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Irlanda : Por los nuevos barrios de Dublín: el norte del río Liffey y los Docklands | Lonely | El Viajero

Irlanda : Por los nuevos barrios de Dublín: el norte del río Liffey y los Docklands | Lonely | El Viajero
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  • Publishedjunio 19, 2025



Más allá de los grandes hitos de Dublín —la universidad Trinity College, la National Gallery, la fábrica Guinness, el castillo o los pubs de Temple Bar—, la ciudad crece y cambia, con nuevos barrios que despuntan y que son más multiculturales, si cabe, mezclando el esplendor de la época dorada de la capital irlandesa, allá por el siglo XVIII, la vida urbana local y el popurrí de culturas que son la seña de identidad del Dublín contemporáneo. Es el caso de la zona norte del río Liffey: pasada la calle O’Connell, el bulevar más ancho y refinado de la ciudad, esperan museos, mercados y algunos de los mejores restaurantes étnicos. Además, el parque cerrado más grande de Europa, donde se alojan el presidente de Irlanda, el embajador de EE UU y el zoo.

Otra zona para conocer una cara diferente y contemporánea de Dublín son los Docklands, hacia el oeste, conocidos popularmente como los “Silicon Docks”. Sus modernos edificios incluyen varios gigantes tecnológicos y algunas bellezas arquitectónicas por las que merece la pena salirse de circuitos más convencionales por el centro.

Una escultura de James Joyce en el 'pub' The Temple Bar, en Dublín.

Qué ofrece el norte del río Liffey

Arte contemporáneo, whisky de las mejores destilerías —algunas reconvertidas en museos—, mansiones georgianas que cuentan muchas historias o asomarse el museo nacional de Irlanda son algunas de las experiencias que justifican un paseo por este barrio, cada vez más atractivo, situado en la orilla norte del río Liffey.

Uno de los iconos de la zona es la Hugh Lane Gallery, una colección de arte moderno y contemporáneo que custodia obras impresionistas irlandesas de 1950 en adelante. Lo mejor de este lugar es la colección Sir Hugh Lane Bequest 1917, compuesta por 39 lienzos que se reparten entre Dublín y la National Gallery de Londres. Desde 2012, sus 10 obras más famosas de artistas de la talla de Renoir, Manet, Pissarro, Degas y Monet van rotando de un museo a otro. Pero lo más popular y atractivo de este museo es el estudio de Francis Bacon, que fue trasladado tal y como estaba desde el número 7 de Reece Mews, en Londres, donde vivió el artista dublinés más de 30 años, conservando el caos reinante. Son más de 80.000 piezas desparramadas, incluidos lienzos rasgados y la última obra en la que estaba trabajando el artista.

Reproducción del estudio de Francis Bacon en la Hugh Lane Gallery, en Dublín.

Otra opción es asomarse al número 14 de Henrietta Street, una de las muchas mansiones georgianas que salpican Dublín, para conocer cómo ha sido la vida en la ciudad durante los últimos 250 años. Parte museo, parte archivo comunitario, este lugar recrea la vida de la alta burguesía irlandesa desde la década de 1740 hasta los albores del siglo XX, cuando la casa fue ocupada por 100 inquilinos pobres. Solo puede verse en circuito guiado.

Y como hablar de Dublín es hacerlo del autor de Ulises (al que los dublineses rinden un verdadero culto), no falta aquí un centro cultural dedicado a James Joyce, James Joyce Center. En una casa georgiana restaurada en la que cobra vida el famoso autor, con muchos detalles interactivos, muebles de su apartamento en París y un típico dormitorio eduardiano que podría haber sido el del autor (aunque no lo es). Lo que le falta de detalles de la época lo compensa con sus muestras interactivas y documentales y más elementos que permiten explorar el contenido de Ulises capítulo a capítulo y la vida del artista año a año. Además, desde la casa salen circuitos a pie dedicados al escritor y a sus obras literarias.

Más información en las guías Irlanda y Dublín de Lonely Planet y en la web lonelyplanet.es.

