Los argumentos bioéticos y científicos sobre el aborto
Hace unas semanas se aprobó en Madrid un protocolo para informar a las mujeres embarazadas sobre los efectos secundarios que pueden aparecer tras un aborto provocado. La oposición, fundamentalmente el PSOE, se opuso a tal medida. Esta noticia volvió a poner de relieve dos posiciones bien diferenciadas en torno al aborto: la proabortista (mentalidad A) y la antiabortista (mentalidad B).
[–>[–>[–>El propósito de este escrito es, en primer lugar, exponer los fundamentos éticos que utiliza cada una de estas dos mentalidades para justificar su posición; en segundo lugar, analizar las corrientes del pensamiento que han contribuido a configurarlas, y, en tercer lugar, intentar responder a la pregunta básica de si el embrión es una persona.
[–> [–>[–>Como cuestión previa, conviene tener en cuenta que cuando hablo de libertad en este escrito no me refiero a la libertad política, religiosa o de prensa que caracteriza a todo régimen democrático, sino a la capacidad individual para tomar decisiones relevantes, como la que se plantea en el caso del aborto.
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Para la mentalidad A el principio fundamental ético en la toma de decisiones es la libertad, porque para estos el limite de la libertad lo marca su propia conciencia, sin injerencias externas. Sostienen que si un acto se realiza libremente, por el hecho de hacerlo libremente (autónomamente), es correcto éticamente. Se trata, por lo tanto, de una moral autónoma: conocida como el derecho a elegir («pro-choice»).
[–>[–>[–>Para los de la mentalidad B, también la libertad y la conciencia son elementos indispensables en la toma de decisiones, pero añaden que para que el acto sea bueno, no es suficiente hacerlo en libertad –autónomamente– sino qué es necesario que el fin sea bueno. La libertad para estos es tener la posibilidad de liberarse de lo que les impide actuar bien. De ahí surge la pregunta central: ¿qué es el bien para una persona, en este contexto? El bien para los que comparten la mentalidad B, en el caso del aborto, es no practicarlo; actitud que en sentido positivo se conoce con el término, por la vida («pro-life») .
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El segundo objetivo de este escrito es analizar las corrientes ideológicas que han influido en la configuración de estas dos mentalidades. Empezaré analizando las ideologías que influyeron en el desarrollo de la mentalidad A: los que justifican el aborto basándose en el derecho a elegir, en la autonomía.
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[–>Podríamos considerar a Nietzsche como el gran impulsor de la autonomía moral. La desarrolló en una de sus obras, «Así habló Zaratustra», y puede resumirse en la idea de que cada uno tiene qué liberarse de las ataduras morales impuestas y dar rienda suelta a la gran potencialidad creadora que posee el ser humano: el superhombre. La idea de liberación la continuó Freud, que enfatizó la liberación de deseos reprimidos, y la continuó la Escuela de Frankfurt, impulsando movimientos culturales basados en la crítica a la autoridad, a la enajenación religiosa y exaltaron la libertad del individuo, base del mayo del 68, del marxismo cultural y en último termino del «wokismo».
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En cuanto a los pilares que sustentan a los que pone el acento en la protección de la vida prenatal ( mentalidad B), se han apoyado tradicionalmente en el imperativo de «no matarás», en el juramento hipocrático y, de forma decisiva, en la Declaración Universal de los Derecho Humanos en 1948, iniciativa que se llevó a cabo como respuesta a las vidas que se sacrificaron en la Alemania nazi. Esta Declaración propuso en su primer articulo que «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad …». Esta noción de dignidad universal, que no depende del estado de salud, desarrollo o capacidad, es uno de los pilares de la visión provida, porque consideran que lo (el) que va a nacer es una persona.
[–>[–>[–>En consecuencia, el argumento de que el aborto consiste en destruir la vida de una persona plantea la pregunta: ¿lo que la mujer lleva en su vientre es una persona o no?
