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Por Barrio Lastarria: bienvenidos al Santiago de Chile más bohemio | El Viajero

Por Barrio Lastarria: bienvenidos al Santiago de Chile más bohemio | El Viajero
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  • Publishedfebrero 23, 2025



Una sola calle del centro de Santiago de Chile da nombre a todo un barrio que representa una manera de vivir hedonista, cultural y bohemia. Hablamos de la calle dedicada a José Victorino Lastarria —intelectual, diplomático y político chileno del siglo XIX— y sus alrededores, por donde se extiende la esencia cultural de la capital chilena representada en edificios racionalistas, teatros, restaurantes, museos, hoteles, parques y librerías. La popularidad del Barrio Lastarria resuena en el pensamiento de quien lo abandona tiempo después de haberse ausentado de él. Por tanto, más vale avisar, uno regresará mentalmente para sentir nostalgia, no del barrio, si no de sí mismo en ese lugar, que no es lo mismo pero es muy parecido.

Barrio Lastarria es un distrito triangular que circunda con Bellas Artes, con el cerro Santa Lucía y con el río Mapocho; y que está vertebrado por la calle del mismo nombre, su eje principal y arbolado, que lo convierte en un burbujeante núcleo urbano representativo de la idiosincrasia chilena como demuestran los músicos y los vendedores ambulantes de artesanía tradicional, los edificios avanzados de Mauricio Despouy y de Italo Sasso Scampini o las propuestas gastronómicas más identitarias. Hay muchas, muchísimas, pero para una primera toma de contacto nada como José Ramón 277: Chopería & Sanguchería, donde es obligado dejarse tentar por bocatas tradicionales como el chacarero, el lomito, la mechada, el churrasco, el arrollado o el de lengua acompañados por las indispensables sopaipillas y sus cervezas artesanales. El sabor tradicional chileno fluye entre marraquetas (un tipo de pan) en unas mesas que no dejan de celebrar la tradición y la presencia en este barrio cultural. Conviene advertir desde el inicio que Chile es el segundo país del mundo con más consumo de pan después de Alemania. Por supuesto, la carta también incluye uno de los bocadillos más importantes de la historia del país: el Barros Luco, que lleva el nombre de un político que siempre lo pedía en la mítica —y no muy lejana— Confitería Torres, donde fue concebido y donde sigue siendo el icono gastronómico (como en el Bar Lomit’s, otro clásico). Ramón Barros Luco fue el presidente de Chile entre 1910 y 1915 y en sus visitas a esta barra solicitaba esta contundente mezcla que posteriormente se fue popularizando: tres cortes de vacuno con mucho queso fundido entre pan que puede ser de diferentes tipos, aunque lo ideal es con marraqueta.

La terraza de la José Ramón 277: Chopería & Sanguchería.
La terraza de la José Ramón 277: Chopería & Sanguchería.FÉLIX LORENZO

Otro emblema de Santiago es la capilla de Nuestra Señora de Veracruz, en la misma calle Lastarria, considerada monumento histórico por el valor de su arquitectura patrimonial. Durante el estallido social de 2019 fue devastada por un incendio cuyas heridas siguen visibles en el interior, aunque el exterior haya recuperado el rojo colonial que la caracteriza desde que fuera proyectada en 1852 con el objetivo de estrechar vínculos entre España y Chile bajo la batuta del arquitecto de gobierno Francisco Brunet des Baines, impulsor de una arquitectura señorial cuya herencia resiste visible por todo el centro de la ciudad y que alcanzó su mayor precisión en el Teatro Municipal, de 1857, que sigue acogiendo los más importantes eventos de música clásica, teatro y danza.

La capilla de Nuestra Señora de Veracruz, en la misma calle Lastarria, es uno de los emblemas de Santiago de Chile.
La capilla de Nuestra Señora de Veracruz, en la misma calle Lastarria, es uno de los emblemas de Santiago de Chile.FÉLIX LORENZO

Es más fácil soñar que contemplar. Y el vecino cerro Santa Lucía nos habla de ello a partir de sus vistas panorámicas, que incluyen la omnipresente cordillera de los Andes con las cumbres debidamente nevadas y el comercial edificio Gran Torre Costanera, inaugurado en 2014, de 300 metros de altura —con mirador en lo alto—, símbolo del distrito apodado Sanhattan por ser el rascacielos más alto de Sudamérica. Este es uno de los parques urbanos más queridos de Santiago y unos de los proyectos paisajísticos más ambiciosos del siglo XIX. El cerro es un remanso de naturaleza en el corazón de la ciudad que remite a su fundación, pues fue en este peñón donde Pedro de Valdivia fundaría Santiago de Chile en febrero de 1541 días después de haber atravesado el río Mapocho, tan cantado en el folclore y en las cuecas de Roberto Parra. Además de albergar el castillo Hidalgo del siglo XIX, hay un tótem que recuerda a los mapuches, cañones junto a la fortaleza y un monumento a Lautaro, el indígena que acabó con Pedro de Valdivia. Entre el paseo destaca un agradable aroma a eucalipto y la música de Sacar la voz, de Ana Tijoux, que proviene del altavoz de unos estudiantes que suben hasta acá a respirar. A algo parecido vino el naturalista Charles Darwin en 1834 para luego relatar la experiencia de este modo: “Una inagotable fuente de placer es escalar el cerro de Santa Lucía, una pequeña colina rocosa que se levanta en el centro de la ciudad. Desde allí la vista es verdaderamente impresionante y única”.

