No está abandonado, es un expediente X
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Ya me lo habían advertido: los vecinos de Arbujuelo guardaban un secreto. Lo que no sabía hace varias semanas, cuando me topé con esta historia por casualidad, era que acabaría descubriéndolo de la forma más inesperada. ¿Cómo ha terminado un autobús londinense de los años 50 en la parte más alta de una aldea de diez habitantes? En este municipio de Soria, donde las calles, de no más de dos metros de ancho, jamás permitirían la conducción de un vehículo como este. De matrícula LF257, el autocar de un color rojizo, algo decolorado y con una señal de tráfico en su interior, llegó al pueblo en la década de los ochenta. “Quizás en 1986, hará unos 40 años”, dice una de las pocas personas que conocen la verdad detrás de esta encrucijada. Solo cinco individuos estaban allí el día que los hechos se produjeron. Nadie más lo sabe, ni siquiera sus familias. Son los únicos testigos. “Dos de los que lo subieron yacen bajo tierra”, añade otro de los vecinos.
Arbujuelo, una aldea en la provincia de Soria con menos de diez habitantes. / SERGIO DE MIGUEL
Tras conocer el emplazamiento del coche, me puse en contacto con el Ayuntamiento de Medinaceli, localidad a la que pertenece dicha pedanía. Su alcalde, Gregorio Miguel, dijo no saber nada. “Es cosa de los del pueblo”, añadió. Sin respuesta, decidí llamar a la parroquia de Nuestra Señora de la Expectación. Tampoco hubo éxito. Ya que está prácticamente deshabitado, el siguiente paso fueron las redes sociales. Ahí encontré una publicación de una web local en la que aparecía el dichoso turismo. “Mis raíces paternas. Es la vida de un emprendedor y un soñador”, decía uno de los 34 comentarios que especulaban sobre su origen. Detrás de él, Agustín Andrés, un empresario, forofo del Atlético de Madrid y residente en Alcorcón. Me llama inmediatamente después de contarle el motivo de mi mensaje. “Qué rapidez, Agustín. Encantado de saludarte”, digo visiblemente nervioso. Pese a confesar que apenas mantiene relación con los vecinos de sus antecesores, algo parece esconder. Sin embargo, no quiere que la conversación sea grabada.
El autobús tiene una señal de tráfico con el nombre de las personas dentro. / SERGIO DE MIGUEL
Estaba allí el día que ese autobús desembarcó en Arbujuelo. Según él, la persona que lo trajo era alguien “un poco especial”, aunque prefiere no ahondar en ello. No recuerda su nombre, pero sí cree recordar el de sus hermanos: Trinidad, Joselín y Maximiliano. Ellos también fueron testigos. De lo que está completamente seguro es de que el dueño y artífice de esta hazaña murió hace ya unos años. Al preguntarle cómo aterrizó el auto a la cima del lugar, señala que prefiere no hablar. Tampoco de forma anónima. “La gente de allí es un tanto rara y llevo tiempo desvinculado. Si no encuentras la salida, llámame de nuevo”, insiste. Segundos antes de colgar me habla de otro vecino: Fernando Ubieta. Un abogado, cuyo bufete se ubica junto a la estación de tren de Medinaceli: “Él puede ayudarte, conoce la historia”. Colgamos y comienzo a investigar de nuevo. En vano, ya que apenas aparece información en internet, solo algunas imágenes a su firma. Parece fotógrafo. No localizo nada y regreso al colchonero, quien se limita a mandarme un enlace. “Verás cosas interesantes”, cuenta. Es un perfil de Instagram con el usuario de la aldea y 175 seguidores. Entre los seguidores, dos Ubieta.
