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El Rey embajador y la vocación iberoamericana

El Rey embajador y la vocación iberoamericana
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  • Publishednoviembre 20, 2025




Su Majestad el Rey Embajador, Su Majestad el Rey de España y hermano mayor de Iberoamérica. Pocas definiciones lo retratan con mayor precisión.

Ante la gran figura de Don Juan Carlos I, uno de los reyes más decisivos de la historia contemporánea de Españaen mi opinión lo mejor y más importante, es difícil articularlo en un solo artículo. la profundidad e importancia de su obra en América Latina. ¿Cómo priorizar unos logros sobre otros? Una tarea tan titánica, la de hacer justicia en todos los ámbitos, supera las ambiciones de estas líneas.

Vengo de una cuarta generación de diplomáticos y mi padre, como mi abuelo antes que él, era un amante de América Latina. Toda nuestra familia ha mantenido, generación tras generación, un contacto especial con Ibérica e Hispanoamérica.

Puedo decir con orgullo que tengo el honor de ser un español de “ambos hemisferios”, como define la Constitución de Cádiz. Yo, como muchos, no soy ni lo uno ni lo otro, sino ambos, y en consecuencia ambas realidades están arraigadas en mi corazón. Un abuelo mexicano radicado en Venezuela y una madre que se hizo y sintió venezolana hasta su muerte. Tengo un profundo amor por ese continente, un verdadero universo que se hizo a partir de la fusión de dos mundos.

Mi padre –servidor vocacional de España y único embajador fallecido en acto de servicio, que pasó casi toda su carrera diplomática en ese continente al que amaba profundamente– siempre me decía: «España era genial porque Estados Unidos era más grande, más rico y tenía un futuro más brillante que España».. Esa reflexión resumió una visión lúcida del destino compartido de ambos pueblos y un profundo amor por el hemisferio y sus pueblos.

Don Juan Carlos I: un corazón americano

Don Juan Carlos I ha sido, sin duda, el monarca que más amó, admiró y, sobre todo, el que mejor entendió América Latina.. En cada uno de sus 80 viajes a América se convirtió, por su carisma natural y su cercanía humana, en uno más de ellos. Él no era el visitante lejano; Era el hermano que regresaba a su casa común. Don Juan Carlos fue el primer rey de España en visitar el continente americano desde 1492. «Don Juan Carlos», afirmó el presidente mexicano José López Portillo, «nos dio a todos los latinoamericanos la impresión de ser un rey que escucha, que comprende y que ama sinceramente a este continente».

Esa cualidad no se impone: o emana del alma o nunca será creíble. Don Juan Carlos no sólo poseyó esa afinidad innata, sino que la perfeccionó convirtiéndola en un arte. Pero no un arte que deba ser observado fríamente por las generaciones futuras, sino un arte vivido, natural, espontáneo y sentido, que surgió de su extraordinario sentido político, de su refinado instinto de gran estadista pero, sobre todo, de su su amor genuino y profundo por América.

El afecto y la admiración que SM el Rey suscitó en América Latina fueron únicos. España nunca tuvo allí mayor influencia moral y diplomática que durante su reinado. El premio Nobel Gabriel García Márquez, que lo conoció bien, captó esta esencia cuando escribió: “En Don Juan Carlos hay un hombre que entendió que la corona no se lleva en la cabeza, sino en el corazón de su pueblo”.

Fue, como lo describió otro premio Nobel, Mario Vargas Llosa, “el monarca que mejor entendió la historia compartida entre España y América, y el que más contribuyó a cerrarlo con reconciliación y cariño”.

Los artífices del reencuentro

Junto al monarca, es justo recordar los presidentes del Gobierno que, en diversos momentos, también fueron protagonistas de esa relación fraterna. Adolfo Suárez, primer presidente del Gobierno de la España democrática, representó, junto a don Juan Carlos, el renacimiento moral del país. Se presentó a América con la humildad y el orgullo de una joven democracia española nueva en las libertades, pero con ganas de dialogar con democracias que, con sus defectos, lo eran desde hacía décadas, como Venezuela, hoy lamentablemente sometida a una terrible tiranía.

Quizás el más iberoamericano de todos los presidentes del Gobierno fue Felipe González, que entendió como pocos la complejidad y riqueza del continente. En sus catorce años en el cargo, ejerció un liderazgo singularmente inspirador y cercano. El expresidente chileno Ricardo Lagos, al referirse a esa etapa, destacó cómo SM el Rey Juan Carlos I y Felipe González “reconstruyeron la confianza perdida durante siglos”.

