La reforma constitucional al modo IKEA
Conspicuos dirigentes socialistas asturianos abrieron estos días el melón de la reforma constitucional, de la que se habla cada año por estas fechas y a la que nadie acaba de ponerle el cascabel. Desconocemos si se trata de ocurrencias individuales o si las declaraciones son consensuadas, el caso es que se reclama un modelo federal impecable, un Senado útil, doble vuelta electoral y un surtido de derechos sociales tan avanzado que casi habría que incluir en el articulado la felicidad obligatoria. El mensaje es claro: la Constitución es como el radiador de un piso de renta antigua: sigue calentando, pero hace un ruido sospechoso.
[–>[–>[–>El discurso suena convincente: España ha cambiado, la sociedad avanza, las normas deben adaptarse. Pero uno no puede evitar pensar que la Constitución se ha convertido en el chivo expiatorio de todos los desmanes. Porque pedir su reforma cuesta poco; lo difícil sería cumplirla con esmero. Mientras se habla de actualizar artículos, nadie menciona la letra pequeña de cumplir los que ya existen. Reformar una Constitución sin un firme compromiso con su espíritu es como repintar un coche sin arreglar el motor: muy vistoso, pero conducido a trompicones.
[–> [–>[–>Falta por discernir si la cacareada reforma es una necesidad urgente o se trata simplemente de un entretenimiento político navideño. Quizá la pregunta real no sea qué cambiar, sino quién lo cambiará. Porque con la habitual maestría de nuestra clase política, existe el riesgo de que la reforma termine como esos muebles de IKEA montados sin instrucciones: muy modernos y aparentes, pero cojos.
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