En el norte del río Liffey hay otros cuatro museos que merecen una visita:

  • El museo nacional de Irlanda, terminado en 1704 por Tomás Burgo, el mismo arquitecto que que diseñó la Old Library del Trinity College, fue en sus inicios el cuartel militar más grande del mundo. Hoy ofrece una colección de historia y artes decorativas en exposiciones permanentes que van desde un relato del Alzamiento de Pascua de 1916 —momento clave de la historia contemporánea irlandesa— a la obra de la diseñadora Eileen Gray (1878-1976). En un anexo al oeste del patio principal está el Asgard, un velero histórico que tuvo un papel muy importante en la independencia irlandesa.
  • Dentro de la oficina central de correos de Dublín hay otro museo que también sirve de homenaje al Alzamiento de Pascua y su papel clave en la creación del Estado irlandés. Es una muestra interactiva y llena de pantallas táctiles que explora todas las facetas del episodio histórico.
  • Para explorar el folclore irlandés, la mejor opción es el museo nacional Leprechaun. Su interior puede parecer una sala infantil de juegos con fragmentos de cuentos de hadas, pero tiene más calado. Y todo en torno al leprechaun. A simple vista parece un duendecillo, pero nada más lejos de la verdad: se trata de una siniestra criatura de la mitología irlandesa precristiana.
Una de las salas del museo nacional Leprechaun, en Dublín.
  • En el Dublin Writers Museum montones de recuerdos y de documentos literarios abarrotan las paredes y las vitrinas, preservando la rica tradición literaria de la ciudad. La visita vale la pena, aunque solo sea para admirar el edificio, formado por dos casas del siglo XVIII. Al lado se encuentra la Gorham Library, una biblioteca interesante y un jardín zen. Y aunque este museo se centra en los escritores fallecidos, al lado se encuentra el Irish Writers Centre, un lugar de encuentro y de trabajo para sus homólogos vivos.

Comer y beber en Dublín

Si hablamos de Irlanda, en general, y de Dublín, en particular, hay que hablar necesariamente de whisky. Aquí no falta. Destaca la Jameson Bow St. Distillery, una destilería que dejó de funcionar en 1971 reconvertida en museo donde se puede saborear un trago de este licor tras descubrir cómo se produce. La sofisticación de este lugar puede resultar desalentadora: hay que hacer todo el circuito por la recreación de una fábrica hasta que llegamos a la cata final, muy divertida.

Para vivir la mejor experiencia de pub tradicional lo más seguro es ir al Walsh’s, que fue elegido el mejor de Dublín en 2023. Otra opción es el John Kavanagh de Glasnevin, más conocido como “The Gravediggers« (los sepultureros, en español), debido a que los empleados del cementerio contiguo tenían una ventanilla secreta para beber mientras trabajaban. Fundado en 1833, se dice que es el pub de gestión familiar más antiguo de la capital. Y el pub Mulligans, fundado en 1782 y en el mismo lugar desde 1854, es toda una institución. Tomar un trago en este local clásico es como asistir a una ceremonia en un templo.

Para comer, no hay nada mejor que disfrutar de la comida callejera. Por ejemplo, los puestos de Eatyard representan los mejores de Dulbín y en el mercado de Drumcondra abundan los productos de temporada, además de un sinfín de opciones vegetarianas y veganas y cerveza artesanal.

Al margen de los puestos callejeros están los pubs, donde se sirve comida casera. Uno de los mejores es The Legal Eagle, con su estética antigua, cocina de siempre y con horno de leña del que salen platos de pescado o de carrillera de buey estofada. Otro clásico es el 101 Talbot, un local que resiste desde hace dos décadas a todas las modas, con su lealtad a la cocina irlandesa. Su especialidad son las cenas a base de dos tipos de verduras, aunque no disimula su apego por las influencias mediterráneas. Y el principal gancho del bar L. Mulligan Grocer es la comida hecha con productos locales y su selección de cervezas y whiskys.

El plan gastronómico más sofisticado en la capital irlandesa está en el sótano del Dublin Writers Museum y es el restaurante Chapter One, con dos estrellas Michelin que dan fe de su alta cocina centrada en comida irlandesa contemporánea con inclinación a la francesa. Y también entre las mejores propuestas gastronómicas destaca Mr Fox, instalado en una antigua casa georgiana. Su menú del día y de temporada realza los ingredientes tradicionales en creaciones fantásticas.

