No hay nada más caricaturesco y absurdo que la virilidad exagerada de alguien de ultraderecha
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No hay nada más triste que sentirte un monstruo al que nadie mira, al que nadie desea y al que nadie quiere. O que ganes un concurso de relatos, lo primero y lo único que ganas en tu vida, y que tus padres tengan algo mucho mejor que hacer que acompañarte a recoger el premio. Que tu padre te suelte frases de Shakespeare en vez de pasar tiempo contigo y decirte que te quiere. O que a tu madre le preocupe más su último conjunto de lencería que tu propia existencia. No hay nada más triste que un calcetín de deporte con semen reseco de varios meses asomando bajo la cama de un adolescente hipersexualizado e inadaptado, un chaval llamado Franki que para sobrevivir a todo ese páramo afectivo se ha inventado a un superhéroe espaciotemporal llamado Dick Loveman, un tipo que se pasa la vida empotrando a mujeres de cualquier época, edad y condición por eso de que siempre hay un lugar en nuestra imaginación en el que podemos dejar de ser un fracaso.
Kiko Amat (Sant Boi, 1971) regresa a la novela cuatro años después de Revancha con Dick o la tristeza del sexo (Anagrama), una historia barroca, violenta, cruda, irónica y paródica, una novela excesiva a la contra de cualquier tendencia editorial de los últimos años que provoca risa, asco y pena al mismo tiempo, un viaje de iniciación en el que conviven las peripecias sexuales de un chaval virgen de clase media con las de un galán porno de ciencia ficción, esa literatura ridícula de las revistas eróticas de los 80 y el catálogo de diagnósticos de perversiones mil de un tratado de sexualidad del siglo XIX. Amat escribe como si no hubiera nada más importante en la vida que escribir muy bien, como si escribir fuera un oficio al que honrar.
P. ‘Dick o la tristeza del sexo’ es una novela cuyo lenguaje es capaz de provocar asco y otras muchas sensaciones físicas en el lector, algo que no es muy frecuente. ¿Era su objetivo?
R. He dicho gracias, pero a lo mejor debería decir lo siento. Me gusta que lo digas. Yo creo bastante en lo que decía Flannery O’Connor, que no basta con mostrar la realidad, el escritor tiene que utilizar una carga de distorsión y exageración porque si no, eso no brota de la página. O lo que decía el psicópata de Seven, que ya no es suficiente con hacer toc toc a alguien en el hombro, tienes que golpearle con un martillo hidráulico. En literatura es un poco así, y lo que dices de las sensaciones físicas y las descripciones hardcore, algunas muy extremas, es porque la memorabilidad y lo que yo intento decir necesitaban que el impacto de lo que estás viendo fuera mayor que si fuera cien por cien realista. Yo sabía que este libro tenía que ser casi olisqueable, palpable y muy gráfico. Le dije una vez a alguien que Dick era como una novela de enredos inglesa donde no cerraba la puerta cuando pasaban al boudoir, y creo que si hubiera intentado cerrar la puerta o parar la acción unos minutos antes no se verían algunas de estas sensaciones y se perdería uno de los pilares que lo sostienen. Dick es un libro eminentemente gráfico, de forma cómica y entertaining, pero es un libro gráfico.
P. ¿De qué está hecho Franki?
R. Franki está mal hecho o se siente mal hecho. Él se define a sí mismo como un engendro pero yo, como autor, no lo imaginaba tan esperpéntico o tan desagradable como él se imagina. Creo que las metas y demandas de virilidad y belleza que se le ponen a un adolescente hipersensible y sobreexpresivo, con una gran dificultad, como él dice, para interpretar determinadas entonaciones o expresiones, le hacen creer que es un engendro, pero no creo que lo sea estética y físicamente al cien por cien. ¿De qué está hecho también? De desamor, de abandono, de deseo no correspondido, del hecho de que nadie te haya tocado ni te vaya a tocar a no ser que sea de forma imperfecta o traumante en la vida. Hay una frase de la novela en la que se dice que la gente no para de hablar de sexo y de género, pero nadie te dice qué hacer cuando no te desean, nadie te explica qué se hace cuando nadie te quiere, incluso de una forma física, y eso es una parte crucial de mi personaje.
