5 claves sobre la fortaleza secreta nuclear de Irán y la única bomba que puede destruirla
En todos los ataques que está llevando a cabo contra Irán desde el viernes de la semana pasada, Israel —además de contra posiciones militares y civiles— ha atacado extensivamente la gran mayoría de plantas nucleares iranís. La mayor de ellas, Natanz, ha sido casi completamente destruida, y la de Isfahan ha sido gravemente dañada. Una de ellas, sin embargo, aunque también ha sido objetivo de Tel Aviv, sigue activa e inmaculada: la central nuclear de Fordow, en el norte del país persa. Los porqués de ello, en cinco claves:
La existencia del complejo nuclear de Fordow, revelada en septiembre 2009, no fue anunciada por las autoridades de Irán, sino en una conferencia de prensa a tres: los presidentes estadounidense y francés, Barack Obama y Nicolas Sarkozy, junto con el primer ministro británico, Gordon Brown, aseguraron entonces al mundo que la República Islamica estaba construyendo una enorme planta de enriquecimiento de uranio soterrada, en una región montañosa cerca de la ciudad de Qom. «El tamaño y la configuración de esta instalación es inconsistente con un programa pacífico», dijo Obama.
Días antes de la revelación, tras detectar que el espionaje occidental había tenido conocimiento de la existencia de Fordow, Teherán comunicó al Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), la agencia nuclear de la ONU, su deseo de construir un nuevo complejo de enriquecimiento de uranio. Pero, según explica CNN, en aquel momento los trabajos en Fordow hacía años que habían comenzado. Imágenes vía satélite de 2004 ya muestran estructuras donde se ubican hoy los túneles de entrada.
Dentro de ella, se estima hay grandes pasillos construidos a hasta casi 100 metros de profundidad. En ellos, se estima —según documentos robados por Israel durante los últimos años— que Irán cuenta actualmente con 2.700 centrifugadoras. El régimen habría estado enriqueciendo uranio desde 2018, cuando Trump rompió el acuerdo firmado precisamente por Obama con Teherán en 2015. Fordow, ha estado, en este tiempo, en el epicentro del programa nuclear iraní, gracias a su naturaleza y discreción: la central fue construida precisamente bajo una montaña para protegerla de un posible ataque y bombardeo exterior. Hasta la fecha, la estrategia ha funcionado.
En su ofensiva desde el pasado viernes, Tel Aviv ha conseguido dañar gravemente —y presumiblemente inutilizar temporalmente— las otras grandes plantas nucleares iranís. Pero Fordow y su coraza terrestre se han resistido. Según expertos militares, tan solo hay dos formas de poder realmente dañar esta estructura. Ambas son peligrosas y complicadas, tanto para los atacantes como para el mundo.
La primera es una operación militar con soldados sobre el terreno, que penetrarían en el lugar —enormemente protegido— y plantarían explosivos en las profundidades del complejo. Hasta la fecha, en sus ataques contra la República Islámica, Israel no ha usado soldados ni infantería, sino que se ha limitado a bombardeos aéreos.
Un bombardero B-2 de las fuerzas aéreas estadounidenses en el Océano Pacífico. / SSGT BENNIE J. DAVIS III / AP
La segunda opción para atacar Fordow sería por el aire, mediante un bombardeo armado con la GBU-57A/B MOP, una bomba de 13.000 kilos que solo posee Estados Unidos y que es conocida como la «destructora de búnkeres». Esta bomba únicamente puede ser transportada y lanzada desde bombarderos B-2 estadounidenses. Washington no ha entrado —aún— en el conflicto, y se desconoce, por sus palabras confusas y sus idas y venidas en sus declaraciones, si el presidente estadounidense, Donald Trump, está considerando atacar junto con Israel a Irán. Además, según un informe del Royal United Services Institute (RUSI), serían necesarios «múltiples impactos en el mismo punto para tener buenas posibilidades de penetrar la instalación».
Un ataque de este tipo contra Fordow, según el OIEA, supondría graves riesgos de fugas y contaminación radioactivas, no solo en Irán sino en toda la región.
Durante las últimas décadas, Israel ha desarrollado supuestamente varios planes para destruir esa instalación, mientras ha realizado ataques, sabotajes y asesinatos constantes contra altos cargos del programa nuclear iraní.
Hasta la fecha, el gran objetivo de Tel Aviv ha sido la central de Natanz, la mayor de Irán —que también dispone de una parte soterrada— y que ha vivido en los últimos años varios episodios de apagones, ciberataques e incendios en sus instalaciones. Irán siempre ha responsabilizado a Israel por ello; el Estado hebreo nunca ha desmentido ni confirmado ser el responsable.
El último gran asesinato israelí —al margen de los realizados en esta última escalada bélica— ocurrió en 2020, cuando Mohsen Fajrizadeh, líder del programa nuclear del país persa, fue tiroteado y asesinado en su coche a las afueras de Teherán.
Irán siempre ha negado que su objetivo sea desarrollar una bomba nuclear propia, y así lo ha manifestado la inteligencia estadounidense. En los últimos años y meses, el régimen de Teherán ha llegado a enriquecer uranio a más del 60%, muy cercano al 90% necesario para crear el arma atómica.
Las autoridades persas, sin embargo, se han quedado ahí y, según los expertos, tan solo han buscado usar su capacidad de enriquecimiento como herramienta en las negociaciones con EEUU para llegar a un nuevo acuerdo nuclear con la Administración de Donald Trump. El posible acuerdo —y las negociaciones— se han roto con el ataque israelí del viernes de la semana pasada, empezado, según Israel, ante el supuesto riesgo inminente de que Irán estaba muy cerca de crear su propia arma. Teherán, sin embargo, estaba enfrascada en sus negociaciones con Washington, y nada indica que estuviese realmente desarrollando el arma.
Tras los bombardeos israelís —y las posteriores respuestas de Irán—, el Parlamento iraní ha empezado a debatir una nueva propuesta de ley para sacar a la República Islámica del Tratado de No Proliferación Nuclear, el cual fue firmado y ratificado por Teherán en 1970. Israel, que sí posee armas nucleares, no forma parte del tratado.
Teherán, sin embargo, no ha estado —durante sus últimos años de enriquecimiento de uranio— cumpliendo con sus obligaciones como firmante del tratado, según ha asegurado el Organismo Interancional de la Energía Atómica (OIEA).
El ministro de Relaciones Exteriores iraní, Abbas Araqchi, durante una intervención en el Parlamento Nacional. / ICANA NEWS / CONTACTO / EUROPA PRESS
La salida de Irán de este tratado internacional implicaría el fin de la capacidad de determinación y control del programa nuclear iraní por parte de los agentes y científicos del OIEA y supondría el mensaje político —a Israel, EEUU y al mundo— de que la República Islámica ha decidido desarrollar su propia arma. Dar ese paso, sin embargo, supondría varios meses o años, dependiendo del daño en las instalaciones nucleares iranís durante los ataques de Israel.
Suscríbete para continuar leyendo
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí