entre indefensos y resignados, así conviven los deportistas con las amenazas que inundan sus redes
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«I’ll kill you» (Te mataré). «Debes temer por tus hijos». «Te vemos en la calle y te dejamos cojo». «Tu familia será… (y los emoticonos de un cuchillo y una gota de sangre)». «Dios te hará responsable». «La próxima vez que venga al Bernabéu no le dejéis respirar»… Esto es solo una pequeña recopilación de la catarata de insultos y amenazas que llevaron al árbitro José Luis Martínez Munuera a tener que cerrar a cal y canto los comentarios de sus publicaciones en Instagram tras expulsar el pasado sábado a Jude Bellingham durante el Osasuna-Real Madrid de Liga.
El suyo es el caso más reciente y también el quizás más mediático, por todo lo que ha rodeado al árbitro los últimos días, de una dinámica que va a más con el paso de los años. No hace falta gran cosa para que la ola de odio inunde las redes de un deportista de élite y afecta tanto a superestrellas como la clase media y baja de cualquier deporte. Basta con un error en el campo, una patada, un gol fallado, un cambio de equipo, una decisión controvertida en el caso de los árbitros… y el salvajismo, en muchos casos escondido tras el anonimato, no tarda en irrumpir.
Lo ha vivido en sus carnes recientemente el centrocampista del Atlético de Madrid Pablo Barrios, al cerrar también sus publicaciones por la oleada de odio recibida en las horas posteriores al partido ante el Celta en el que fue expulsado cuando apenas habían transcurrido cinco minutos. También optó por esta medida Carlos Romero, defensa del Espanyol, tras aquella dura entrada a Mbappé en el partido contra el Real Madrid que le trajo las mismas consecuencias. Ellos son los últimos de una lista inabarcable en la que están, por decir algunos, Vinicius, Morata, Nico Williams, Jenni Hermoso, Kai Havertz, Lebron James, Iga Swiatek…
Un Código Penal que no ayuda
Y no es cuestión solo de jugadores. Entre cientos y cientos de barbaridades, a José Bordalás, entrenador del Getafe, le dijeron «te matamos a ti y a tu familia» y «a tus hijos ya los buscaremos» en una publicación en la que simplemente celebraba haber empatado un partido de Liga contra el Barça. El técnico alicantino recibió y vivió en primera persona un problema que traspasa fronteras y deportes. Y si no que se lo digan a Nico Harrison, director deportivo de los Dallas Mavericks y el hombre que tomó la decisión de traspasar a Luka Doncic, con la consiguiente avanlancha de insultos.
Amenaza de una cuenta anónima de Instagram a LeBron James. / EPE
Y lo peor es que, en la práctica, se tratan de episodios muy difíciles de perseguir desde la Justicia. Restringiendo el tema a las fronteras de España, los problemas empiezan en el propio Código Penal, que no dispone de un artículo en concreto para el ciberacoso entre adultos. Si no son considerados como delitos de odio, sucesos como los citados previamente se engloban dentro del acoso genérico y no pueden ser perseguidos de oficio por las Fuerzas de Seguridad. Y si se plantea una denuncia hay condicionantes claros que hacen muy complicado que se dictamine un delito, por lo que en la mayoría de ocasiones lleva a los protagonistas (víctimas) a optar por dejar pasar la ola sin concecuencias.
¿Se puede perseguir?
«No es tan sencillo que haya condenas por este tipo de delitos y más en el ámbito de estos deportistas. Tiene que ser un delito continuado y que además todo esto le provoque a la víctima una evidente afectación en su vida, en el desarrollo de su día a día. Lo que necesitas es una afectación reiterada, insistente, y eso es complicado de medir», explica Ana M. Valero, abogada experta en ciberdelincuencia del despacho jurídico Valero Cuadra.