Hay que destacar también al presidente José María Aznar, quien, con un sentido de trascendencia y responsabilidad histórica poco común entre los políticos contemporáneos, Entendía mejor que nadie el papel de la España moderna –democrática, próspera, europea y transatlántica– en el mundo iberoamericano. Como resumió el entonces presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso: “El Rey y los gobiernos españoles devolvieron a América Latina la certeza de que España era parte de su destino, no de su pasado”. Todos ellos, cada uno desde su ideología y estilo, fueron el complemento perfecto de quien podemos llamar, sin exageraciones, el Rey de todos los iberoamericanos. El pueblo latinoamericano lo adoptó como símbolo de democracia, respeto y amor fraternal.. “Don Juan Carlos hizo más por unir España y América que cualquier otro líder en cinco siglos”, afirmaría categóricamente el expresidente colombiano Álvaro Uribe. ¿Hay mayor orgullo que ese?

Don Felipe VI: continuidad histórica, deber y brillante renovación

Es oportuno concluir esta reflexión mencionando el extraordinario sentido de la Historia, del deber y de la trascendencia que caracterizan a SM el Rey Felipe VI.

Su reinado está todavía en plenitud, y los reinados, dicen los sabios, sólo se juzgan al final. La mayoría de nosotros no llegaremos a ver ese cierre, pero ya podemos afirmar, con la certeza y convicción que nos dan sus primeros once años en el trono, que Nuestro Rey será también soberano de todos los españoles y hermano mayor de todos los iberoamericanos.

Felipe VI ha encarnado la continuidad ética y la modernidad institucional de la Corona. Su serena presencia, su discreción diplomática y su rigor en las palabras le han convertido en un referente moral. En palabras del ex Secretario General Iberoamericano Enrique Iglesias, “Felipe VI es un monarca luminoso que ha sabido renovar la presencia española en América con respeto, conocimiento y cariño sincero”.

El escritor Enrique Krauze lo definió con precisión: «Felipe VI ha sabido combinar modernidad y herencia, respeto y cercanía. Representa una monarquía que escucha y tiende la mano a Iberoamérica sin paternalismos».

La Monarquía: ancla y puente

En lo que respecta a América (norte y sur, así como las comunidades emigradas y exiliadas), los reyes de España no son ni serán reyes de España únicamente. Ellos son, por amor y vocación, vuestros hermanos, vuestros fieles amigos y vuestro apoyo incondicional.

Ésa es la seña de identidad de nuestra monarquía constitucional: haber sido ancla y baluarte de la libertad, de la democracia y de los años más prósperos, seguros y estables que hemos conocido los españoles. Como afirmó el maestro de historiadores Antonio Domínguez Ortiz, En tres mil quinientos años de historia, pocas instituciones españolas han contribuido tanto a la continuidad nacional como la monarquía, y nunca habíamos experimentado un período de estabilidad tan largo.

Nuestra Monarquía constitucional ha sido y sigue siendo la embajadora de España más comprometida, eficaz y entregada en el mundo. Representa la imagen de lo mejor de nosotros mismos; Sintetiza la esencia viva de nuestra tradición y nuestra vocación universal.

La monarquía constitucional es el puente más perfecto entre dos continentes que comparten una misma alma y un origen común. El gran Carlos Fuentes lo describió con brillante agudeza literaria: «La Corona española ha sido y sigue siendo la diplomacia más fina, que no necesita pasaporte. Don Juan Carlos fue la sonrisa de España en América y Don Felipe VI su palabra serena».

Un corazón compartido entre dos hemisferios

Su Majestad el Rey Padre, Don Juan Carlos I, pertenece con mayúsculas a la Historia de España y al hermanamiento histórico, imborrable y eterno con nuestros hermanos del otro lado del Atlántico.

Su Majestad el Rey Felipe VI es hoy el garante que vela con luz renovada por ese vínculo inmortal, prologando con inteligencia y sensibilidad un legado que nunca se romperá.

Os escribo como hijo del amor y del vínculo transatlántico, consciente de que puede tener altibajos debido a las miserias humanas. Sin embargo, pueden estar seguros de que este vínculo espiritual y cultural es el elemento central, más importante, trascendente y hermoso de nuestra identidad como pueblo y como nación.

Nuestra esencia, nuestra alma, nuestro corazón y nuestro ser siempre permanecerán compartidos entre ambos hemisferios. Así nos lo enseñaron SM el Rey Juan Carlos I -Rey, padre de nuestra democracia- y SM el Rey Felipe VI -soberano de la nueva concordia iberoamericana-, cuyo ejemplo de servicio, lealtad y amor a América seguirá marcando el rumbo de nuestra historia común.

Como escribió el gran Octavio Paz, “España y América son las dos orillas de un mismo río de historia y lengua”. Nuestros Reyes han mantenido vivo ese río.

Como español e iberoamericano no puedo más que reiterar el profundo agradecimiento que millones de personas a ambos lados del Atlántico comparten con Su Majestad. don juan carlos i por su inquebrantable compromiso con las libertades, la democracia y por haberlo irradiado allá donde iba. Gracias desde el fondo de mi corazón, Su Majestad.

Porque si algo nos une más allá de fronteras y épocas es la conciencia de ser una misma familia, con la misma lengua, la misma fe en la libertad y la misma esperanza en el futuro. Ahí radica el milagro permanente de la hispanidad: un corazón que late al ritmo de dos mundos, pero con una sola alma.



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