Me crie con el síndrome del patito feo porque era muy buen estudiante
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En Busca de la Explicacia de por Qué no es fácil Ser complado
Es de Oviedo, de 1948, hijo de un obrero de la fábrica armas de la Vega.
Celestino, un buen tipo. Duro. La familia de mi padre venía de San Pelayo Sienra, Grado, donde fui niño hasta los 10 años, pero él nació en Moreda, donde mi abuelo trabajaba en un salto de agua. Eran tímidos y bajitos, muy trabajadores, en la espuma de la clase obrera.
Eran muy reservados, creo que porque dos de sus hermanos murieron en la guerra civil: uno, fusilado en la tapia del cementerio de Oviedo y el otro, probablemente, por los montes de Aller. Esto puede ser impreciso porque no se hablaba en casa, pero a mis ocho o nueve años pillé que se abría la fosa común y que mi abuela fue a recoger los restos. Mi abuelo y mi padre, no, porque trabajaba en la Fábrica de Armas y era un problema. Ese silencio me crió sin ideología en casa. Tampoco tuve religión.
¿Y como padre?
A los 11 años me negué a tomar lentejas. Mi padre leía el periódico y decía «cómete las lentejas». A la cuarta negativa , cuando pensé que me iba a tirar por la ventana , guardó silencio unos segundos, se levantó, cogió el plato, lo llevó al fregadero, y le dijo a mi madre: «prepara algo para este niño». Emocionante. Soy hijo único y se volcaron conmigo porque tenían pretensiones de que mejorara lo que ellos habían conseguido.
Su madre, Susana ¿Cómo era?
Radicalmente distinta. Su familia tenía menos instrucción, pero una autoestima y una seguridad -sobre todo las chicas- que les salía por las orejas. Eran simpáticos… si llegan a ser altos… Mi madre decía que la familia de mi padre no la toleraba y sus hermanas eran muy difíciles por su exceso de confianza. Me crie con el síndrome del patito feo porque en la familia de mi padre estaba y en la familia de mi madre no caía bien porque era muy buen estudiante y mis primos eran normales. Mi madre era más cariñosa, mi padre era más seco. Murieron con 57 y 59 años. No sé muy bien por qué nos casamos tan pronto. Mi madre era una enferma del corazón y siempre decía «no voy a conocer a los nietos». Los conoció poco tiempo porque vivíamos en Huelva y veníamos una vez al año. Digo que eran tan generosos conmigo que cuando empezaron a ver que podían dar la lata se murieron.
¿Qué rapacín fue?
Tímido, pero apuntaba maneras: no me dejaba manipular y tenía intereses. En primero de bachillerato, 10 años, me metía debajo de la escalera del colegio Hispania con los de 15 y 16 para oír en la radio galena de Claudio Menéndez de la Riera los avances en Sierra Maestra de Fidel Castro.
Estudiaba muy bien.
Sí. En mi curso de bachillerato sólo hay un expediente de bachillerato mejor que el mío. Tiene 30 matrículas de honor, una más que yo. Mi idea era hacer químicas por un profesor del Hispania, Carlos Secades -sin parentesco conmigo- muy entusiasta, que nos daba matemáticas y química y era un líder. Que fuera ingeniero de Minas se debe a Torner, un óptico que estaba en el Pasaje. Yo llevo gafas desde los 3 años porque tenía un ojo vago. Supongo que mi madre, tan expansiva, le contaba que tenía un hijo muy listo que iba a hacer Químicas y él le habló de que iban a abrir la Escuela de Minas de Oviedo. Y fui ingeniero.
¿La vida de la colonia Santa Bárbara cómo era?
Típica de barrio, jugaba al fútbol en el campo de la colonia. A los 16 me empezaron a gustar las niñas -viceversa, menos- y a ir por el paseo de los Álamos. Tenía un amigo que había ido a los dominicos antes del Hispania y conocía a Gustavo Suárez Pertierra, que iba un curso detrás y tenía que examinarse libre en el instituto, cosa que yo había hecho el año anterior. Quedamos para explicarle cómo era el examen y al acabar me dijeron que fuera con ellos por ahí. Así conecté con el centro. Mi adolescencia fue variada.
