Cómo una pequeña sastrería de Roma está demostrando que los refugiados pueden contribuir a la moda sostenible y crear empleo cualificado
La italo-maliense Valeria Kone, al mando, coordina los trabajos. Pregunta si un abrigo de colores ya está acabado y qué ha pasado con las agujas que sirven para las otras prendas. Entonces todo el taller parece convertirse en una salita de teatro. Aparece el sastre Ernest Alulu, nigeriano, y se pone a coser con una máquina que estornuda unos rítmicos tac-tac-tac-tac. Luego también entra Fara Deme, de Senegal, que, concentrado, ordena unos tejidos africanos que ya han sido cortados. «Las prendas las hacemos con tejidos sobrantes de casas de moda de lujo y telas pintadas a mano en países en vías de desarrollo, principalmente en África occidental», explican, orgullosos.
[–>[–>[–>Es 2025 y la imagen de Italia no es la de un país particularmente acogedor para los inmigrantes. El Gobierno de Giorgia Meloni ha hecho titulares al construir el primer campo de identificación y expulsión de migrantes fuera de la Unión Europea, en Albania. Diversos ex primeros ministros y ministros europeos e italianos (entre otros, Matteo Renzi, Paolo Gentiloni, Giuseppe Conte, Matteo Salvini) han sido acusados de crímenes contra la humanidad por sus políticas en la ruta del Mediterráneo central entre 2014 y 2020. Y el señalamiento de inmigrantes como principales responsables de delitos cometidos en Italia sigue campando a sus anchas.
[–> [–>[–>Valeria Kone, creadora de Coloriage, en el taller. / IRENE SAVIO
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Pero no así en Coloriage. Esta iniciativa desafía todo argumento. Y ha sido una idea de Valeria. A través de un crowdfunding (financiación colaborativa) y una pequeña aportación de una banca ética (por un total de 11.000 euros), esta italiana de 46 años, filósofa de formación, fundó primero en 2019 una escuela gratuita para migrantes con experiencia previa en sastrería pero sin conocimientos en la confección de prendas con las técnicas europeas. Dos años después, nació el atelier, ubicado en el barrio romano de Trastevere, en el que además ahora trabajan algunos exestudiantes.
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Empleo cualificado
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El objetivo central de la iniciativa: demostrar que es posible usar el talento de los migrantes para crear empleo cualificado, y no usándolos sólo como mano de obra barata. «Coloriage tiene dos almas. Por un lado está la escuela, donde enseñamos a estos diseñadores a volcar su cultura y conocimiento en prendas realizadas con técnicas de la moda italiana. Y al parecer algo hemos conseguido. Algunos, al acabar el curso, han conseguido trabajo o siguen su formación en importantes casas de moda; a otros, en cambio, los hemos empleado en nuestra boutique», cuenta Kone, casada con un ciudadano de Mali y también naturalizada en ese país.
[–>[–>[–>«La idea es que aprendan los métodos de confección para luego conseguir mejores empleos en el mercado laboral, pero todo ello sin perder el aporte que su cultura nos puede dar», añade Valeria, al explicar también que, para los cursos en la escuela, los alumnos reciben un reembolso mensual de unos 600 euros de centros de acogida italianos, mientras que, para la didáctica, el proyecto cuenta con el apoyo de diseñadores y profesores universitarios. «Los materiales y todos los otros gastos los pagamos nosotros», aclara, al precisar que eso se financia (al igual que el sueldo de los trabajadores de Coloriage) con el dinero que viene de la venta de las colecciones.
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El senegalés Khassim Diagne, mediador y maestro de la escuela, lo explica más en detalle. «Algunos de los estudiantes llegan con experiencia, pero la confección de prendas es distinta entre África y aquí. Allí, por ejemplo, no usamos modelos de papel para diseñar y cortar las prendas, y aquí se pide más precisión», afirma Khassim. «Eso lo tienen que aprender», añade. «Jugamos con la contaminación pacífica entre estos mundos, así no se pierde el valor de los conocimientos de los países de origen de los migrantes, ni el de nuestra cultura costurera, ya que cada vez menos jóvenes italianos quieren dedicarse a la sastrería», insiste Valeria.
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[–>Economía circular
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Otro aspecto es el de la economía circular. «Antes de dedicarme a esto, trabajé 10 años en la industria de la moda y vi lo que funciona mal con la fast fashion. Por eso, quise un proyecto que fuera de slow fashion. De ahí que usemos residuos textiles muy buenos procedentes de casas de moda italianas, entre ellos algodones, sedas, lanas, y los mezclemos con los tejidos africanos, algunos de los cuales vienen de zonas muy remotas», precisa Valeria.
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Ernest Alulu, sastre de Coloriage. / IRENE SAVIO
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El éxito de Coloriage está en lo conseguido hasta ahora. De hecho, además de haber logrado que, al menos de momento, sea un negocio sostenible, la iniciativa también ha sido premiada por la Agencia de los Refugiados de la ONU (ACNUR) como modelo exitoso de integración (en el marco del programa Welcome). Y, en paralelo, Coloriage también mantiene colaboraciones con el Museo de Arte Contemporáneo de Roma (el Macro) y otras organizaciones en Amberes y Nueva York, donde también se pueden adquirir las prendas que se producen en el taller.
[–>[–>[–>Otro resultado son las historias de integración. Como la de Ernest Alulu. Sastre en su país, Ernest llegó a Italia en 2016 y estuvo casi ocho años sin los papeles en regla y en campos de acogida antes de conseguir, primero formación y luego empleo, en el marco de las actividades de Coloriage. «Estoy muy agradecido por esto. Después de mucho tiempo, tengo papeles, y he logrado trabajar en lo que sé y volver a ver a mi familia. Es algo impagable», dice este inmigrante nigeriano con protección especial. A Sirin, de Bangladés y quien aún está aprendiendo, también le gustaría seguir el mismo camino. En su caso, es a su hijo de 11 años a quien piensa. «Aún está en Bangladés, y quisiera traerlo aquí. Es por él que me esfuerzo, pero necesito dinero y una oportunidad, como todos, ¿no?».
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