Mis libros están increíblemente llenos de culpa, y eso es una rémora y una herida clara producida por un tipo de moral con la que crecí y en la que fui educado»
P. Creo que en Dick está buceando en las razones de esa masculinidad heteruza heredada por una generación, la suya, marcada por una educación sexual pobre y una culpa impuesta por la moral católica, entre otras cosas
R. Sí, este libro se puede leer también así, como la denuncia de una masculinidad y un daño provocado por la represión y la culpa católica. En esto no se fija mucha gente, pero mis libros están increíblemente llenos de culpa, y eso es una rémora y una herida clara producida por un tipo de moral con la que crecí y en la que fui educado. Por otra parte, está el daño, la confusión y la sensación de inadecuación, imperfección y fealdad que te inoculaba unos ideales de hombría inasequibles, delirantes y caricaturescos. Yo no he conocido a un tío que esté a la altura del ideal de masculinidad que se les exigía a los hombres de los 70 y 80. Ese rollo hombruno de no ser vulnerable, de no ser sensible y no mostrar sentimientos es uno de los daños de la educación de los 80 y 90, y no estoy del todo seguro que se haya conseguido erradicar del todo.
P. Pero creo que, por encima de todo eso, esta es una novela desoladora sobre la falta de amor
R. Sí, sí, total. Que la manifestación palpable de cara al lector se enmarque toda en un libro de peripecias antieróticas o sexuales sucede porque yo quiero que sea así, pero en realidad es un libro increíblemente desolador que yo he desactivado para que, a pesar de eso, haya sido disfrutable, ágil, tirante y divertido. Yo vengo de una dialéctica obrera que es así y he crecido en un mundo donde la gente explicaba su trauma en forma de anécdota, buscando la cauterización de la herida. Siempre he escuchado el infortunio, la pena y la demostración de vulnerabilidad de la gente que me rodeaba explicada en forma de historia divertida. Siempre. Por tanto, mi forma de escribir tiene muchísimo que ver con esto, con hacer esto divertido aunque nos haya pasado una puta catástrofe monumental. Samuel Johnson decía que solo la gente que estaba increíblemente triste podía hacer reír de verdad, porque es entonces cuando puedes explicar bien el patetismo, la caída, el trauma y la pena.
P. ¿Por qué decide situar la historia en los años 80?
R. La respuesta inmediata y un poco inconsciente es porque ese es mi paisaje emocional. Sin querer, me voy a rascar las costras aunque, en realidad, mi infancia tuvo un final triste pero mi adolescencia no fue nada triste. Para mí, la adolescencia es un periodo de liberación y eso se nota en mis libros porque los protagonistas siempre se quieren ir de su casa infantil, aunque a veces no lo consigan. Por otro lado, me doy cuenta de que lo hice por propósitos puramente materiales, de texturas y de situaciones. Al ser una sucesión de lamentables infortunios y peripecias, ahora, con un clic, el libro se acabaría muy rápido, y me iba bien que hubiera esa dificultad de acceso a cosas inseparable de los 80. Esto pasa también con la clase media, que yo necesitaba porque quería que el padre de Franki fuese un académico pomposo y escritor inmundo, y el niño tenía que vivir en un ambiente de clase media para tener un padre así.
P. El padre de Franki es un académico y periodista pedante que habla con frases del Rey Lear. Su madre, una exmodelo, superficial y un pelín justa de neuronas. En su novela, belleza e intelectualidad están igualmente huecas
R. En el caso del padre cargué las tintas. Cualquier manual de escritura te diría que te estás acercando a la caricatura, pero decido que me sale a cuenta acercarme peligrosamente al abismo de la caricatura porque, para empezar, ese tío no es tan distinto a mucha gente que he visto en el mundo de la literatura y en mi gremio. De hecho, todos los malos escritores están en el periodismo, yo también lo estuve, no lo digo de forma peyorativa, pero la mayoría de malos escritores aplican su solemnidad, afectación y elitismo al mundo del periodismo. Ese tío existe y, además, quería un villano y quería un villano obvio. Es incapaz de hablar si no es desde una tarima de superioridad moral e intelectual, habla violinista, que diría Josep Pla. Es alguien que se ha acercado a la narrativa con espíritu museístico y pedante, que es la forma que yo considero anatema absoluta de enfrentarse a los libros, sean clásicos o no, porque esto se concibió para que fuera disfrutable, no para que fuera una puta mierda de cosa y me des una vitrina que sólo pueden tocar tres personas. Es un escritor de mierda y seguramente también es un académico y un profesor de mierda, displicente, condescendiente e insufriblemente esnob, un tío que no está en la posición de dominador, pero la tristeza de todo esto es que gente como él, auténticos don nadie, tienen un determinado poder y quería que eso se viera. Y la madre, como tú dices, es un poco justa y un poco superficial, pero también creo que es otra víctima. En mis libros todo el mundo es víctima.
