Los Braganza de Portugal, la extinta Casa Real que acogió en sus tierras a Lola Flores y a la familia del Emérito Juan Carlos
Esta semana que está a punto de acabar, Portugal se ha convertido en una gran fiesta por diversos acontecimientos. Duarte Pío de Braganza, pretendiente a la corona de Portugal ha cumplido 80 años y, además, se ha celebrado el 30º aniversario de su boda con Isabel Inés Castro Curvello de Herédia (58). La pareja ha tenido tres hijos: Alfonso de Santa María (29), príncipe de Beira, María Francisca (28), duquesa de Coimbra y el infante Dinis, duque de Porto (26).
Con motivo de estos fastos se viene a la memoria lo que significó Portugal para la realeza y aristocracia europea tras el fin de la II Guerra Mundial ya que la reestructuración del mapa europeo conllevó la evaporación de varios reinos. Entre ellos, los Sajonias-Coburgo-Gotha de Bulgaria, los Saboya de Italia o los Karađorđević de Yugoslavia a los que se unieron los Barcelona, los Habsburgo de Hungría, los Orleáns de Francia y como no, los Braganza de Portugal, a quienes el dictador Salazar tenía prácticamente recluidos en el palacio convento de Sao Marcos.
Enseguida se formó un triángulo dorado cuyos vértices fueron Cascais, Estoril y Sintra, donde los nombres más importantes de la alta sociedad europea, así como otros ilustres personajes del cine, la política o la jet set, se dieron cita en algunas de las fiestas más inolvidables del siglo XX.
De izq a dcha: Pilar de Borbón, la infanta Margarita, Juan Carlos y Alfonso junto a su madre María de las Mercedes Borbón.
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Los primeros en llegar a Estoril, conocida como la costa de los reyes, fueron don Juan y doña María de Borbón junto a sus cuatro hijos adolescentes, Pilar, Juan Carlos (87), Margarita (86) y Alfonso quienes, tras diversos avatares, se instalaron en Villa Giralda en 1949. Allí solían recibir a un sinfín de españoles que disfrutaban del asado de sardinas en el jardín. Villa Giralda distaba muchísimo de ser un palacio. Se podría equiparar a un chalé normal de una zona alta de Madrid. No había casi lujos. Para hacerse una idea, en las habitaciones hacía tanto frío que la infanta Margarita tenía que calentarse los dedos con agua templada para tocar el piano y en cuestión de comida no había una gran abundancia ya que «si se llegaba tarde a veces no quedaba mucho», aseguraba uno de los habituales a la casa.
Los nietos de Alfonso III, cuyas edades oscilaban entre los 13 y los 8 años, apenas tenían dinero para pagarse actividades de ocio y, por supuesto, nadie en la casa tenía un guardarropa con prendas de alta costura. Solían acudir gratis al cine del Casino junto a los Saboya o pasaban el rato en el circo de Lisboa.
A Juan le encantaba el tiro a la perdiz, a María de las Mercedes y su hija, la infanta Pilar, les gustaba montar a caballo, la infanta Margarita aprendía a tocar el piano y disfrutaba aprendiendo idiomas, el infante Alfonso estaba enloquecido por los coches y el golf y a Juanito le daba por la vela, el fútbol y el automovilismo. Por las tardes se solía hacer un corrillo para jugar con las cartas a ‘las siete y media’ o se organizaban excursiones campestres.
En Villa Giralda también solían celebrarse actuaciones de algunos de los artistas más importantes de la época como Pastora Imperio, que en más de una ocasión actuaba para los Borbones ya que su amistad con la Casa provenía de los tiempos de Alfonso XIII. Incluso Lola Flores y el ballet de Pilar López, que se habían dejado caer en la residencia para saludar, deleitaron brevemente a sus anfitriones.
Desgraciadamente, en el humilde hogar de los Barcelona ocurrió en 1956 la tragedia más grande de la familia cuando Juanito, de 18 años, disparó accidentalmente un revólver en el cuarto de juegos de la primera planta que provocó la muerte de su hermano Alfonso, de 14 años. Para doña Mercedes aquel trágico suceso le supuso una depresión profunda de la que jamás se libraría. Se dice que hay hasta cinco versiones de lo que pudo haber ocurrido ya que hasta la fecha se han barajado las hipótesis del accidente y del homicidio. Un misterio que aún continúa.
