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Al encuentro de ocho pozos de nieve en España, los frigoríficos de hace siglos | Escapadas por España | El Viajero

Al encuentro de ocho pozos de nieve en España, los frigoríficos de hace siglos | Escapadas por España | El Viajero
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  • Publishedenero 23, 2025



España está llena de antiguos pozos de nieve. Aunque en Mérida hay uno romano, que puede verse en la calle Reyes Huertas, la mayoría de ellos datan de los siglos XVI al XIX, cuando en los reales sitios y las ciudades se disparó la demanda del gélido elemento para enfriar bebidas, hacer helados, conservar alimentos y como remedio terapéutico. También coincidió que era la Pequeña Edad de Hielo. Hoy, docenas de pozos de nieve subsisten en lugares tan poco apropiados para almacenarla y andar con ella en verano de acá para allá como Sevilla, la Región de Murcia o Canarias.

Eran pozos circulares de piedra de hasta 15 metros de profundidad, que solían tener una cubierta abovedada o un tejado para que la nieve que se echaba dentro a paladas, y se compactaba con pisones, se conservara hecha un bloque de hielo hasta el verano, cuando se cortaba y se transportaba en mulas o en carretas hasta la urbe, el monasterio o el palacio más cercanos, perdiéndose en el camino por fusión entre el 30 y el 70 por ciento de la carga. Los montes eran un hormiguero de peones, capataces y fieles cuidadores de estos huevos gigantes de hielo —muchos pozos tenían forma oval— y la corona, que a menudo era dueña del gélido cotarro, después de refrescarse con la nieve más blanca y pura, freía a impuestos a los que comerciaban con el real sobrante.

Estos son ocho de los pozos de nieve más espectaculares que quedan en la Península.

1. Pozos de Cuelgamuros (Comunidad de Madrid)

Ocho pozos hubo alrededor del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, donde se almacenaban más de 500 toneladas de hielo cada año. Tres de ellos están en la umbría del monte Abantos, en lo alto del valle de Cuelgamuros, más cerca del pueblo abulense de Peguerinos que del real sitio. Hay que aproximarse en coche por la parte de Castilla y León, siguiendo desde Peguerinos la carretera que atraviesa Pinares Llanos, pasa por la Casa de la Cueva y conduce hasta el límite con Madrid. Aquí una barrera corta el paso y se ha de empezar a caminar a la izquierda por una pista forestal que lleva en media hora hasta la puerta de los Pozos de Nieve (así figura en Google Maps). Cruzando esta, se llega por una senda evidente, en cinco minutos más, hasta un pozo monumental construido en 1609, durante el reinando Felipe III, que estuvo en uso hasta 1934 y fue restaurado en 1985. Tiene 51 pies de profundidad —14,21 metros— y 30 de diámetro —8,35—, y cabían dentro 20.000 arrobas —230 toneladas— de nieve bien apisonada. Solo con la que se vendió el primer año se amortizó la obra, que incluía, aparte del pozo propiamente dicho, una nave para resguardarlo del sol y de la lluvia, de mampostería tosca de gneis con bóveda de cañón y con cubierta a dos aguas de teja árabe. Después de ver todas las montañas del Guadarrama desde el pozo, se continúa por la misma senda hasta otros dos más antiguos, sin nave, con cuya nieve Felipe II refrescaba el vino blanco del Rhin del que tanto gustaba.

Ocho pozos hubo alrededor del monasterio de San Lorenzo de El Escorial; hoy tres de ellos están en la umbría del monte Abantos, en lo alto del valle de Cuelgamuros,
Ocho pozos hubo alrededor del monasterio de San Lorenzo de El Escorial; hoy tres de ellos están en la umbría del monte Abantos, en lo alto del valle de Cuelgamuros, Andrés Campos

2. Constantina (Sevilla)

El último lugar de España en el que uno piensa al hablar de nieve es Sevilla, pero ahí, en Constantina, en la Sierra Norte, están Los Pozos de la Nieve, una fábrica de hielo de finales del siglo XVII que abastecía de este precioso y efímero bien a la ciudad del Guadalquivir. Había 103 albercas en los alrededores en las que el agua se congelaba en invierno, y sigue habiendo dos pozos de 8 y 14 metros de profundidad cubiertos por bóvedas de ladrillo en los que ese hielo se almacenaba y, al llegar el verano, se bajaba de noche con animales a la ciudad y se vendía a 24 maravedíes la libra —unos cinco euros el kilo—; y el sobrante en los pueblos vecinos, a menos precio. Hasta mediados del siglo XIX fue así. Una inscripción en la cúpula del pozo pequeño reza: “Se llenó este poso en 50 días de 1859 y asta este citio”. Durante casi dos meses, según un relato de la época, “hombres robustos pisan la nieve, animándolos con bebidas eficaces”. Luego fue polvorín, almacén de intendencia, secadero de embutidos y, desde 2007, es un alojamiento rural con salas de banquetes y reuniones, cinco apartamentos y 60.000 metros cuadrados de finca boscosa, que Europa Nostra ha premiado por su conservación y adaptación a nuevos usos. El precio no es barato (desde 95 euros por noche para dos personas), pero tampoco deja helado.