Un maniquí con el uniforme del conductor aparece en el asiento principal. / SERGIO DE MIGUEL
Hoy tendría 71 años
Fer y Laura. “Son sus hijos”, revela. “¿Hay algo más que deba saber?”, le pregunto intrigado. Me anima a explorar otras crónicas del pequeño municipio: “No te centres solamente en esto”. La conversación finaliza y redacto un mensaje similar a los hermanos. Los dos son pelirrojos. Él es fotógrafo, como su padre. Ella cantante. En él les explico cómo he llegado hasta sus redes sociales y solicito el número de su padre, el sujeto que más tarde me ayudaría. Pasan varias horas sin respuesta. Al rato, la joven me responde. “Hola Pablo, claro que sí. Lo hablo con él y te digo. Es bastante secreta. Tanto, que ni yo sé cómo acabó allí”, escribe. No conoce a Andrés, a pesar de que él sabe quién es cada miembro de la familia. Al cabo de un par de horas, Laura envía un nuevo mensaje. “He hablado él. Está en Arbujuelo y, como allí no hay cobertura, se pondrá en contacto contigo”, recalca en un audio. Y así sucede. A las 12:00 del 31 de enero suena el teléfono. Cada vez estoy más cerca de descifrar qué hace en una localidad de diez habitantes un bus londinense de los 50. “Te voy a contar una cosa”, dice Fernando al otro lado del teléfono.
El autobús llegó a Arbujuelo hace casi cuarenta años. / SERGIO DE MIGUEL
Empieza por aclarar que no está abandonado, sino que se encuentra en un terreno privado por el que discurre el agua. “Es de un amigo nuestro, que falleció hace 17 años. Nació allí y era un artista. Se mudó a Madrid con 18 y se dedicó al mundo de la creación. Era excelente, muy amigo de sus amigos”, relata. Quien lo subió ahí arriba y de la que Agustín no recordaba el nombre, se llamaba Miguel Benito. Murió con 54, por lo que hoy en día alcanzaría los 71. Si bien él no estaba en la villa la mañana en la que nació el secreto, el resto se lo contaron. “Tardó todo el día. Nunca ha funcionado, por lo que es prácticamente un expediente X. No te lo voy a contar, pero puedo decirte cómo no lo metió. Ni por piezas, ni con un helicóptero o una grúa, ni, por supuesto, conduciéndolo o empujándolo”, asegura. Cada vez menos reacio, comienza a compartir algunos datos más. Pese a contar con dos viviendas familiares en el poblado, lo llevó a Soria con la idea de habilitar una vivienda en su interior: “No llegó a hacerlo, pero cuando nos juntábamos por la noche en su huerto, servía como amplificador de música. Pasamos estupendas veladas en los meses de agosto”.
Miguel Benito, en el centro de la imagen, en una imagen de la época en Arbujuelo / FERNANDO UBIETA
El vehículo, aparcado en el conocido como ‘Camino del Cid’, cuenta con un maniquí uniformado dentro, a modo de conductor: “Todo el que viene se pregunta cómo pudo entrar allí un autobús inglés de dos pisos. Yo lo sé, tiene mucho que ver con la inteligencia, como en las películas de misterio”. Para Ubieta, siempre fue un hombre maravilloso, a diferencia del castellanoleonés común. “La gente de aquí es muy especial. Son muy complicados de tratar y él siempre iba a su aire. Jamás se casó. Era muy querido”, bromea. Si bien conoce hasta el último detalle de esta encrucijada, es incapaz de confirmar el origen del auto que yace aún en la cima de su aldea. “Lo compraría en algún desguace, no sé si en Inglaterra. Uno de sus sobrinos, con quien más confianza tenía, puede saberlo. Su nombre es José Vicente”, reflexiona. Desde que era pequeño, el fotógrafo ha pasado sus veranos en Arbujuelo, junto a su familia y amigos. Ahora, con 64 años, reside allí de martes a viernes por motivos laborales y, con cariño, recuerda su juventud a través de algunas imágenes. En una de ellas aparecen sus hermanos junto al protagonista de esta historia.
