Tom Cruise | La misión imposible de salvar a Hollywood
Nadie hubiera imaginado que el novato actor de amplia sonrisa que aparecía de tapadillo en Amor sin fin, Taps o Rebeldes, acabaría subiendo al escenario para recibir un oscar honorífico con el que la industria reconocía la influencia e importancia de la megaestrella a la hora de sostener el tinglado cinematográfico tradicional.
[–>[–>[–>En estos tiempos volátiles de algoritmos y streaming, Tom Cruise se empeña en hacer películas para ser vistas en salas si se quiere disfrutar a tope la propuesta, y, además, se juega el tipo en las escenas de acción porque a) le divierte poner a hervir la adrenalina y b) porque eso inyecta emoción auténtica a la acción.
[–> [–>[–>A sus 62 años bien entrenados, Cruise no es solo la última gran estrella del cine que busca mantener en vilo a las audiencias, ya es un icono cultural curtido en exitazos y batacazos, y que cuando se pone serio es capaz de sacar adelante trabajos tan soberbios como Nacido el 4 de julio (un zurriagazo político y visual de Oliver Stone a las consecuencias de la guerra de Vietnam) o Magnolia (donde se mostró lascivo, arrogante, desesperado), y a los que probablemente vuelva a medida que la edad le vaya privando de su legendaria capacidad para subirse a aviones en marcha, saltar a los abismos en motos o correr por tejados no aptos para el vértigo.
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La última doble entrega de Mission: impossible, una de las sagas de acción más potentes salidas de Hollywood, o la secuela de Top Gun, tienen algo de testamento como saltimbanqui de las pantallas: hasta aquí hemos llegado y a ver quién es el guapo que lo supera.
[–>[–>[–>Nacido en Siracusa en 1962, su infancia errante estuvo marcada por los constantes cambios de su residencia, por su dislexia y por el divorcio de sus padres cuando sólo tenía 12 años. Su entorno pasó a ser cien por cien femenino, con su madre y tres hermanas. En 1983 le llegó la primera gran oportunidad en el cine tras algunos papeles menores y la aprovechó: Risky Business. Su icónica imagen con gafas de sol y gayumbos chulescos le puso en órbita.
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El batacazo de Legend no le hizo mucho daño porque ya le sobrevolaba el taquillazo de Top Gun, aquel larguísimo anuncio publicitario machista y belicista. Desde entonces, Cruise desplegó una filmografía que combinó la fórmula más comercial (Cocktail, Rain man, Un horizonte muy lejano, Días de trueno, Vanilla sky, con su entonces novia Penélope Cruz…) con retos más exigentes: El color del dinero, Algunos hombres buenos (un duelo muy instructivo con Jack Nicholson), Entrevista con el vampiro (desafiando prejuicios como vampiro gay y rubiales) o Eyes Wide Shut (genial testamento de Stanley Kubrick junto a su entonces esposa Nicole Kidman).
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[–>Cruise fue consolidando su condición de estrella en propuestas fantásticas (Minority Report y La guerra de los mundos», de Spielberg) al tiempo que se ponía a prueba con thrillers hipnóticos como Colateral o Valkyrie, haciendo de oficial alemán con parche en el ojo incluido. Cruise pasó a ser ante el progresivo declive de sus colegas del cine de acción en el motor más acelerado y fiable de la industria. Cogió la saga Mission: Impossible para reinventar, revitalizar y relanzar el cine de espías poniendo su propio cuerpo como aval: sí, ese tipo que protagonizaba proezas casi suicidas era el mismísimo Tom Cruise, no un especialista o un producto digital, el especialista mejor pagado y el héroe más pegado (porque Cruise sabe que se empatiza más y mejor si hay heridas, cicatrices y tormentos).
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La imagen de Cruise ha estado oscurecida por las interferencias de su vinculación mesiánica con la Iglesia de la Cienciología. Sus matrimonios se cuentan por fracasos: Mimi Rogers, Nicole Kidman (demasiado perfecto para ser verdad) y Katie Holmes, por la que el actor llegó a saltar eufórico sobre un sofá televisivo de Oprah Winfrey y que, según las malas lenguas, se hartó de tantas y tontas presiones cienciólogas.
[–>[–>[–>Con su oscar honorífico bajo el brazo y la gratitud de popes como Spielberg por salvar a la industria, Tom Cruise es el último representante de una estirpe de estrellas en decadencia, cuando no en extinción. Y no: la IA nunca podrá quitarle el trabajo mientras su cuerpo aguante.
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