Vistas de la capital chilena desde lo alto del cerro Santa Lucía.
Vistas de la capital chilena desde lo alto del cerro Santa Lucía.FÉLIX LORENZO

Es probable que los jóvenes vayan más tarde al otro parque de Lastarria, el Forestal, de 1830, obra del paisajista francés Georges Dubois, que revitalizó los bordes e integró al río Mapocho para entregar a la ciudad un nuevo pulmón verde. Está dedicado al poeta nicaragüense Rubén Darío y en su fuente aparecen unos versos de Cantos de vida y esperanza que iluminan el pensamiento de cualquier paseante: “Por eso ser sincero es ser potente; / de desnuda que está, brilla la estrella,/ el agua dice el alma de la fuente / en la voz de cristal que fluye de ella”. Uno lee dos y tres veces estos versos y sigue camino pensando en el poeta que revolucionó en París el lenguaje para crear el modernismo. A un lado del parque llama la atención el hotel Ismael, que nos habla del presente de la arquitectura chilena a partir del buen hacer del Estudio Larrain. Es un alojamiento particular que da a dos calles, a Monjitas por el lado más bullicioso de Lastarria, y al parque Forestal por el otro, de manera que existen dos tipos de fachada, dos estilos y dos soluciones formales con distintas tipologías de ventanas.

Es inevitable, en este punto, no hacer memoria y tomar como guía dos edificios de Sergio Larraín García-Moreno, el introductor de la modernidad arquitectónica en Chile y padre de uno de los mejores fotógrafos (y más misteriosos) del siglo XX, llamado como él. Catalina Mena, en su libro dedicado al hijo, Sergio Larraín, la foto perdida, recuerda al padre, el arquitecto, como el fundador de la escuela de arte, consejero municipal de Santiago, embajador de Chile en Perú, premio nacional de arquitectura, coleccionista de arte y fundador de uno de los museos más importantes del centro de Santiago como es el Museo Chileno de Arte Precolombino, rica colección de piezas que fue acumulando en sus últimos años de vida. Siempre curioso, supo aprovechar su posición social y financiera para viajar a París antes de los 20 años y conocer a André Breton y Tristan Tzara. De vuelta a Chile estudió Arquitectura en la Universidad Católica. Bastan dos edificios suyos muy cercanos (a apenas unas cuadras de Lastarria) para ilustrar la importancia de su legado: en primer lugar el Oberpaur, de 1929, en la esquina de Huerfanitos y Estado, el primer edificio moderno del país, emblema de líneas claramente expresionistas, y, por otro, el edificio Barco o Santa Lucía, de 1934, junto al cerro, quizás el más emblemático del movimiento moderno en Chile y que remite irremediablemente al imaginario paquebote que tanto proliferó en la época.

Panorámica de la calle Lastarria que da nombre a todo el barrio.
Panorámica de la calle Lastarria que da nombre a todo el barrio.FÉLIX LORENZO

Dos museos son imprescindibles: por un lado el Museo Bellas Artes, un edificio de claro estilo Beaux Arts, obra del arquitecto franco-chileno Emilio Jéquier, de apariencia tan parisina que no sorprende averiguar que se inspiró en el Petit Palais y que se levantó con intención de conmemorar el centenario de la independencia de Chile; y, por otro, el Museo de Artes Visuales (MAVI), en la misma calle Lastarria, a cargo del arquitecto Cristian Undurraga, exquisita remodelación de lo que fue una antigua casona de la plazoleta Mulato Gil de Castro y una apuesta contemporánea por revitalizar el urbanismo que alberga una valiosa colección de pintura y escultura contemporánea de artistas chilenos. Junto a la llamativa fachada del Hotel Cumbres Lastarria, la entrada del museo viene resaltada por la presencia del mural El debutante, de Roberto Matta, uno de los artistas chilenos más internacionales y que fue un referente del surrealismo en el siglo XX. El MAVI está bien secundado por la cercanía del Centro Cultural Gabriela Mistral, edificio simbólico donde los haya, pues ha sido testigo de la polarización ideológica, política y social del Santiago de los últimos 50 años. Se construyó como obra del “hombre nuevo” durante el gobierno de Salvador Allende y, tras el golpe de Estado, se transformó en la sede de gobierno del régimen de Pinochet, encarnando el “Poder Total”. El arquitecto Cristian Fernández pilotó en 2009 la reforma de lo que hoy es un motor cultural muy versátil. Hay salas expositivas y de espectáculos, además de un estupendo café y una biblioteca. El nombre perpetúa la memoria de la poeta premio Nobel chilena y honra su contribución al andamiaje del patrimonio cultural de Chile y de las letras hispanoamericanas.