Una oda a la inteligencia
Ya lo adelantó Laura, la cantante pelirroja. Su padre no había compartido el interrogante con nadie: “Somos cinco los que lo sabemos. Fuera del pueblo tampoco se conoce, ni en el más cercano. Yo no se lo he contado ni a mis hijos ni a mi mujer”. Una vez finalizada la llamada, retomo la investigación, esta vez con un objetivo claro: la persona más cercana a él durante sus últimos años. La espera se prolongó varios días, hasta que recibo una nueva llamada desde Medinaceli. Es 4 de febrero y el abogado me confirma que su sobrino está dispuesto a desvelar algunos datos, aunque no el verdadero enigma. Sin embargo, no sería hasta seis días después cuando pudiera hablar con él. El 10 de febrero recibo una llamada. Sería la última, pero yo eso no lo sabía. Era él, el hijo de su hermana. Apenas un niño el día que los hechos ocurrieron: “Yo no estaba cuando lo subieron y los dos que lo hicieron están bajo tierra”, comienza diciendo. Vive en Guadalajara y las pocas veces que visita la provincia, lo hace en verano, cuando las temperaturas dan una tregua al vecindario. Las predicciones de Fernando fallaron, pues Miguel se hizo con él en España: “Se lo compró a un hippie que vivía dentro. En la planta de arriba no hay asientos y tiene diferentes departamentos. Mi tío se encaprichó de él”.
Miguel Benito, en el centro de la imagen, en una imagen de la época en Arbujuelo / FERNANDO UBIETA
No es el único transporte de gran tamaño que compró en vida. Decenas de coches, motocicletas, algunos autobuses de doble planta e incluso un avión. “Los alquilaba para eventos y películas. Vivía trapicheando con cacharros raros y al final de sus días se le cruzó el cable y muchos de ellos los destruyó o los vendió”, describe. Este, en concreto, que hoy sirve como refugio para los gatos callejeros de Arbujuelo, vino de Londres gracias al bohemio. Fue el soriano quien, con ayuda de una grúa, lo hizo llegar hasta la parte baja de su localidad de origen. “Estábamos muy unidos. Hacíamos muchas cosas juntos”, recuerda con emoción. Buceando entre memorias, José Vicente solo tiene palabras de cariño y admiración para su tío, fallecido hace cerca de dos décadas. Un tipo peculiar que vivía día a día. Unos meses con más recursos que otros. Poco antes de morir compró una parcela, próxima a la finca donde lo aparcó décadas atrás, a la que bautizó como ‘Los jardines de la creatividad’. “Hoy lo cuida mi madre. Pasaba semanas enteras allí y cuando murió le hice una cruz de hierro que está escondida en la finca”, desvela.
Los jardines de la creatividad, donde Miguel Benito desarrolló parte de su trabajo artístico. / SERGIO DE MIGUEL
En ella daba rienda suelta a sus creaciones, mayormente escultóricas. Una barca a modo de estanque con peces en su interior, una boca que sale de la pared o un iglú de seis metros de diámetro construido a partir de un paracaídas del ejército. El autocar, que nunca se empleó como vivienda, acogió varias exposiciones: “Le llevé una fotocopiadora y estuvo días imprimiendo”. En la actualidad, la parcela donde se ubica la mantiene otro de sus tíos, hermano de Benito, también conocedor. Tras una larga conversación, llegó el momento de preguntar. ¿Cómo consiguieron subir el ómnibus ahí arriba? “No lo sabe nadie. Yo sí. Hicieron millones de maniobras hasta meterlo en el sitio, ya que el vehículo ni siquiera arrancaba. A mí me lo contó él”. La charla termina con el sobrino confesando lo inimaginable. Un mes más tarde, el secreto que tantas noches me quitó el sueño, por fin, había salido a la luz. Efectivamente, se trata de un expediente X. Una oda a la inteligencia que Miguel se llevó consigo a la tumba. “Por favor, no lo desveles”, pide. Su legado lo protegen las personas de su confianza. Estos elegidos prefieren mantener la incógnita en honor a su amigo, un hombre que fue capaz de subir un autobús averiado de ocho toneladas hasta la parte más alta de Arbujuelo. Una joya de la España vaciada.
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