3. Sierra Espuña (Región de Murcia)

Uno de los pozos de Sierra Espuña (Región de Murcia), antes de ser restaurado.
Uno de los pozos de Sierra Espuña (Región de Murcia), antes de ser restaurado.Andrés Campos

También en un lugar impensable por sus actuales temperaturas y también premiados por Europa Nostra en 2024 al haber sido excelentemente restaurados varios de ellos, los pozos de Sierra Espuña ofrecen una imagen asombrosa de lo que era la industria del frío en esta cálida región antes del cambio climático, cuando multitud de braceros acudían a las montañas desde Alhama, Totana, Aledo, Pliego y Mula, y se pasaban meses acumulando y apisonando hasta 25.000 toneladas de nieve en 25 de estos enormes depósitos, que eran y son una de las mayores concentraciones en su género del Mediterráneo. A finales del siglo XVI se construyeron los primeros. Donde más hielo se consumía era en la propia ciudad de Murcia: ¡450.000 kilos en 1794! Pero en 1926, después de tres siglos y medio de frenética actividad, se inauguró una fábrica de hielo en Totana y se acabó el subir a buscarlo a la sierra. Los pozos se encuentran a 1.400 metros de altura, en la umbría de la sierra, distribuidos en dos núcleos que distan entre sí menos de un kilómetro y a los que se llega caminando por senderos que arrancan en el collado Mangueta, a 21 kilómetros de Totana, donde hay un aparcamiento y paneles informativos. Al núcleo más interesante se accede retrocediendo cien metros por la carretera desde el aparcamiento y avanzando otros 800 por un sendero que lleva hasta los pozos 11 y 13, los que han merecido el premio Europa Nostra. El primero es el de mayor tamaño de la sierra, con un diámetro de 12 metros e igual profundidad. El segundo tiene 8 metros de diámetro, pero es el más llamativo, con su cúpula cónica apuntada. Con técnicas y materiales tradicionales se han restaurado ambos, instalándose además una plataforma de observación y una escalera helicoidal en el 11, y una pasarela que recorre el vacío en el 13.

4. Casa de la Nieve de Moncalvillo (La Rioja)

Los logroñeses estaban hartos de refrescar el vino con el hielo que les vendían carísimo los navarros, así que, en 1597, el concejo de la ciudad decidió construir cinco pozos o neveras en la sierra de Moncalvillo, una estribación de la cordillera Ibérica que se alza a unos 20 kilómetros de la capital riojana. En Sojuela, el pueblo más cercano, hay una Casa de la Nieve donde se explica todo sobre estas neveras que fueron restauradas entre 2004 y 2006 por la arqueóloga Pilar Pascual Mayoral y donde se muestra, por el mismo precio (2 euros), una colección de todas las mariposas diurnas (112) y nocturnas (580) de la sierra. ¿Y qué tienen que ver las mariposas con la nieve? Pues más de lo que parece: ambas, cada vez más escasas, son indicadores de que algo va muy mal. También hay un sendero de las Neveras —lineal, de siete kilómetros, bien señalizado—, por el que el último domingo de enero casi 700 caminantes suben a ver las neveras, que son de forma troncocónica, están revestidas con mampostería de piedra seca y tienen hasta 5 metros de profundidad y 10 de diámetro. Para ponerse en situación, ese día se recrea el proceso de llenado de las neveras. Y, para entrar en calor, se comen patatas con chorizo.

5. La Granja de San Ildefonso (Segovia)

La cúpula de cristal que corona el Pozo de la Nieve, en La Granja de San Ildefonso (Segovia).
La cúpula de cristal que corona el Pozo de la Nieve, en La Granja de San Ildefonso (Segovia).Andrés Campos