Los Docklands y sus homenajes a la emigración

Los bloques de oficinas y almacenes de la antigua zona portuaria dublinesa, reconvertidos en los llamados “Silicon Docks” o los Dockland, acogen hoy a gigantes digitales como Google, Facebook, Airbnb y Pinterest, cuyas sedes se extienden en ambos márgenes del río Liffey, desde el Irish Financial Services Centre hasta los muelles del Grand Canal. El resto son edificaciones serias y poco atractivas, entre las que destacan algunas obras arquitectónicas de vanguardia, como el auditorio de Daniel Libeskind, en honor al arquitecto estadounidense, que es el icono del barrio.

Vista de la zona conocida como “Silicon Docks” o los Dockland, en Dublín.

Los Docklands son el proyecto urbanístico más reciente de la ciudad —casi todo es posterior a 2005— y entre sus edificios modernos se intercalan retazos del patrimonio de Dublín, algunos ligados al Alzamiento de Pascua. También hay que fijarse en sus puentes, muy fotogénicos.

Comenzamos por algunos edificios clásicos, como el Custom House, un edificio de estilo georgiano construido a finales del siglo XVIII, junto al muelle Eden Quay, en un tramo ancho del Liffey. Es una imponente mole neoclásica de 114 metros de largo, rematada por una cúpula de cobre. Se ve mejor desde la orilla sur del río, pero para apreciar sus detalles hay que aproximarse.

Exterior del Custom House, un edificio de estilo georgiano construido a finales del siglo XVIII.

Muy cerca hay dos edificios que hablan también de la historia de la ciudad. Famine, el Memorial de la Hambruna, al este de Custom House, es uno de los ejemplos de arte público que más hace reflexionar de Dublín: un conjunto escultórico de 1997 que recuerda las penurias asociadas a la gran hambruna de mediados del XIX y la emigración a la que esta dio lugar. También en relación con esta última, está el Jeanie Johnston, una réplica de un “barco ataud” del siglo XIX, que es como se conocía a aquellas embarcaciones en las que los emigrantes huían de Irlanda. En el barco original no hubo víctimas en las 16 travesías que realizó.

'Famine Memorial', obra de Rowan Gillespie, en Dublín.

Y para completar la ruta por los Docklands hay que visitar el museo de la inmigración irlandesa (EPIC, por sus siglas en inglés). Despliega una exploración interactiva que aborda la emigración y sus efectos en Irlanda y en los 70 millones de personas en todo el mundo que descienden de irlandeses.

Camino hacia el faro de Poolbeg

Uno de los hitos de esta zona de Dublín es el centro de convenciones, un edificio diseñado por el arquitecto Kevin Roche e inaugurado hace 15 años, con un espectacular atrio acristalado angular en forma de cilindro. Siguiendo la mejor tradición dublinesa de inventarse apodos para los monumentos de la ciudad, los residentes lo conocen como “el cubo del tubo”. Es mucho más llamativo de noche, cuando se ilumina.

El faro de Poolbeg.

Siguiendo el paseo marítimo Great South Wall desde el centro de convenciones hasta la bahía de Dublín se puede hacer uno de los mejores paseos de la ciudad: el que lleva hasta el faro de Poolbeg, una torre roja en medio de la bahía. Es de 1768 pero se rediseñó y reconstruyó en 1820. Desde allí, se disfruta de una panorámica de la bahía y la ciudad, especialmente espectacular al atarceder en verano. Otro sendero costero cruza el Irishtown Nature Park y pasa junto a una central eléctrica en desuso.

Por último, los puentes modernos

The Samuel Beckett Bridge, puente diseñado por Santiago Calatrava, junto al centro de convenciones de la cuidad irlandesa.

Otro de los atractivos de este destino son sus modernos puentes que, desde el año 2000, se han ido tendiendo sobre el curso del Liffey. El James Joyce (2003), del arquitecto Santiago Calatrava, en Usher’s Island, fue la primera obra de diseño moderno en la ciudad. Pero el español volvió a superarse a sí mismo con el Samuel Beckett (2007) del muelle Spencer. Entre ambos se sitúan el peatonal Seán O’Casey (2005) y el Rosie Hackett (2014), que presume de ser el único puente dublinés dedicado a una mujer, para más señas, a una sindicalista que participó en el Alzamiento de Pascua de 1916.





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