La crueles garras del acoso escolar
La sevillana Sandra Peña se suma a la trágica estadística de adolescentes que se suididan tras sufrir acoso escolar. La joven lo padeció durante meses sin que el centro actuara, pese a haberlo denunciado en dos ocasiones. Según la Fiscalía General del Estado, el acoso afectó el año pasado a 1.196 estudiantes. Hace apenas una semana, en Vigo, unos padres denunciaron que su hija de cinco años estaba siendo acosada por compañeros de 11. La muerte de Sandra ha desatado manifestaciones de repulsa en toda España y ha dado impulso a un incipiente ‘Me Too’ decidido a romper el silencio frente al acoso.
[–>[–>[–>«El acoso es algo que debería entristecernos como sociedad, porque es una auténtica lacra social y genera un miedo atroz». Así lo afirma María Begoña Castro Iglesias, presidenta de la Sección de Psicoloxía Educativa del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia (COPG).
[–> [–>[–>El acoso escolar, recuerda, es un maltrato continuado en el tiempo ejercido por uno o varios iguales hacia un alumno, ya sea de forma verbal, física o psicológica, e incluye el aislamiento o vacío social. También se considera acoso el que se produce a través de medios electrónicos o tecnológicos en el ámbito escolar.
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Se trata de un problema con un impacto devastador en quien lo sufre y que, tal y como recoge el protocolo educativo gallego, requiere una intervención inmediata. Según Castro, los protocolos actuales son adecuados, pero resultan insuficientes sin una implicación real de toda la sociedad.
[–>[–>[–>«El último protocolo elaborado en Galicia sobre bullying y ciberbullying me parece correcto. El problema es que todos debemos implicarnos. Los docentes necesitan formarse y sensibilizarse desde la universidad; no se trata de impartir unas pocas horas de formación y dar el tema por resuelto», explica María Begoña Castro Iglesias, presidenta de la Sección de Psicoloxía Educativa del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia (COPG).
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Sin embargo, matiza que no se puede responsabilizar solo al profesorado. «Es un problema que nos compete a todos: centros educativos, familias y sociedad en general. Cuando ocurre un caso grave, como el de Sevilla, con un suicidio consumado, se activan las alarmas, pero el bullying está ahí, aunque no siempre se vea», sostiene.
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[–>Castro defiende la prevención como herramienta fundamental para erradicar el acoso escolar y reclama un enfoque global y coordinado. «Hay que prevenir. No se debe poner el foco cuando ya hay un acoso. Debemos fomentar los valores y la convivencia, no solo en los colegios, sino también en las familias y en la sociedad. Los padres tienen que hablar con sus hijos; se ha perdido la escucha y el acompañamiento. Hay que explicarles qué es el acoso y cómo actuar ante él», comenta la especialista.
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La figura del psicólogo educativo en los centros —una reivindicación histórica del COPG, ya implantada en comunidades como Baleares— ha demostrado ser eficaz en la prevención y el abordaje del acoso. «Es un profesional con la formación técnica necesaria para intervenir, pasar pruebas psicométricas y aplicar test psicológicos con base legal», añade.
[–>[–>[–>Aunque menos frecuente que antes, Castro reconoce que todavía hay adultos que minimizan el acoso, una actitud que impide una intervención adecuada y agrava el problema. «Las familias deben tener claro que las conductas agresivas se aprenden a edades muy tempranas. Si no se corrigen, se consolidan», explica.
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El acoso deja graves secuelas psicológicas: baja autoestima, miedo, ansiedad, depresión, aislamiento y, en los casos más extremos, suicidio. «Las víctimas sufren consecuencias en su salud mental y en su desarrollo evolutivo«, apunta.
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Castro advierte, además, de que las redes sociales amplifican el problema, al extenderlo más allá del ámbito escolar, y restan efectividad a las campañas de sensibilización.
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Intervención con el acosador
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La intervención, subraya, debe centrarse no solo en la víctima, sino también en el agresor. «Es fundamental trabajar con él mediante tutorías, medidas correctoras y educación emocional. Debe reflexionar, reparar el daño y aprender empatía y habilidades de convivencia», subraya. También considera necesario dejar claro que no se tolerará ninguna conducta contraria a la convivencia.
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Sobre si el acosador puede serlo siempre si no se interviene, sostiene que no es cuestión de determinar la temporalidad, sino el deterioro de la salud mental del agresor, que de no ser tratada puede derivar en un trastorno de personalidad. A este respecto, apunta que estudios recientes muestran que la ira, la inseguridad y la impulsividad —a menudo originadas en la infancia— son rasgos comunes en quienes acosan.
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«Suelen mostrar baja autoestima, escasa empatía y dificultades para gestionar sus emociones. A menudo recurren al acoso como una forma de sentirse superiores o admirados, incluso a costa de hacer daño a otros. Buscan la admiración y el reconocimiento social, y para lograrlo pueden llegar a humillar, excluir o anular a sus compañeros», sostiene.
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Para apoyar a las familias, el colegio profesional publicará próximamente un tríptico informativo actualizado sobre el acoso escolar y cómo afrontarlo.
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Romper la ley del silencio, parte esencial de la solución
Tras el suicidio de Sandra, decenas de menores y familias comenzaron a compartir en redes sociales sus experiencias con el acoso escolar, muchas de ellas por primera vez, rompiendo así el silencio. Bajo etiquetas como #StopBullying y #SandraNoTeOlvidamos, se multiplicaron los testimonios de víctimas que se atrevieron a señalar a sus agresores y a los centros educativos que miraron hacia otro lado.
«El acoso siempre ha estado ahí, aunque ahora se vea más. Y seguirá existiendo si no se trabaja la prevención. Cuando un caso va acompañado de un intento o de un suicidio consumado, la alarma social se dispara y nos hace estar más alerta, pero eso no significa necesariamente que los casos hayan aumentado», explica la psicóloga educativa María Begoña Castro Iglesias. Este incipiente movimiento social, que algunas voces comparan ya con #MeToo contra el acoso sexual, sin embargo, tiene un valor incalculable: romper el silencio que permite que el acoso se perpetúe en las aulas.
Acabar con la ley del silencio, señala Castro, es también fundamental para acabar con el acoso y por ello, es importante intervenir no solo con la víctima y el agresor, sino también con el espectador, tanto con el que defiende a la víctima y da la cara por ella, como con el que no toma partido pese a conocer lo que ocurre. «Los espectadores son el verdadero foco de esperanza frente a la lacra del acoso», afirma. Trabajar con ellos es esencial, añade, porque deben comprender que callar también implica una forma de responsabilidad que contribuye a que la situación continúe.
Según la psicóloga educativa, las intervenciones con quienes presencian el acoso y guardan silencio deben centrarse en reconocer la importancia de su papel y en facilitar la comunicación, para que se atrevan a romper la ley del silencio, que causa daño tanto a la víctima como a la conciencia moral del espectador imparcial.
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