Todo el mundo con la hora cambiada
El reloj biológico y las costumbres del cuerpo no cambian con el cambio horario. Ahora la gente se acuesta antes (o sestea ante el televisor) y se levanta antes (o sigue en la cama haciendo tiempo). Con las comidas igual, el personal anda muerto de hambre desde poco después de mediodía. Excuso mentar desarreglos de otras pautas horarias diarias. Luego está lo de las mascotas. Nunca había oído un ladrido llegada la hora de las comidas (o de descomer); simplemente, con buena educación perruna, se quedaba mirando fijamente para avisar de que ya era el momento de costumbre. Ahora lo hace una hora antes, pasada la cual ladra, en señal de protesta. En toda esa gente que desde el cambio horario anda con la hora cambiada por decreto se incuba un euroescéptico. Una metáfora de lo que Europa no debería ser. Nada ofende tanto como que nos cambien la vida y sus pequeños detalles sin saber por qué.
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