Entrada del Museo Bellas Artes, un edificio de claro estilo 'Beaux Arts'.
Entrada del Museo Bellas Artes, un edificio de claro estilo ‘Beaux Arts’.FÉLIX LORENZO

Por los lugares típicos (y también imprescindibles)

La cercanía de Lastarria y el barrio de Bellas Artes invita a pasear por los lugares típicos del centro histórico, como la plaza de Armas, la catedral y, evidentemente, el Palacio de la Moneda y el especial nuevo centro cultural La Moneda, ubicado bajo la plaza de la Ciudadanía. Entre otros muchos reclamos se encuentra también la Fundación Artesanías de Chile, que expone y vende artesanía tradicional debidamente seleccionada y que es, sin duda, un ejemplo de preservación de la identidad cultural. Atención a la presencia de arpilleras, ese género artístico consistente en urdir y coser un cuadro. Una técnica textil que tiene sus raíces en la tradición folclórica de las bordadoras de Isla Negra, que cosían obras llenas de significado. Nadie exploró su potencial artístico como Violeta Parra, quien las usó para comunicar y compartir preocupaciones sociales y mensajes de verdad y de justicia y que le servirían para armar su gran exposición Les Tapisseries Chiliennes de Violeta Parraen el Museo de Artes Decorativas del Palacio del Louvre de París en 1964.

La catedral de Santiago, en la plaza de Armas de la ciudad.
La catedral de Santiago, en la plaza de Armas de la ciudad.FÉLIX LORENZO

Desde la terraza del Hotel Singular, con diferencia el mejor de Lastarria, parece que podamos tocar la cima del cerro San Cristóbal, el lugar más visitado por los turistas en Santiago de Chile. Le pasó a la cantante Dua Lipa, que lo primero que hizo cuando llegó a la ciudad en septiembre de 2022 para dar un concierto fue subir en funicular al cerro y tomar, como es tradición, un Mote con huesillos. Mientras se disfruta de las vistas y del aperitivo recordamos esa bebida tradicional chilena compuesta de una mezcla de jugo acaramelado de melocotón con mote de trigo y pequeños trozos de durazno deshidratados, llamados huesillos. Si uno llega al cerro y no toma uno, es como si no hubiera llegado del todo.

La tienda Fundación Artesanías de Chile, en el Centro Cultural la Moneda, en Santiago de Chile.
La tienda Fundación Artesanías de Chile, en el Centro Cultural la Moneda, en Santiago de Chile.FÉLIX LORENZO

Es hora de cenar en Lastarria y cerrar el día con la vitalidad del inicio. Hay lugares como Quitral, donde es obligado pedir el risotto Pablo Neruda, o Bocanáriz, muy reputado e ideal para instruirse sobre vino, pero el mejor fin de fiesta es el Bar Liguria, porque mezcla como ninguno la bohemia y la alta cocina. Este lugar, en cuya entrada se lee “gracias querido bar, bar de mala muerte, bar que habla y que también escribe, mejor vámonos a beber, a bailar, a cantar… como si fuera la última noche que pasemos, o quizá también la primera”, es imposible que defraude. Hay fotografías y retratos de Gardel, de Freddie Mercury, de David Bowie; hay antipoemas de Nicanor, y hay un precioso mural de Ekeko al otro lado de la barra. La elegancia de los salones es equiparable a la de la carta, donde hay que rendirse al Chupe de Jaiba y, mientras llega, brindar por la tradición de la gastronomía chilena ante una auténtica pichanga para, asimismo, celebrar el sentido primigenio de los descubrimientos.

La barra interior del restaurante Liguria.
La barra interior del restaurante Liguria.FÉLIX LORENZO

La terraza interior de Liguria está habitada por murales de Seco Sánchez con imágenes de Violeta Parra, Gabriela Mistral o Víctor Jara y de su agradable sombra uno saldría únicamente para escribir sobre el paraíso perdido y volver (al pisco). La figura de Violeta Parra, que habló la lengua de la tierra, y su impronta en Santiago darían para un mes de conferencias. Como decía Raúl Zurita en sus Ensayos reunidos, Parra es el Shakespeare chileno porque en su obra se concentran todos los sentimientos que el ser humano es capaz de experimentar. Al tibio calor del pisco es imposible no acudir a sus canciones para alargar la sobremesa.

“Vale más en este mundo ser limpio de sentimientos

Muchos van de ropa blanca y Dios me libre por dentro.

Yo te di mi corazón, devuélvemelo enseguida

A tiempo me he dado cuenta que vos no lo merecías

Hay que medir el silencio, hay que medir las palabras

Sin quedarse ni pasarse medio a medio de la raya”





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