Kiko Amat presenta su nueva novela, ‘Dick o la tristeza del sexo’ en estos días. / / ALBA VIGARAY
P. Y el nazi homosexual y reprimido, un clásico en su literatura
R. Cuando me veo forzado por la trama a crear a alguien que está partido por la mitad y que tiene una vida secreta y la oculta con un despliegue exagerado de masculinidad, siempre me sale un nazi. Siempre. ¿Por qué? Precisamente porque no hay nada más caricaturesco y absurdo que la virilidad exagerada de alguien de ultraderecha. De hecho, los homosexuales nazis del Reich tenían todo el rato que demostrar un arrojo y una ceguera hacia el peligro mucho más exagerada que los heterosexuales, o Lawrence de Arabia, que se metía en mil batallas para que nadie sospechara que era un poco menos hombre. Yo creo que es un perfil perfecto para explicar de forma realista a alguien que tiene una máscara y que está partido por la mitad entre lo que pretende ser y lo que en realidad es.
P. Volvamos al lenguaje, ¿qué ha querido hacer en esta novela que no hubiera hecho antes?
R. Para mí el lenguaje es crucial y en Dick está muy currado. Yo quería que un lenguaje súper anacrónico fuera moderno, que un libro que todo el rato está utilizando cultismos y una forma más o menos retorcida de expresarse, se leyera sin barroquismo, como si fuera una novela moderna. Quería que se viera todo ese currazo, por ejemplo, de conocimiento hermético y bibliófilo, pero a la vez quería desactivar cualquier asomo de ranciedad catedraticia y académica, sin que nadie salga de este libro abrumado o pensando que le han pegado un desplante de conocimiento literario, cuando es todo lo contrario. Tenía que ser divertidísimo y cuando se utiliza la bibliofilia en modo peyorativo es para que te haga reír, para que veas, como en el caso del padre de Franki, que se puede utilizar muy mal esto de citar pedantemente a autores o libros. Los primeros que leyeron borradores, en algunos casos pares literarios, me dijeron que era una novela que no era de ningún lugar ni tiempo. Yo no quería que sonara al Siglo de Oro, no quería un libro cervantino, quería que fuera un libro en el que alguien se expresa con cultismos y afectación y que eso se leyera como un juego de ironía.
P. Dick es un libro que va a la contra de tendencias literarias y editoriales, con una apuesta y unas decisiones que, tal vez, le coloquen en un lugar de cierta soledad. ¿Le resulta incómodo ese posible escenario?
R. Me resulta incómodo en el sentido de la angustia inseparable de saberse a contrapelo de una época. No me siento surfeando en el zeitgeist, me siento, como suele decirse, a contrapelo de la literatura presente española y catalana.
Yo quiero ser un autor divertido y popular. ¿Qué pasa? Que por mucho que yo quiera esto, el mundo va por otro lado y las tendencias en boga no se parecen en nada a las cosas que me encantan»
P. Sentirse a contrapelo con el respaldo de una editorial como Anagrama no deja de ser algo bastante cómodo. No publica en un sello pequeño y tampoco tiene vocación de escritor marginal, el suyo es un contrapelo buscado, consciente
R. Que este contrapelo funcione al final del día, a pesar de que no esté en la corriente ahora en boga, te mentiría si te dijera que no tiene un pozo de romanticismo que para mí es atractivo. Te lo digo puramente como fan, porque yo vengo de seguir a artistas que estaban solos también. Si estuviera haciendo algo que estuviera en boga, a lo mejor vendería miles de libros más, pero los autores que me gustaban de música pop, de cómic y de novelas desde mi adolescencia, era también gente difícil de equiparar con lo que sucedía a su alrededor. Pero a la vez, y esto es paradójico para mí, a la vez que me gusta esto, no me gusta nada eso que decías, la vocación marginal o de raro, no me parece guay. Supongo que tiene que ver con cómo funciona el mercado, las modas y cómo recibe la gente determinados artefactos artísticos, pero yo estoy en contra de cualquier tipo de ofuscación, cripticismo o voluntad de no ser comprendido, todo esto me horroriza y es anatema artísticamente en todo lo que yo hago. Yo quiero ser un autor divertido y popular. ¿Qué pasa? Que por mucho que yo quiera esto, el mundo va por otro lado y las tendencias en boga no se parecen en nada a las cosas que me encantan o quiero hacer en mi oficio. Si es una marginación, es una marginación no buscada, no me interesa para nada la marginación afectada del poeta maldito.