En aquella época el fulgor de la adolescencia hacía latir en demasía los corazones. El infante Alfonso flirteaba con la millonaria Tessa Pinto Coelho y Juanito con una de las herederas de Posser de Andrade e incluso Hélène de Orleáns. Sin embargo, fue María Gabriela de Saboya (conocida popularmente como Ella) quien se ganó un hueco en su corazón ya que, como confesó en el Diario de Mallorca en 2010, «era mi novio de juventud, un noviete. Fue cuando en Portugal nos encontrábamos todas las familias reales exiliadas». También afirmaba que no quería casarse y que incluso el Sha de Persia le pidió matrimonio, pero no aceptó.
En la primavera de 1961, María Gabriela de Saboya se había enamoriscado del rejoneador Ángel Peralta, con quien previamente había coincidido en la Feria de Abril sevillana, donde le regaló una gran cabeza de toro disecada que envió a casa de la reina María José en Merlinge (Suiza). Al año siguiente, don Juan y su hijo Juan Carlos viajaron a Roma para entrevistarse con el Papa Juan XXIII para solventar la problemática religiosa entre la boda de un príncipe católico y una princesa ortodoxa, Sofía (86).
Los París eran de los más ricos. Llegaron con infinidad de contenedores y equipaje repletos de joyas, dinero y muebles procedentes de las numerosas residencias de la familia cuyo valor se acercaba a los 400 millones de francos de 1949, tal y como asegura Ricardo Mateos en el libro Estoril los años dorados. El conde de París se pegaba la gran vida entre la quinta de Sintra, el hotel Crillon de París y Le Coeur Volant de Louveciennes
La reina Victoria Eugenia con los reyes eméritos Juan Carlos y Sofía.
En 1946 llegaron al país el rey Humberto II de Italia junto a su mujer, la princesa María José de Bélgica, y sus cuatro hijos, el príncipe Víctor Manuel y las princesas María Pía, María Gabriella y María Beatriz. A diferencia de los París no disponían casi de medios económicos ya que les habían incautado sus bienes. En su primer alojamiento pasaron penurias ya que hacía mucho frío y no había electricidad, por lo que se alumbraban con candelabros. Recibieron la ayuda de millonarios italianos y las antiguas familias portuguesas. Vivieron durante años en Villa Italia, donde recibían a sus homólogos europeos.
Entre los que tenían menos posibles figuraban el archiduque José Francisco de Austria, príncipe de Hungría y de Bohemia, su esposa la princesa Ana María de Sajonia y sus seis hijos menores. Uno de ellos, Arpad, llegó a confesar que «éramos muy pobres». Tardaron dos años en llegar a Portugal, al principio se instalaron en una pensión y después en una casa ubicada en la Quinta do Barao, propiedad del filántropo luso Raúl de Martos Ferreira.
Para que la estancia de estos ilustres visitantes de sangre azul fuera lo más placentera posible, independientemente de la ayuda que recibían de sus paisanos, también gozaron de las prebendas de los más ricos de Portugal como los banqueros Espírito Santo, los Champalimaud -en su finca cabalgaban a primera hora de la mañana a condesa de Barcelona y la de París-, los Sousa Lara o los Brito.
Uno de los puntos neurálgicos de ese triángulo de oro fue el Hotel Palácio de Estoril, que se convirtió en el feudo de espías y reyes destronados. Se inauguró con una gran fiesta que contó con el príncipe Takamatsu, hermano del emperador Hirohito de Japón, que estaba de luna de miel. Curiosamente, un dato histórico de especial relevancia para los fanáticos de James Bond radica en que Ian Fleming creó a su personaje fílmico en 1941 tras su encuentro con el espía serbio Dusan Popov en el elitista Hotel Palácio. Su primera novela fue Casino Royale.
Hirohito de Japón.
