Lo que más se vende es menaje, el tema de las sartenes es una locura
José Antonio Fanjul Rodríguez se ha pasado más de media vida entre tornillos, puntas y tuercas. Medio siglo de ferretero de profesión en Lugones que le han dado para conocer al dedillo toda la mercancía, todos los clientes y todo el cambiante mercado con el paso de los años. Después de 50 años al pie del cañón se ha jubilado y ha abandonado el mostrador de la Ferretería Lugones, el negocio que montó tras décadas de trabajo en la Ferretería Somoano con la que empezó. Pero el local sigue en marcha, en manos ahora de la hija de su mujer. «Bueno y yo vengo por aquí todos los días que puedo, al final se echa de menos», bromea.
José, como todos le conocen, empezó en el negocio un poco por casualidad. En el Lugones de 1973 sólo había una ferretería, la citada de Somoano, a la que iba a comprar con su familia. «Un día el dueño me preguntó si me gustaría trabajar allí, porque necesitaban gente, y dije que sí», rememora. Aún no había cumplido los 14 años, y desde entonces no habría de salir ya de un negocio en el que siempre ha estado «muy contento». Del propietario, Ramón Somoano, no guarda más que buenos recuerdos: «Fue un padre para mí, me daba una propina los fines de semana para que saliera y tomara algo, allí fui muy feliz», afirma con nostalgia.
Eran años en los que todo se vendía a granel, por unidades. La mercancía se envolvía en papel de estraza y las cuentas se echaban a mano. «Ramón nunca usó la calculadora, decía que no se fiaba», cuenta entre risas. Fueron años de muchísimas ventas, porque Lugones estaba en plena ebullición industrial y poblacional, no paraban de construirse viviendas y todo se vendía en Somoano. «Cemento, puntas, tornillos, clavos… Cualquier cosa que se necesitara. La mercancía estaba colgada del techo en la tienda, y teníamos que saber de memoria dónde estaban las cajas con cada cosa; no es como ahora que está todo a la vista del cliente», cuenta, mientras señala el edificio en el que estaba el negocio primitivo, al inicio de la Avenida de Oviedo. Se vendía tanto que «repartir las facturas me llevaba una mañana entera: primero iba a pie y luego compré una moto y ya era más rápido».
Con el paso del tiempo la ferretería en la que empezó a trabajar cambió de manos y de ubicación, hasta que finalmente los últimos propietarios renunciaron y José se decidió a ponerse por su cuenta, hace diez años. Fue entonces cuando puso en marcha su tienda, en la que se sigue vendiendo «de todo», aunque lo que más es «el menaje, el tema de las sartenes es una locura». Y también «pegamento, la gente se pasa la vida pegando cosas», así como otros clásicos de la ferretería rural: «Veneno para los ratones, que ya va cambiando de color varias veces porque parece ser que se hacen inmunes a él y tienen que discurrir uno nuevo cada poco».
«Hay futuro»
Los tiempos han cambiado y para vender una bombilla «ahora hay que estudiar; antes sólo había un tipo». Lo mismo con el pegamento, que «ahora hay un mundo», indica. Lo que no ha variado es la esencia del negocio: un establecimiento en el que se atiende a la gente de tú a tú, por el nombre, enseñando la mercancía para que puedan probarla y cambiarla cuando sea necesario. «Mucho internet, pero lo que mejor funciona es la venta en persona», el tú a tú, sostiene, convencido de que «la ferretería tiene futuro, siempre se van a seguir necesitando estas cosas».
En los últimos años ha estado acompañado en la tienda por su mujer, Loli Martínez, que venía de otro mundo laboral y tuvo que aprender «casi de cero». Es la hija de ella la que se ha quedado al frente, ahora que ambos están jubilados. Aprendiendo a disfrutar de su nueva vida, con algún viaje del Imserso porque «hasta ahora nunca nos habíamos ido de vacaciones». Sin dejar de pasar por el local, en el que despachan Antonio Molina y Javier Uceda, ambos «encantados» de atender en Lugones. «Por aquí seguiremos», asegura José Antonio Fanjul, desde el otro lado de la barrera, pero con el negocio en la sangre.
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