Escuela de Minas.
No conocía a nadie y trabé amistad con tres de los maristas. Gonzalo Fernández Cabal, mi amigo íntimo hasta hace poco que se murió, de Lugones, extraordinariamente callado y José Antonio Fernández Sánchez, «Pepe, el de la Ibérica». Perdí mucho el tiempo los dos primeros cursos por el shock de pasar a la universidad y sentir la libertad, la calle, las chicas, los amigos, el cine, las lecturas y hablar mucho… En mi casa estaban muy preocupados porque creían que no iba a terminar la carrera, pero yo sí sabía que iba a terminar. Acabé de una manera peculiar. No iba a clase y a algunos profesores no les caía bien. José Antonio Martínez, profesor de Geología en cuarto hacía un examen oral y público, dividía los 30 temas en tres bloques y sacaba un tema de cada bloque. Cuando llegó a mí puso todas las carpetas en un montón y me fue preguntando, tema 1, tema 2, tema 3. Cuando veía que lo sabía, pasaba: tema 4, tema 5. Al acabar el 28 me dijo: «elija uno de los dos que quedan» y le respondí «hombre, para dos que quedan, elija usted». Eligió el 29.
Entró en algo de ideología.
En tercero, Pepe Sánchez me enseñó a leer -«Cien años de soledad»- y me fui haciendo poco a poco a la vida política. Fui delegado de Escuela en cuarto y estuve en la Junta de Gobierno con todos los decanos, entre ellos Fernando Suárez. Antes de acabar a carrera estuve un año en una empresa que se llamaba Fraser, que se dedicaba a temas de organización y estudios, que era de José María Lucía, luego fue presidente de Ensidesa y Ramón Mañana, catedrático de electrotecnia. Mañana fue «responsable» de que yo haya acabado un año más tarde. El profesor de electrotecnia de cuarto era flojo y la dejé para quinto. Me examinó y me suspendió una quinta parte para septiembre. Un día de agosto me enteré por un conocido de que Fraser contaba conmigo para un trabajo y, osado por culpa de mi parte Secades, llamé a Mañana diciéndole que me había enterado de que hacían un examen test para entrar a trabajar. Me dijo que quizá hubieran pensando en mí en algún momento pero que… «bueno, sí, pase mañana». Le dije que no se preocupara, que si no pensaba llamarme n o me iba a examinar. Seguí el forcejeo y me dijo «¿y si yo te lo pido vienes?”. Fui y me contrataron. “Empiezas el 1 de septiembre en Cartagena”. ¿Y su asignatura? «Déjala para febrero».
¿Conoció a su mujer Yolanda Fernández Muñiz en segundo de carrera?
Es de León, había hecho los comunes en Valladolid y había venido con otra serie de alumnas a hacer tercero de Filosofía. Terminó la carrera y nos casamos en la semana santa en que yo estaba en quinto de carrera porque era profesora. Con lo que ganaba, poco, y lo que cobraba yo por las prácticas de milicias universitarias, calculamos que podíamos vivir unos meses en Valencia. Una insensatez absoluta. No teníamos recursos, mis padres eran gente muy modesta. Tenía 24 años. El año anterior había sido delegado de escuela y el director de la escuela era Luis Fernández Velasco, un tipo de mal carácter y mal encarado, pero que me parecía una buena persona. Para hacer un pequeño viaje de novios por Andalucía pedí un préstamo en la Caja de Ahorros de 70.000 pesetas y necesitaba dos avalistas. Uno fue un amigo, Víctor Artime, de Bolsos Artime. Me faltaba otro y, esas cosas de Secades, fui a las 10 de la mañana a la escuela, pedí hablar con el director y me recibió, muy adusto, muy pulcro, camisa blanca impoluta, corbata negra, gafas a media nariz, leyendo unos papeles y, sin mirarme, dijo «¿qué quieres?». Le conté y le pedí que me avalara. Me miró unos segundos y dijo «dime dónde tengo que ir, qué día y a qué hora». El jueves a las 11 en la calle San Francisco. Allí estuvo. Nunca más hablamos del asunto. He procurado contárselo a alguno de sus hijos, sin conseguirlo.