Muy cerca del muro que cierra por el norte los jardines de La Granja, hay una bola de nieve gigantesca, de unos siete metros de diámetro. Es la cúpula esférica de cristal que corona el Pozo de la Nieve, la guinda blanca de una obra de restauración que costó 11 millones de euros en 2011. Bajo la cúpula está el pozo de más de ocho metros de profundidad que se construyó en 1736, durante el reinando Felipe V, unos dicen que para uso exclusivo de los servidores que acompañaban al monarca en sus jornadas de verano y otros que para abastecer de nieve a la población que estaba creciendo entonces junto al palacio y los jardines de real sitio serrano. El tiempo ha decidido que la razón y el pozo no sean ni para unos ni para otros: ahora es el Centro Juvenil La Bola, en el que los chavales del pueblo juegan al futbolín y al ping pong donde antes bailaban para no congelarse los empozadores o pisoneros. Mucha de la nieve que apelmazaban con sus pisones venía del puerto de los Neveros, en la vertiente nororiental de pico Peñalara, el techo de Guadarrama, donde en aquellos días la había perpetua. Isabel de Farnesio, la viuda de Felipe V, que había sido desterrada a La Granja para siempre por su hijastro Fernando VI, se quejaba tiritando de que vivía dentro de un “pastel de nieve”. Para ver el pozo por dentro se ha de llamar antes a la oficina de turismo (921 47 39 53).

6. Pozo del convento de San Andrés (Salamanca)

A Salamanca llegaba la nieve en burros desde las sierras de Francia y Béjar y se conservaba hasta el verano en un pozo que había en el Convento del Carmen Calzado de San Andrés. El convento, conocido por su gran tamaño como “el Escorial de Salamanca”, fue destruido por una riada en 1636 y vuelto a arrasar por un incendio durante la guerra de Independencia, pero el pozo, de siete metros de profundidad y cubierto por una bóveda de pizarra, ahí se quedó para sorpresa de muchos visitantes en la ciudad del Tormes. Hay visitas guiadas gratuitas y otras a la carta, personalizadas, de las que informan en la oficina de turismo (923 21 83 42). Además del pozo de nieve, se ve la muralla medieval de la ciudad, las caballerizas y tenadas del convento, parte de la torre noreste del complejo y unas galerías subterráneas de origen y función desconocidos que añaden misterio a la visita y justifican que se haga con casco y detrás de una arqueóloga.

7. Cava Gran de Agres (Alicante)

No nieva gran cosa en Alicante, pero cuando lo hace el primer lugar donde se lleva a los niños a que disfruten de esa rareza es la sierra de Mariola, un macizo calcáreo del norte de la provincia y del sur de la vecina Valencia que en su día abastecía de hielo a ciudades tan distantes como Xàtiva o Gandía. Allí había, y todavía pueden verse, ocho cavas, que es como llamaban a los pozos de nieve. La mayor y más impresionante es la Cava Gran de Agres, un depósito de 12 metros de profundidad y 15 de diámetro, con 2.000 metros cúbicos de capacidad y con una cubierta digna de una catedral: una techumbre hexagonal de la que aún sobreviven los seis semiarcos que formaban la bóveda apuntada y el pináculo de tres toneladas. Construida entre los siglos XVII y XVIII, estuvo en uso hasta principios del siglo XX, volviéndose a utilizar durante la Guerra Civil y de nuevo ahora, pues es el emblema del parque natural de la Sierra de Mariola, un extraordinario monumento de libre acceso gestionado por el MARQ Museo Arqueológico de Alicante y un poderoso reclamo para senderistas. Hasta ella se llega siguiendo desde el convento de Agres una sencilla ruta circular denominada A la sombra de las cavas, de 7,5 kilómetros y unas tres horas de duración. Por el camino se ven otros pozos y, dentro de la Cava Gran de Agres, donde antes había nieve todo el año, un tejo de cuatro metros de altura.

8. Puerto de Casillas (Ávila)

Un visitante en el pozo de nieve de Puerto de Casillas (Ávila).
Un visitante en el pozo de nieve de Puerto de Casillas (Ávila).Andrés Campos

Por vales de compra fechados en 1906, se sabe que Manuel Martín Delgado, el último dueño del pozo que hay cerca del puerto de Casillas, en el confín oriental de la sierra de Gredos, vendía la arroba de nieve —11,5 kilos— a tres reales, que era la tercera parte del salario diario de un agricultor o un artesano. El hielo era entonces un producto casi de lujo. Hoy lo que es un lujo es este pozo, que fue restaurado en 1998 y se conserva impecable, como nuevo. Al puerto se puede acceder en coche desde el pueblo de Casillas por un camino rural asfaltado y luego de tierra, no siempre en buen estado. Allí hay varios paneles informativos y un letrero que invita a acercarse al Pozo de la Nieve siguiendo un sendero con poco desnivel y excelentes vistas al valle de Iruelas, donde no es difícil ver volar a los buitres negros, pues en este entorno anidan 120 parejas. En poco más de una hora, se llega al pozo, que tiene 5,6 metros de diámetro y 6,4 de profundidad y está dentro de una casa grande y bien techada, que servía a la vez de cámara aislante y de refugio para los operarios. Desde el pozo se ven la vecina sierra de Guadarrama e incluso, en los días claros, las torres de Madrid.



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