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La embriología ofrece una primera respuesta clara: lo que la mujer lleva en su vientre crece, tiene movimiento propio, se desarrolla de forma ordenada y, en definitiva, posee las características propias de un ser vivo. Que es un ser vivo nadie lo duda. La siguiente pregunta que se plantea es: si es un ser vivo, ¿ a que especie del reino animal pertenece? El modo más eficaz y directo de saberlo es analizando su código de barras –en sentido metafórico–, el ADN, y el resultado muestra que se trata de un ser de la especie humana: un ser humano. Pero surge otra pregunta, ¿ son todos los seres humanos personas ?
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Los utilitaristas de la Universidad de Oxford (P. Singer, J. Savulescu, etc.) distinguen entre «ser humano» y «persona», vinculando esta última categoría a determinadas capacidades (conciencia, razonamiento, autonomía). En la sociedad grecorromana, ocurría algo en este sentido pero de un modo mas discriminatorio: no todos tenían la misma categoría, había seres humanos «de primera» y «de segunda» –valga la expresión–, dependiendo de su origen, de ser siervo o señor, del sexo, etc.
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Es bien sabido que el cristianismo introdujo una nueva valoración del ser humano, en el sentido de que todos tenemos la misma dignidad. Y que gracias a esta nueva visión de lo que es el hombre (el ser humano) se fueron erradicando los sacrificios humanos, la esclavitud, etc. Pero lo que algunos no sabíamos, al menos yo, es que a este nuevo concepto de lo que es el ser humano se le dio un nombre nuevo, no utilizado hasta entonces, que es el de persona. Por lo tanto, por definición, en la cultura cristiana, todos los seres humanos somos personas.
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Algunos postulan que lo que crece en los primeros días del embarazo aún no es un ser vivo, sino solo células. Es el argumento que se conoce también como «la animación retardada», y se basa en la teoría de Santo Tomas ( S. XIII) , según la cual, en los primeros días del embarazo no se puede hablar de un ser porque, se pensaba siguiendo a Aristóteles, que el hombre aportaba la semilla (semen) y la mujer el terreno ( el «menstruo») y se precisaban varios días para que la semilla geminase y apareciera un nuevo ser. Hoy en día sabemos que ese nuevo ser no se origina exclusivamente de la semilla del varón sino de la unión del espermatozoide y del ovulo, y que es cuando se inicia el embarazo y el nuevo ser.
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Esta idea de que en los primeros días del embarazo lo que crece son solo células dio pie a varias comisiones para referirse a ellas –a esas células– como «preembrión», y así, con este «constructo» convencional, pudieron promulgar leyes con la finalidad de poder investigar con células madres embrionarias, etc., hasta los 14 días del embarazo (comisión Warnoch). Pero a medida que se fue demostrando que el desarrollo embrionario es continuo desde el inicio, y que no evoluciona a saltos, este término dejó de utilizarse («Cuadernos de bioética» nº 79). La biología fue confirmando la intuición de Parménides ( S. VI a. de C.): el ser es uno y no deja de ser lo que es desde el principio.
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Por consiguiente si el ser es uno –hablando del embrión– se plantea otro interrogante: ¿como puede considerarse persona lo que crece desde la concepción si resulta que en un determinado momento aparecen dos o tres personas: gemelos, trillizos? La respuesta la da el profesor Gonzalo Herranz quien tras tres años de estudio con su equipo llegó a la conclusión de que el proceso de gemelación puede estar presente desde el inicio, y expone toda su teoría en el libro titulado «El embrión ficticio: historia de un mito biológico».
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Conclusión. Si es verdad que el embrión es una persona y si los casos límites (casos en los que se plantea un riesgo de muerte de la madre o el hijo en el parto o en el embarazo) son prácticamente inexistentes, según me confirman los ginecólogos, el hecho de que se practiquen legalmente tantos abortos en España –más de 100.000 cada año–, indica que la ley del aborto es injusta porque, si el fin del derecho es la justicia, la balanza de la justicia en España se inclina en contra de la persona del hijo.
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