Era un proyecto que no sabía si llegaría a buen puerto, pero decidí lanzarme al reto
El objetivo era encontrar a alguien con experiencia en gestión de empresas y en desarrollo de producto, diseño e innovación, y que, a poder ser, fuera de Cataluña y entendiera la idiosincrasia de la empresa catalana. La empresa holandesa de menaje para el hogar Brabantia, que había comprado Lékué hacía poco, buscaba para esta empresa de artículos de cocina -reconocida por su icónico estuche rojo para cocinar en el microondas- un nuevo director general. La compañía tenía alguna que otra experiencia fallida tomando a lo bruto los mandos de otra firma absorbida y, esta vez, quería hacer las cosas bien. Tan claro tuvo el cazatalentos contratado para la tarea de que Natalia Cabrera era la persona indicada, que el consejero delegado de Brabantia tardó apenas unos días en viajar a Barcelona para conocerla.
Lo que descubrió, entonces, este directivo, Tijn van Elderen, es que Cabrera había estudiado Traducción e Interpretación, pero que al terminar la carrera decidió empezar por el departamento de márketing de Targus, una empresa inglesa de accesorios para portátiles que quería abrir oficina en Barcelona. Tras dos años allí, comentó a su jefe que tenía ganas de salir de España y acabó ocupando una posición de product manager dentro de la misma compañía, pero en Londres. Allí vivió cuatro años, tras sobreponerse a sus temores iniciales.
«Te diría que me pasé tres meses llorando cada dos por tres pensando que no podía. La primera presentación que hice en inglés ante todo el comité directivo fue horrorosa, pero todo es un aprendizaje», reflexiona, ahora, casi dos décadas después. Entre esas lecciones, aparte de la superación personal, está descubrir que, en Europa, cada país es mundo. «Lo que funciona en un país no funciona en otro. Eso te entrena la flexibilidad y la adaptabilidad: algunas veces acertamos y otras no tanto, pero aún veo en aeropuertos mochilas que diseñé yo, y eso me hace mucha ilusión».
El otro gran hito que recuerda de aquella época fue conocer a su marido, principal instigador de su vuelta a Barcelona. Él era un danés que vivía en Dubái. Ella, una española en Londres. Y ganó Barcelona. Targus abrió una posición para ella en esta ciudad, pero, entonces, la llamó Garmin, la de los GPS y los relojes deportivos. La marca venía de moverse en la industria de la aviación y la náutica, pero estaba lejos de ser un nombre conocido por el gran público.
«Era un proyecto que no sabía si llegaría a buen puerto, pero yo tenía y tengo claro que me quiero ir a dormir pensando que lo que he hecho durante el día ha servido para algo. Y eso, cuando todo está muy desarrollado, cuesta más», se justifica Cabrera, que decidió lanzarse a por el reto. «Fui la primera empleada de Garmin en España», rememora hoy quien terminó pasando allí 15 años de su vida, acabó liderando un equipo de más de 50 personas y vio a la empresa pasar de los 20 a los 110 millones de euros de facturación.
Por en medio tuvo cuatro hijos. Los dos últimos, gemelos, y justo cuando tenía la posibilidad de un importante ascenso, con los temores que ese cuadro conlleva. «En estos casos tienes que trabajar el doble, es la cruda realidad», expone. «Sientes que no terminas de llegar bien a todo: eres la última en el colegio, te vas del trabajo sintiendo que lo dejas todo a medias, te tienes que conectar por la noche… pero tienes que aprender a vivir con ello, con que no llegarás 100% bien a todo y que, en el fondo, no pasa nada».
¿El último cartucho?
Cabrera acabó siendo directora comercial con un equipo de más de 50 personas a su cargo. Sin embargo, casi dos décadas después volvió a sentir que la máquina funcionaba sola y que tenía que quemar un último cartucho antes de llegar a una edad en que el mercado laboral empieza a ser mucho más hostil. Cursó un máster en ESADE, dejó su puesto de trabajo sin tener nada atado y, entonces, aparecieron Brabantia y Tijn van Elderen.
Hoy, su misión es volver a hacer crecer a Lékué tras dos años de una integración que ha costado el cierre del almacén de La Llagosta (Barcelona) y el despido de unas 15 personas. Hacerlo tirando de la red comercial que ya tiene establecida Brabantia en muchos países de Europa, abriendo nuevos mercados y lanzando nuevo producto. Llevan ocho millones de unidades vendidas del famoso estuche para el microondas, pero ya van siete millones de un artículo similar para hacer palomitas. «La prioridad [de Brabantia] ¿Es eso lo que Lékué era una compañía tan importante y grande? extrapolar globalmente«Concluye.
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