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En el hotel se celebró en 1954 el baile de la boda del príncipe Alejandro de Yugoslavia con la princesa María Pía de Saboya, perteneciente a una de las casas reales más antiguas de Europa. En esa velada tan especial, algunas de las invitadas lucieron joyas de ensueño. La princesa María Pía de Saboya con la tiara de corona de hiedra, doña María de las Mercedes con la tiara de Lazo de la Reina María Cristina, la infanta María Cristina de España con la tiara de esmeraldas de la infanta Isabel, la princesa Alexandra de Kent con el bandeau de diamantes de la reina María, la princesa Isabel de Orléans con la tiara Action Française o la princesa María Luisa de Bulgaria con el brazalete bandeau de la reina Giovanna.
Entre los grandes nombres que recalaron en el Hotel Palácio tras el final de la contienda y que no pertenecían a aristocráticas familias figuraban los Garbo, un matrimonio de joyeros que llegaron con sus tres hijas, Magda, Zsa Zsa y Eva, que no tardarían en revolucionar Hollywood con su belleza, sus decenas de maridos y su delirio por el buen gusto. Se dice que para pasar las menos penurias posibles antes de llegar a Estados Unidos la familia Gabor escondió tres valiosos brillantes azules en los tacones de los zapatos.
En Portugal, Magda tuvo un romance con José Luis de Vilallonga, que no gozaba del beneplácito de mamá Jolie. El escritor catalán se vengó al escribir en su primer libro de memorias La tierna y cruda verdad (2000) que las hijas eran prostitutas de lujo. Este también relató que Zsa Zsa tuvo más de un roce amoroso con el conde de Barcelona porque se pensaba que al ser descendiente de los Borbones le iba a caer alguna joya histórica. Como no fue así, cada uno se fue para su lado.
Una de las figuras más importantes en la sociedad portuguesa por su influencia y riqueza a partes iguales fue el milmillonario Antenor Patiño, denominado el rey del estaño, que había comprado una gran finca renombrada como Quinta Patiño en la sierra de Sintra. Allí recibían a los condes de París, a la Familia Real de Bulgaria, a Humberto de Saboya e incluso en cierta ocasión recaló Wallis Simpson, la mujer que había provocado la abdicación de Eduardo VIII.
Los seis hijos de Joseph y Magda Goebbels (y Harald Quandt, hijo mayor de Magda de su primer matrimonio).
El Debate
Tal y como recoge Ricardo Mateos en Estoril, los años dorados, Miguel de Grecia la definió como «petulante, con sonrisa carnívora, muy delgada y de elegancia irreprochable». Con su habitual lengua viperina, la duquesa de Windsor soltó lo más grande: «Sí, ahí están todos los príncipes sin reino, pero la gran diferencia es que a ellos les echaron y nosotros decidimos irnos». Un chascarrillo: a don Juan no le gustaba nada Patiño porque era un indio boliviano ambicioso sin escrúpulos que negociaba con cualquiera que incrementara su fortuna, ya se llamara Aristóteles Onassis o Stavros Niarchos.
Sin duda, Antenor organizó una de las mejores fiestas de la historia cuando llegaron a Lisboa y Estoril los antes príncipes Harald (87) y Sonja de Noruega (87), la Begum Aga Khan, la maharani de Baroda, la ex emperatriz Soraya, Ira de Fürstenberg, Douglas Fairbanks, el príncipe Johannes von Thurn und Taxis, Audrey Hepburn, Gina Lollobrigida, Gunter Sachs, Henry Ford II, entre otros muchos. Antenor Patiño estaba tan obsesionado con la privacidad que prohibió que se sacaran fotos y que vinieran fotógrafos de prensa. No en vano había vendido la exclusiva a la revista francesa Point de Vue. Pero la sorpresa vendría más tarde de la mano de Gina Lollobrida.
La maggiorata italiana coló a uno de los fotógrafos para que retratase a la protagonista de La mujer más guapa del mundo (1955) en diferentes estancias del Palacio que luego distribuyó a ciertos medios de comunicación. Mateos explica una anécdota divertida como cuando la Lollo envió a Patiño la factura de su estancia en el hotel Palacio, quien lógicamente se negó no sin enviarle la siguiente nota: «Señora, no siendo ni su marido, ni su amante, ni siquiera su admirador, no veo ninguna razón para pagar sus facturas. Queda a usted, quizá, hacerme cambiar de opinión».
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