Cinco años después de la explosión del puerto, Beirut y la herida que jamás se cierra
El olor a pintura va y viene en las calles de Beirut. En los barrios de moda de Gemmayze y Mar Mijael, los edificios recién remodelados brillan con sus nuevos colores. Un abanico de tonalidades pastel —verde, rosa, amarillo, azul— se convierte en la postal de los últimos veranos. Los turistas extranjeros, en cambio, giran la mirada y también fotografían los restos de destrucción que quedan en las avenidas adyacentes al puerto. Media década después de que volara por los aires, la vida ha vuelto a estos barrios. Pero no toda ella. A media mañana, los vecinos ya no salen al callejón compartido a tomar el café. Ni tampoco hay rastro de las gallinas que vagaban por libertad en el mismo pasaje. En el horizonte, eso sí, queda el perpetuo recordatorio de la tragedia del 4 de agosto de 2020. Una tragedia que dejó una herida aún por cerrar.
Rodeados por el profundo azul del cielo, los restos de los silos protagonizan el perfil de la capital libanesa en su encuentro con el mar. Hace cinco años, 2.750 toneladas de nitrato de amonio mal almacenadas provocaron una de las explosiones no nucleares más grandes de la historia mundial. Al menos 220 personas murieron, otras 6.000 resultaron heridas y 300.000 más se quedaron sin hogar a las 18:07 horas de aquel martes de agosto. Cinco años después, la ciudad no se ha recuperado. Puede que nunca lo haga. En los barrios más afectados, quedan recordatorios constantes de la tragedia. Frente a un puerto aún en ruinas, se erige el abandonado edificio público de la electricidad del Líbano, congelado en el tiempo. Aniquilado y atravesado por tan brutal deflagración.
Archivo: daño material causado por las explosiones registradas el 4 de agosto en el puerto de la capital del Líbano, Beirut / Marwan Naamani/dpa – Archivo
Justo se heló en los segundos posteriores a la explosión. En sus decenas de metros de alto, no queda ni una ventana intacta. A sus pies, una maraña de hierros impide el acceso al edificio. «Simboliza la ineficiencia y disfuncionalidad del Estado y su abandono de todas las funciones públicas, además del colapso de la infraestructura», reconoce Mona Harb, cofundadora y directora de investigación del Laboratorio Urbano de Beirut (LUB) en la Universidad Americana de Beirut. «Cinco años después de la explosión, aún quedan cicatrices físicas muy claras en la ciudad relacionadas con ella, por lo que dada la ubicación estratégica del puerto, hasta el día de hoy, los libaneses y beirutíes que viven en estos barrios conectados con el puerto y que pasan por allí recuerdan a diario lo sucedido», cuenta a EL PERIÓDICO.
El Estado, desaparecido
Aquel 4 de agosto al Estado ni se le vió. Tampoco a la municipalidad ni a ningún tipo de representante público. «Lamentablemente seguimos igual», constata Elie Mansour, gerente de la unidad de planificación y diseño urbano del programa de Naciones Unidas para los asentamientos humanos, conocido como ONU Hábitat, en el Líbano. En apenas segundos, Beirut cambió. Más allá del puerto, la explosión destruyó escuelas, calles, hospitales y viviendas, y muchos negocios se vieron obligados a cerrar. Esto, a su vez, provocó pérdidas económicas estimadas entre 2.900 y 3.500 millones de dólares. En un radio de cinco kilómetros de la zona portuaria, el 86% de las empresas sufrieron daños por la deflagración.
La ausencia de las instituciones no supuso el fin. Una encuesta realizada en 2022 por el LUB reveló que entre el 60% y el 80% de los apartamentos y negocios dañados habían sido reparados. La mayoría, sino en su totalidad, gracias a las iniciativas de oenegés locales e internacionales y a donaciones de la masiva diáspora libanesa. «Los barrios afectados por la explosión se han reconstruido en gran medida, aunque todavía hay indicios de destrucción física y daños, e incluso demográficamente, ha habido cambios en la población, pero podemos decir que la vida ha vuelto a muchos de estos barrios», constata Harb. «Sin embargo, hay ciertas zon donde la vida no ha vuelto, porque no se ha realizado ninguna reconstrucción o, si se ha realizado, los edificios siguen vacíos», añade.
«Tenacidad del pueblo libanés»
«Es una muestra más de la tenacidad del pueblo libanés para sobrevivir a otro episodio de violencia, reconstruirse y mantenerse apegado a sus hogares, sus calles, sus negocios, sus vidas y su contexto», constata la investigadora. Más allá de los preciosos edificios históricos renovados, iluminados a cada atardecer por una animada vida nocturna, envidiable en todo el mundo árabe, hay cosas que no han vuelto. «Aparte de la destrucción material, la explosión expuso la fragilidad de nuestros sistemas urbanos, institucionales y sociales, dejando atrás una ciudad físicamente herida y simbólicamente fracturada», reconoce Mansour.
Por eso, dos años después de la explosión, desde ONU Hábitat lanzaron Beryt, un proyecto para la rehabilitación de viviendas en Beirut y la recuperación de las industrias culturales y creativas en estos barrios. «Es mucho más que arreglar las paredes, se trata de reparar el tejido urbano y humano», constata a este diario. «El espacio público en sí mismo creaba vínculos sociales entre las personas, pero la explosión destruyó todos esos recuerdos y alteró el pacto social entre los vecinos que compartían cada mañana el café o el vecino que pasaba por la casa de otro vecino y se saludaba», lamenta. Además, en muchos rincones sin apenas cicatrices de la explosión, se instaló el fantasma de la gentrificación.
Gentrificación
«Es bien sabido en el Líbano que los promotores inmobiliarios se aprovechan de cada conflicto, cada crisis y cada desastre; es entonces cuando aumenta la venta de terrenos y cuando se producen los desalojos», cuenta Harb. «Sin duda, Mar Mijael y Gemmayze son barrios donde estas dinámicas inmobiliarias contribuyeron significativamente a expulsar a la gente», lamenta. Tres de cada cinco hogares de estos barrios está habitado por inquilinos que viven de alquiler. Los precios no dejan de subir. Se escuchan nuevos idiomas por las calles, junto al traqueteo de las maletas de cabina. Hay edificios enteros disponibles en AirBnB. Cada mes, aparecen nuevos restaurantes y bares con menús sólo en inglés huyendo de la cultura autóctona.
Paseando por las calles de Mar Mijael y Gemmayze, difícilmente uno se imagina que, a poco menos de dos kilómetros, tuvo lugar una explosión histórica. El cráter de 43 metros de profundidad da prueba de ello. Para los urbanistas y arquitectos, el retorno a la vida en estos barrios devastados hace media década podría ser una “buena historia” de reconstrucción en poco tiempo, como alega Harb. Pero, más allá de los edificios históricos recién pintados y del regreso de muchos vecinos, aunque no todos, hay matices que mantienen la herida abierta y son todas esas «oportunidades perdidas». En una ciudad con apenas un metro cuadrado de espacio público por residente, la destrucción podría haber dado paso al verde. A un verde vivo, no pastel, que sea para todos los beirutíes. No fue así.
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