La audaz diplomacia de los gestos del papa Francisco

Lideró una de las instituciones más inmovilistas del planeta, pero entendió como nadie el cambio de los tiempos: el déficit de atención generalizado, la fugacidad de los ciclos informativos, el poder de las imágenes o aquello que llamó la “globalización de la indiferencia”. Y Jorge Mario Bergoglio, el recientemente fallecido papa Francisco, acabó moldeando una diplomacia repleta de gestos de alto voltaje simbólico para atraer la difusa atención del mundo. Como cuando se arrodilló en el Vaticano para besarles los pies a los líderes de las facciones rivales de Sudán del Sur y rogarles que pusieran fin a la guerra civil; o cuando rezó con la cabeza apoyada en el muro de separación israelí en Belén; o como cuando viajó a la República Democrática del Congo para denunciar el neocolonialismo de rapiña: “¡Quiten sus manos de África! Dejen de asfixiarla”, clamó desde Kinsasa.
“Francisco siempre apostó por una diplomacia de los hechos. No quiso apoyarse demasiado en los grandes discursos teóricos, sino hacer más bien una política de gestos”, explica Sergi Rodríguez López-Ros, vaticanista y profesor de la Universitat Abat Oliba. Sonada también fue la misa que celebró en Ciudad Juárez (México) a unos metros del muro fronterizo con EEUU para expresar su solidaridad con los migrantes, denunciar la violencia del narco o la explotación laboral en las maquilas. O su viaje a la isla de Lampedusa, una de las tumbas migratorias del Mediterráneo, su primer destino dentro de Italia. “Esos gestos se transforman en mensajes casi de Twitter para que la gente los entienda fácilmente y se distribuyan con rapidez porque sabía perfectamente que es así como funciona ahora el diálogo y la política”, añade el también diplomático.
Como sucedió con su apostolado, el primer pontífice sudamericano de la historia inyectó la perspectiva del Sur Global en la extensa red de la diplomacia vaticana, una de las más nutridas del mundo. Y priorizó los viajes a su periferia, a menudo para llamar la atención sobre conflictos olvidados o colectivos discriminados, sobre los grandes centros de poder. “Todo está interconectado”, solía decir con conocimiento de causa y formación intelectual jesuita. “Sus preocupaciones estaban muy conectadas con su origen. Desde la globalización al impacto de la economía en la gente, especialmente los pobres. Y se convirtieron en una pieza esencial de su diplomacia”, asegura el escritor, sacerdote y periodista Thomas Reese, quien fuera director de ‘America’, una de las principales revistas católicas de EEUU.
Su activismo diplomático se acercó más al de Juan Pablo II que al de Benedicto XVI, aunque alejándose del tradicional eurocentrismo de sus predecesores. “Juan Pablo II estuvo involucrado en la situación de Europa del Este y tuvo un rol importante en la caída del Telón de Acero y del imperio soviético. A Benedicto no le interesaron demasiado las relaciones internacionales. Era un erudito, bastante más preocupado por la doctrina de la Iglesia”, dice Reese.
Pivote hacia Asia
Francisco recalibró el centro de gravedad geopolítico de la Iglesia. Puso la atención en África, con movimientos audaces como la apertura en 2015 del Jubileo Extraordinario de la Misericordia desde Bangui, la capital de la República Centroafricana, envuelta por entonces en una sangrienta guerra civil. Y, en paralelo, basculó hacia Asia, buscando acuerdos con China y nombrando varios cardenales de países del Sudeste Asiático como Myanmar, Filipinas, Singapur o Tailandia. “El Papa tenía muy claro que el gran eje religioso del mundo está en América, pero que el eje político y geoeconómico está en Asia. Y viendo que el primero estaba controlado para la Iglesia, puso el acento en el segundo”, afirma Rodríguez López-Ros. Pero en su debe –añade– no llegó a reconfigurar el cuerpo de embjadores del Vaticano, los llamados nuncios apostólicos. «En su mayoría son italianos, una realidad que no refleja la pluralidad de la Iglesia».
Bergoglio también pensaba que, en un mundo tan interrelacionado, los equilibrios son fundamentales. “Pensaba que no podemos volver a un mundo bipolar, sino a un mundo multipolar cimentado en equilibrios entre culturas, religiones y centros de poder”, afirma el experto de la Abat Oliba. Tendió puentes con el mundo judío y musulmán en un momento particularmente complejo, con el terror del Estado Islámico todavía en la retina. Fue el primer Papa en visitar Irak y la península Arábiga, donde se reunió con el gran muftí de Al Azhar.
Conflictos armados
Algunos sectores le acusaron de ser demasiado tibio ante los asesinatos yihadistas de cristianos. Lo mismo que le sucedió después por su postura respecto a Ucrania, donde siempre abogó por la paz, pero manteniendo una notoria deferencia hacia el Kremlin y la Rusia imperial de los zares. No tuvo problemas en enfrentarse por alusiones con Donald Trump o en cuestionar con dureza la campaña «con características de genocidio» de Israel en Gaza. “Esto es crueldad, no es una guerra”, dijo en alguna ocasión, sin olvidar nunca la matanzas de niños palestinos. “Francisco utilizó lenguaje e imágenes de alta carga emocional, el tipo de lenguaje que genera titulares, pero manteniendo la profesionalidad, sin excomulgar a nadie ni mandarlos al infierno, como hacen algunos políticos”, observa Reese con cierta sorna
Desde el concilio de Letrán con Italia, sellado en 1929, el Vaticano ha mantenido la neutralidad en todas las guerras. Y solo media formalmente en conflictos si ambas partes aceptan su rol de mediación. Bajo el papado de Bergoglio, su diplomacia se involucró (o lo intentó) en la resolución de los conflictos de Sudán del Sur, República Centroafricana, Ucrania, Venezuela o Colombia. Pero los milagros solo existen en la retina de los creyentes y con Francisco no fue una excepción.
“Ningún papa ha tenido mucho éxito en las relaciones internacionales. No tiene ejércitos o si quiera dinero para sobornar a las partes. Su poder radica en la autoridad moral. A veces las partes escucha, otras no”, sostiene Reese. Quizás el mayor éxito del pontífice argentino en este ámbito fue en Cuba, donde su mediación le sirvió a Barack Obama para dar cobertura a las conversaciones diplomáticas, que condujeron a la normalización de relaciones entre ambos países. Una normalización más tarde revertida por Trump.
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