace una labor excepcional que rara vez vemos tan exhaustiva: pone a Puccini y a su obra en el contexto italiano de su tiempo, en la recepción de público y crítica a cada una de sus óperas y esto permite trazar la senda de una trayectoria envuelta en polémicas ajenas que utilizaron su figura para establecer posiciones extremas ante asuntos políticos y culturales candentes de un país en plena formación de su identidad nacional.
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Además, Wilson cumple una función casi notarial en su relato, tomando muy pocas veces partido y dejando que «hablen» los protagonistas de cada momento, los bandos enfrentados sin piedad. Porque, al final, la disyuntiva sobre su figura fue un problema de progreso frente a la reacción, entre los que defendían «enérgicamente el viejo orden y los que abogaban por una radical regeneración cultural». Una evolución que ha de entenderse en el marco de una sociedad tensionada como es la italiana del cambio del siglo XIX al XX, tratando de buscar al gran heredero de Giuseppe Verdi, frente a otros que veían a Puccini como un autor con demasiadas ansias de internacionalidad, hecho este derivado de su clamoroso éxito mundial. A esto debe añadirse la irrupción tardía pero impetuosa del wagnerismo en Italia, que propició un deslizamiento de la crítica y una profesionalización del ámbito musicológico que chocó con los dilettanti que dominaban los medios populares.
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Pensemos en este volcán identitario en el que Puccini escribe historias muy alejadas de supuestas fundaciones heroicas de la nación y, sin embargo, la todopoderosa editorial Ricordi se afanó desde el primer momento en generar una retórica profundamente italianizante sobre el compositor de Lucca.
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Sus primeras obras aparecen en un panorama que tiene verdadera obsesión por la decadencia intelectual del país, con una profunda penetración de la cultura francesa, especialmente en los ámbitos literarios y teatrales, y la progresiva inclusión de autores foráneos en los teatros de ópera. Todo esto se interpretaba como una «contaminación, una invasión cuasi militar de óperas extranjeras» que, por otra parte, el público acogía con fervor. Wilson va recorriendo el estreno de cada obra destacando su primer éxito popular con «Manon Lescaut», que permitió a una parte de la crítica celebrarlo como «un maestro que enorgullece a su nación». De hecho, la principal controversia pucciniana, especialmente dentro de Italia, es el empeño crítico por otorgarle o no un rango de relieve dentro de la tradición italiana y su poder de amalgama en la identidad del país –algo que, después, de su muerte también el fascismo trataría de instrumentalizar en su beneficio.
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La música de Puccini, resalta Wilson, está pensada para un público internacional, aunque se quiso, desde dentro, verla totalmente inmersa en los colores del paisaje de la toscana. Sus obras marcaron ruta propia, desde «La bohème», de la que se criticaba el libreto y esa búsqueda de las miniaturas temáticas y musicales que desestabilizaban la organicidad de sus propuestas. Quizá el rasgo que marcó cada uno de sus estrenos fue la existencia de dos bandos que, en ambos casos, se limitaban a reproducir, una y otra vez, los mismos tópicos. Ese dilema no se resolvió en ningún momento y generó un conflicto severo, un ruido que también cuestionaba en qué modo su música suponía avances y progresos o sólo era una mirada nostálgica al pasado. No ayudó tampoco que sus obras alcanzasen popularidad inmensa, esto era algo que se veía como una merma. Sexo, violencia, política y mentiras, una temática universal, marcó el estreno de «Tosca», que algunos vieron como demasiado escabrosa y un escándalo. Y el fiasco tremendo que supuso para el compositor el estreno de «Madama Buttefly», en la Scala de Milán, fue un fracaso que tiene visos de haber sido perfectamente organizado por sus detractores. Llama la atención el demoledor estudio que Fausto Torrefranca dedicó a Puccini en 1912 y que buscaba destruir su prestigio desde una postura cercana al futurismo. Es un ataque que hoy nos resulta curioso pero que da fe de la agresividad interna a la que se vio sometido el compositor, acusado de ser el «músico femenino perfecto» (sic), en un intento de denigrar su figura en un contexto machista sin máscara alguna. Los posteriores estrenos, ya en Estados Unidos, en Nueva York, de obras como «La fanciulla del West», de «La rondine» en Montecarlo y, nuevamente en el Met, de «Il trittico», marcaron un camino sin retorno a su fama universal. El estreno póstumo de «Turandot» fue un acontecimiento que desconcertó a unos y a otros. Ahí está su grandeza y de ahí extraemos una de las principales tesis de Wilson, asentada en «la necesidad de nuevos métodos para reevaluar la obra de esta figura cultural clave». Llama la atención que, tantos años después, el «problema Puccini» aún no esté del todo resuelto.
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El «problema» Puccini Ópera, nacionalismo y modernidad
Alexandra Wilson
Traducción de Juan Lucas
Acantilado, 416 páginas, 26 euros
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