P. ¿Le inquieta que un sector del feminismo haga una lectura crítica de su novela?
R. Me inquietan un montón de cosas. No hay nada más paradójico y extraño que la vida de un novelista, alguien que vive dos años en autoexamen, creando un mundo de ficción y al que de golpe se le arroja y expone a la mirada y el juicio público. Me preocupan muchas cosas de cómo se lee el libro una vez lo he soltado y, a la vez, tengo miles de lectoras femeninas. Me preocupa que se lea equivocadamente o de una forma pervertida algo que yo no imaginaba que fuera así, pero a la vez me tranquiliza el pensar que yo he escrito un libro que se cisca en la masculinidad y en las demandas de lo normativo heterosexual de los 80 y 90. Valentín Roma, uno de los primeros lectores del manuscrito, me dijo que era un libro degenerado sin género, cosa que me mola bastante, y que la mayoría de cosas que le pasaban a Franki eran no normativas, porque él, menos el coito heterosexual, hace un montón de cosas y en ese sentido el libro entronca con una nueva mirada, una nueva forma de ver estas cosas. Este libro se ríe de la pornografía, se ríe de la machirulez y es perfectamente leíble por alguien feminista.
P. Creo que es más inquietante ese reino de la literalidad en el que se identifica la ficción con la postura personal que pueda tener o no el autor sobre ese asunto
R. Cuando Ricky Gervais hace bromas de pedofilia no está diciendo que mole la pedofilia. Esto es tan elemental y de cajón que casi no veo ni la forma de defenderlo. Si un tipo de lector no comprende que este es un libro que está utilizando todos los recursos a su alcance para descojonarse de la pornografía, de lo macho y de la ranciedad bibliófila de los académicos y se lo toma por el sitio opuesto en los tres casos, es un tipo de lector que nunca diría que no ha sabido leer, pero que está desestimando cosas que para mí son súper claras y se utilizan para reírse de esto. Hay un punto donde un autor ya no puede explicar más lo que hace y este libro, para mí, es autoexplicativo. Franki se expresa con la retórica ridícula de la pornografía porque el libro ridiculiza la pornografía. Si tú lees esta novela creyendo que es un libro de pornografía no estás viendo la clarísima mirada paródica que tiene.
P. ‘La mala costumbre’, de Alana S. Portero, una historia sobre identidad de género y clase obrera, ha tenido tanto éxito que corre el riesgo de convertirse en la novela que toda editorial quiere en su catálogo… ¿Cómo se relaciona con esa escritura de clase y con las tendencias editoriales?
R. Un escritor tiene que estar en contacto con la sociedad en la que vive, eso está claro, pero para mí es pernicioso ver las modas literarias, las cosas que están en boga, aunque sí me fijo en gente que me mola, en gente joven que hace libros que entroncan de alguna forma con mi mirada o las cosas que hago. Creo que las tendencias contaminan y es imposible tener una voz distintiva y única si todo el rato estás leyendo a contemporáneos o a gente que está hablando el lenguaje de actualidad que exige la prensa. Siempre sospecho, quizá de forma injusta, cuando alguien escribe una novela que casualmente va sobre el tema en boga o el discurso del momento. No he leído a la autora que mencionas, pero la mirada a la clase obrera de autores de hace diez años que sí leí era una mirada ejemplarizante que a mí me ocasionaba un rechazo directo. Una mirada progre y bienintencionada que eliminaba las partes crudas y chungas de mi propia clase social, novelas un poco pacatas, dóciles y, aparte de pedantes, eran panfletos que se inventaban una sociedad cohesiva y progresista siempre, nada racista, que no me parecía realista. ¿Qué barrio era ese? ¿Barrio Sésamo?
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