Se refiere Valero al artículo 172 del Código Penal, que habla de esos condicionantes haciendo hincapié en el tiempo (sin especificar cuánto), lo que ya de partida dificulta la persecución de individuos que suelen actuar de forma esporádica. También habla de que haya una afectación grave en el día a día, y que el afectado tenga que modificar de alguna manera su forma de vivir. Algo que en estos episodios de ataques repentinos y casi de usar y tirar es muy difícil de apreciar.
Mensaje de apoyo a José Bordalás en una publicación en la que su familia fue amenazada. / IG
Y no se quedan ahí las dificultades. Otras cuestiones, como que en la mayoría de casos sean lanzados desde el anonimato, también ponen más cuesta arriba afrontar jurídicamente el problema. «Muchas veces las personas que se crean estas cuentas lo hacen ad hoc, a través de un proxy y ni siquiera son rastreables. Se hacen esas cuentas utilizando correos electrónicos que también son ad hoc, que han creado para eso. Es complicado cuando es así de forma masiva y desde varios usuarios. Incluso se pueden utilizar bots«, advierte la abogada.
La limpieza de los ‘haters’
Por ello, las soluciones van por otros caminos, más pragmáticos. «Cuando a nosotros nos llega, el deportista o la persona pública viene ya con la situación encima. No llega con el objetivo de prevenirse, sino que ya llega con la crisis. Lo que hacemos es monitorizar la red, directamente sería todo internet, para saber qué personas le están hablando de forma no proporcional. Y vez que nosotros ya tenemos el mapa conceptual, los actores que juegan, ya pasamos a la reducción, minimizar el impacto», explica, por su parte, Adrián Vargas, especialista en ciberseguridad en la empresa Onbranding, entre cuyas tareas está la de limpiar las redes sociales de sus clientes que sufren estos ataques.
¿Y cómo se minimiza ese impacto? «Gestionando la seguridad y la configuración de las redes, de todos sus dispositivos», explica Vargas, que añade que «también se lo hacemos a la familia, a sus redes. Y tras eso se va solicitando la eliminación de contenido después de que hayamos certificado todas las pruebas, porque esas pruebas pueden ser usadas en el informe pericial para presentar ante la Justicia». Algo que por otro lado no suele ocurrir, por lo farragoso del proceso y las dificultades de que ese último paso llegue a buen puerto.
Ojos que no ven…
«Si lo que manifiestan estas personas tienen entidad suficiente como para atentar contra el honor del jugador, podría valorarse un delito de injurias, o delito de odio. Pero en cualquier caso, hay que tener en cuenta que cuando estamos ante personajes públicos… No es que el derecho al honor esté limitado, pero por los usos sociales y por la exposición que tienen este tipo de personas, se valora de forma más laxa y se permiten ciertas injerencias en sus derechos que de personas particulares no. El atentado, al final, tiene que ser de mayor entidad para que se entienda que hay una afectación real en su derecho al honor», valora la abogada Ana M. Valero.
Así las cosas, la solución suele ser habitualmente la de capear el temporal. Algunos optan por cerrar sus redes cuando ocurre, y otros por no hacerles caso. Y a la vez, prepararse psicológicamente para él, para tener las herramientas necesarias para que no afecte a su rendimiento «ya no solo deportivo, sino en su bienestar diario», recalca David Peris, presidente de la Federación Española de Psicología del Deporte, que recalca la importancia tanto de los psicólogos de los clubes como los personales, algo cada vez más habitual en el mundo del deporte, para afrontar estos episodios.
«Para trabajar eso, primero, yo creo que habría que hacer un buen trabajo psicológico, en el sentido de manejar bien los pensamientos y lo que genera en ellos lo que se dice de ti, o lo que te dicen. El valorar qué pensamientos de los que te generan estos ataques tienen una validez real», indica Peris, que también habla de otras posibilidades. «Yo conozco entrenadores que los filtros de los mensajes se los llevan sus psicólogos. Obviamente, hay un espacio de la comunicación que es la visión, y a veces es mejor no saber lo que ocurre». Porque muchas veces, a fin de cuentas, ante la barbaridad lo más funcional es aplicar el «ojos que no ven, corazón que no siente.
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