Trabajó casi 15 años en Andalucía «siendo empresa».
Nunca fui cómodo para los sindicatos ni para mis jefes, que fueron muy generosos, porque si yo hubiera dado con un tipo como yo… No me importaba trabajar, cuando fuera si no había que madrugar. Los domingos iba a las 4 de la tarde a la mina y a las 7 pedía a mi mujer tabaco o un bocadillo para que vinieran los niños y se acostumbrasen a ver a su padre trabajando.
Juan Ramón García Secades (Oviedo, 1948), ingeniero de Minas , director general de la Vivienda en el gobierno de Pedro de Silva; director general del Instituto de la Vivienda de las Fuerzas Armadas, subsecretario del Ministerio de Educación en 1993; secretario de Estado de Defensa 1995 en gobiernos de Felipe González; consejero de Infraestructuras con Vicente Álvarez Areces fue presidente de Hunosa, consejero en Sogepsa, Sedes, Santa Bárbara, Caja Postal, Instituto Cervantes, Telefónica e INI. Estudiante brillante, directivo conflictivo, fue un administrador político problemático y resoluto.
¿Fue un padre presente?
Sí, a veces a distancia. Mis hijos me quieren mucho y tenemos muy buena relación. Con el chico es más antipático, pero tengo más complicidad; las chicas no tienen la confianza suficiente para hablar conmigo, pero con la madre entre todos hablan seis veces al día. Estuve siete años prácticamente en Madrid en la Administración Pública y venía de viernes a lunes, pero hablaba con ellos todos los días.
Volvió a Asturias para trabajar en el gobierno de Pedro de Silva, como director de la Vivienda.
No querían a un tipo relacionado con la construcción ni arquitecto ni con los ambientes asturianos. Yo cada verano tenía una crisis y quería irme de la mina, pero en agosto no encontraba a nadie y en septiembre, cuando me devolvían la llamada, se me había pasado el disgusto. Cuando me llamó Emilio Murcia, consejero de Ordenación del Territorio, dudé mucho, consulté a Gustavo Suárez Pertierra, que me ofreció cobertura y al director general de Tharsis, un alemán que me estimaba y me dijo «estoy muy contento contigo, pero piénsalo, porque no tengo más sitio para ti. Como no te dejé mi puesto…». Mi mujer me animó mucho, no sé por qué, y Dóriga, un gijonés que fue presidente de Minas de Almagrera, me dijo que él había tenido una trayectoria excelente, pero echaba de menos la experiencia de la administración pública. Me llevé muy bien con Murcia, con Pedro tengo una buena amistad, entre comillas, y con el consejero que sustituí a Murcia al fallecer, Felipe Fernández sólo tuve un problema que resolvieron ellos, firmando unas cosas en relación con lo que ahora es el Calatrava.
Le llamó su amigo Gustavo para ir a Madrid a una dirección general de viviendas militares.
No pensaba ir, pero Defensa tiene morbo. Iban a crear un organismo para reunir las 34.000 viviendas militares -entonces gobernadas por los cuarteles generales y 20.000 estaban ocupadas ilegalmente por funcionarios militares que no se iban al dejar el servicio activo- hacer viviendas nuevas y pagar la compensación económica a los que no tuvieran. Luego pasé a Educación con Pertierra y más tarde volví a Defensa.
Se afilió al PSOE en 1993.
Llevaba mucho dedicado a la administración pública con gobiernos socialistas y mi ideología era socialdemócrata. Gustavo dijo: «ya era hora, joder». Me afilié en Asturias, para nada: ni participé ni me hicieron maldito caso. Cuando perdimos las elecciones en 1996 fui a Río Tinto. Me peleé con los accionistas y con los sindicatos, que eran peores que los de SOMA y querían mandar. Fracasé tres veces, esa fue una.
Volvió a la política con Vicente Álvarez Areces. ¿Su saldo de Tini?
