Estamos aterrorizados con el regreso de Trump

Ferran Puig (Castellterçol, Barcelona, 1968) sabe lo que es un conflicto olvidado. Dirige la acción de Oxfam Intermón en Yemen desde hace tres años y medio, a donde llegó previo paso por la República Centroafricana, Sudán del Sur y Mozambique. Cuando los focos se apagan pero las guerras continúan, son los humanitarios los únicos que quedan. Los retos van desde conseguir agua en el desierto hasta hablar con las mujeres en los campos de desplazados en ausencia de sus maridos muertos en la guerra. Y mientras el ejercicio de su trabajo se complica cada vez más, han aprendido a contar con las comunidades locales como las principales aliadas, sobre todo para llegar a las mujeres en campos de desplazados, a quienes considera la base de la sociedad.
Se han cumplido 10 años de la guerra en Yemen. ¿Qué balance hace?
Los ataques han continuado, en particular con el cruce de misiles entre los hutíes e Israel, y la crisis humanitaria sigue empeorando. Además, ha habido un arresto masivo y sin precedentes de 17 trabajadores humanitarios de Naciones Unidas y oenegés internacionales, tres de ellos de Oxfam. Hemos estado más de seis meses sin noticias prácticamente de ellos. Pudieron hablar con sus familias brevemente antes de Navidad.
¿Es Yemen una guerra olvidada?
No se puede olvidar lo que no se ha sabido. Es cierto que las crisis humanitarias se han multiplicado. Ucrania, Palestina… Sudán está en una situación absolutamente crítica. Pero nadie mira hacia la República Centroafricana, Congo, Mali o Burkina Faso. Y, en cambio, la ayuda humanitaria cae drásticamente. Influye el ascenso de gobiernos de extrema derecha que están recortando la ayuda humanitaria. Es el caso de Alemania, que era uno de los principales donantes de Oxfam en Yemen. El año pasado, aportó 2.000 millones de euros, pero este año lo reducirá a la mitad.
¿En qué se centra Oxfam en Yemen?
Somos especialistas en facilitar el acceso al agua. Rehabilitamos infraestructuras dañadas por el conflicto para recolectar agua de lluvia y perforamos pozos subterráneos, algunos a más de 700 metros de profundidad. Instalamos plantas desalinizadoras y sistemas de potabilización. También capacitamos a las comunidades para que se autogestionen y garantizar la sostenibilidad de los proyectos. En el sur de Yemen, un grupo de mujeres ha creado su propio sistema recaudando fondos a través de la ‘zakat’, la tradición islámica de caridad. Comenzaron en 2021 y la red ya lleva el agua a 10.000 personas.
¿Cómo es la situación de la población civil que queda en Saná?
La gente que tenía algo lo vendió para comprar comida. Ya no tienen nada, tampoco comida. El país está en una crisis económica absoluta. El Gobierno no paga los sueldos de los funcionarios desde 2011, pero no pueden abandonar sus puestos. El número de personas que dependen de la ayuda humanitaria sigue aumentando. Tienen que dejar sus casas a medida que se mueve la línea del frente destruyendo pueblos, y se han desplazado dos, tres y hasta cuatro veces.
¿Y dónde van?
Los han metido en medio del desierto. En la zona de Marit, en el sur, y en la zona de Hadja, en el norte. Pero hasta el desierto tiene propietario, y no les dejan establecerse. Viven en tiendas hechas con restos de trapo, ya no son tiendas de campaña sino sus restos. Las condiciones son extremas. No pueden cultivar nada, el suelo es de arena y roca. Es difícil construir infraestructuras para el agua, incluso letrinas. Algunos propietarios permiten la perforación de pozos, pero obtener su permiso es complicado. Muchos se cansan y les echan, forzando nuevos desplazamientos.
¿Cuál es la situación de la mujer?
Las mujeres van cada vez más con el rostro tapado y eso no es una práctica tradicional de Yemen, sino que proviene de Arabia Saudí. Sobre todo en el norte, no tienen siquiera una rendija, dependen de lo que puedan ver a través de la tela negra. Es una muestra de la reducción de derechos de las mujeres y las restricciones de movimiento. Las mujeres necesitan ahora un ‘mahram’ para viajar, un guardián, algo que tampoco era obligatorio antes. Esto produce situaciones tan absurdas como que una exministra yemení tenga que viajar con su hijo de 12 años como guardián. Nuestro ‘staff’ femenino no puede ir al terreno porque solo puede ser tu guardián un padre, marido o hijo.
¿Cómo se puede trabajar en estas condiciones?
La interacción con las mujeres desplazadas es prácticamente imposible, y más de la mitad de la población que necesita ayuda humanitaria son mujeres. Y necesitamos pasar por ellas para llegar a los niños. Nuestro ‘staff’ masculino no puede siquiera hablar con ellas si no está su guardián presente, y la mayoría son viudas por la guerra. Lo que hacemos es reclutar mujeres locales que no tengan que viajar. Pero lleva tiempo, porque hay que encontrar a personas dispuestas a hacer de enlace y darles formación. Pero es un sí o sí. Los problemas humanitarios se centran en la mujer. Y las mujeres son la base de la sociedad. Es el futuro, es donde tú puedes construir.
¿Cómo ha afectado la caída del régimen de Asad en Siria?
El cambio en Siria ha abierto los ojos a que los regímenes pueden caer en un momento. En las redes circula desde entonces el lema de «Hoy Damasco, mañana Saná». La caída de Asad ha convertido a Yemen en el último bastión del llamado «eje de la resistencia», tras la caída de Hamás, Hizbulá y ahora Siria. Por otro lado, los ataques israelíes se han intensificado. En diciembre, Israel bombardeó por primera vez la terminal civil del aeropuerto de Saná, intacta hasta entonces, y lo hizo cuando el director de la Organización Mundial de la Salud estaba allí.
¿Preocupa lo que pueda hacer Trump, de vuelta en la Casa Blanca?
Estamos aterrorizados. Trump declaró en su primer mandato a los hutíes como organización terrorista extranjera. Aunque los actores humanitarios estamos exentos de algunas restricciones, los bancos y otras entidades no lo están, lo que complica enormemente nuestro trabajo. Biden retiró esa designación, pero tememos que Trump la restablezca. Luego está el apoyo de EEUU a los saudíes. Eso Biden lo mantuvo. Arabia Saudí querría olvidarse de Yemen, ya que está enfocada en atraer turismo ahora. Pero no puede desentenderse, es su puerta de atrás.
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