En términos de amistad, respeto y reconocimiento, muy bueno. De gestión, un desastre: era muy desordenado y metía las manos en todo. Cuando presidí Hunosa vino a presentarnos el Niemeyer al presidente de la SEPI y a mí, sacó la maqueta, empezó a cogerla, la deshacía, rompía una figura y decía «está todo roto». Pero era un tipo excelente con un coraje y su visión política está en todo lo que ha hecho. Estaba muy preocupado con la Autovía minera porque nos faltaba un montón de dinero.
¿Cuánto?
Habíamos gastado 15.000 millones de pesetas de más, porque siempre hay imprevistos . El control de Hacienda lo detectó e hicimos un plan complementario del Principado, 20.000 millones, que se dedicó mayoritariamente a ese gasto. Luego hubo un momento en que no había manera de enlazar la Autovía Minera y la de Siero. No había dinero para los enlaces y ese costaba 4.000 millones. Una noche desperté con la idea de que pasara una encima de la otra. Claudio Álvarez me dijo «vamos a pasar la historia como los más chapuceros». La cosa era que Francisco Álvarez-Cascos, entonces ministro de Fomento- no se enterara por si no nos daba los permisos de obras en la red del Estado un par de fines de semana. Fuimos a la delegación de Fomento, firmó un funcionario a punto de jubilarse y cuando Cascos se enteró ya teníamos la aprobación y no sé si la obra hecha. Cuando le conté el plan a Tini añadí «tú no lo sabes».
¿Cómo llegó a la presidencia de Hunosa?
Enrique Martínez Robles había sido secretario de Estado cuando yo era secretario Estado de Defensa y éramos muy amigos. Cuando nombraron ministro de Economía y vicepresidente a Pedro Solbes le llamé y le dije: «Enrique, me pido Renfe». El estaba en la embajada de París en ese momento y me dijo «no sé nada». Al final me dijo que Renfe no dependía de ellos y me pedí la SEPI». El presidente de SEPI fue él; me ofreció Hunosa y no me pareció mal. También tenía posibilidades en la Guardia Civil y cuando se lo dije a Javier Fernández me contestó «la Guardia civil me importa un huevo”. Javier es muy violento a veces.
Cuente.
Cuando la crisis de Tini Areces con la Caja de Ahorros yo volvía de vacaciones de Huelva, fui al consejo de Gobierno y apreté mucho a Tini, que estaba hundido y decía: «estoy acabado política y personalmente». Le dije «márchate, joder, y confronta democráticamente, vete a la Secretaría General, porque un gobierno que no lo apoya el partido que lo nombra, ¿qué puede hacer?». Javier me hizo señas de salir, fuimos a un cuarto cercano con una cocinita, me cogió por la solapa y me dijo: «cagondios, cállate que dimite». Le contesté: «que dimita joder, lo que te pasa es que eres un acojonao que sabe que si dimite él, te toca a ti».
Balance de Hunosa.
Un gran trabajo con un equipo muy bueno. Lo peor es el mal sabor de boca que me dejó José Ángel Fernández Villa, secretario general del SOMA-UGT a quien no había tenido animadversión -al contrario me parecía que había hecho cosas de interés- pero al final tuvo unas actitudes y una mala cultura que ha impregnado la cuencas. El otro día me paró un tío y me dijo «presidente, estuve en Hunosa con Villa y estoy encantado porque no he trabajado nunca y he cobrado toda mi vida». Con Villa tuve muchos enfrentamientos y le gané todos pulsos. Los de Comisiones eran más normales.
¿Cómo le trató a usted la vida?
Bien. Un tipo como yo tuvo un éxito profesional razonable. No he sabido ganar dinero, qué le vamos a hacer. No puedo ayudar mucho a mis hijos, pero me dicen tenemos carrera, máster, tuvimos coches…
¿Cómo llevó la jubilación?
Hasta poco antes de la pandemia estuve haciendo cosas, como consejero delegado de Sedes, dejando el equipo funcionar. En esa época físicamente andaba fastidiado, muy gordo, tenía muchos problemas. El año de la pandemia fue tremendo. Lo llevé muy mal: bebía mucho, volví a fumar puros, tuve un episodio cancerígeno que salió bien y ahora voy a revisar. Leo mucho, escucho música, navego mis oceánicas lagunas culturales, me entretengo con la geoestrategia, me gusta mucho la historia…
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